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La lampara encendida

La nueva humanización del siglo XXI

La nueva humanización del siglo XXI

Carlos Munilla Serrano, misionero en Japón

De la cosmogonía a un Dios personal. La nueva humanización del siglo XXI

Carlos Munilla Serrano, 39 años, sacerdote diocesano de Zaragoza y misionero del IEME desde 2013. Partiendo de su misión y el día a día, nos va revelando las raíces de oriente y occidente, trascendencia budista y humanidad cristiana. Diferencias y sano anhelo integrador.

María Pilar Martínez Barca

Los fundamentos

P. ¿Qué hace un sacerdote diocesano en Japón?

R. –¿Dónde quieres ir de misión? –Me gustaría África o Cuba, donde no querría ir es a Asia, por la dificultad de la lengua.

La Dirección General del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras) decidió enviarme a Japón; llevaban doce años sin enviar a ningún misionero. Estoy en Japón por “pura providencia de Dios y obediencia de fe”.

P. ¿Cómo es hoy Japón, a todos los niveles?

R. Una superpotencia moderna, altamente organizada y desarrollada (en lo político, tecnológico, económico, sanitario…). La técnica ha llevado a un sistema social muy racionalizado. Desde el tiempo al trabajo, incluso la educación. Una sociedad sin dimensión lúdica. El japonés es un hombre de empresa, con sus objetivos marcados y su normativa. Japón ha centrado su esfuerzo en la economía, sacrificando grandes dosis de humanismo. Una sociedad de consumo y pertenencia al grupo, debilitando los lazos familiares.

El sentido de persona, sujeto de derechos y valores, no está desarrollado (permanece la pena de muerte). No hay diferencia entre individuo (parte del todo) y persona (con dignidad). Esta queda oculta en el entramado de estructuras sociales, cumpliendo una función. La identidad personal brilla por su ausencia. La confianza en algo (una teoría científica, un juicio de valor) la apoyan no tanto en una convicción, como en la aceptación del entorno.

La religión no entra en ninguno de los proyectos del país, salvo como elemento tolerado. La separación entre política y religión, impuesta en la Constitución por Norteamérica, estableció el cauce. Sin embargo, como pueblo oriental, Japón posee una base religiosa y un alto sentido de la trascendencia y el Misterio, que: no se concreta en la doctrina de ninguna religión, aparece en los momentos decisivos de la vida y no se adhiere a ningún marco organizativo. “El japonés nace sintoísta, se casa por el rito católico y se muere por el rito budista”.

P. ¿Se oculta el sufrimiento?

R. En Japón se vive respondiendo a las expectativas socioculturales de los demás, lo cual lleva a un respeto desmedido por el otro que acaba alejando de él. “Te respeto tanto, respeto tanto tu espacio, que me acabas dando igual”. Si sumamos el recato a compartir la interioridad y expresar los sentimientos, el sutil individualismo, el fuerte impacto de las nuevas tecnologías… se va configurando una mentalidad que nos lleva a la “alteridad difuminada” (Carlos Domínguez Morano). Se tiende a esconder el sufrimiento, viviéndolo con una inconsciente autosuficiencia que acaba deshumanizando. El sufrimiento y la debilidad nos humanizan, pero en Japón se ocultan.

P. Meditación y oración cristiana.

R. La meditación nada tiene que ver con la oración. La meditación busca una iluminación mediante el propio esfuerzo, una búsqueda intimista de la felicidad, un nirvana que no se compromete. ¿Dios y su gracia? ¿Jesús y el misterio de la encarnación? ¿Y la persona? Con la reencarnación no se afronta responsablemente la historia, se fomenta el conformismo. Mientras la meditación tiene como punto de partida el yo, la oración cristiana parte del tú de Dios.

P. ¿Nuevos gnosticismos?

R. Existe una tendencia en teología y espiritualidad a trascender las mediaciones. Hace unos días asistí a la conferencia “Una espiritualidad más allá de la religión”. Me hizo pensar. Ante los excesos católicos de sacralizar lo objetivo en el pasado, el hombre moderno reacciona desacralizando las mediaciones. Pero si eso significa saltarse la lógica de la encarnación y el camino elegido por Dios para revelar su amor, es peor el remedio que la enfermedad. Tras la secularización de la cultura, también la espiritualidad se ha secularizado de la religión.

“No hay inmediatez con Dios sin mediaciones” (Karl Rahner). Las mediaciones posibilitan la inmediatez con Dios. La relación con Dios es don, no posibilidad del hombre. Si no estamos atentos, caeremos en un nuevo gnosticismo del siglo XXI.

Tendiendo puentes

P. ¿Su trabajo cotidiano?

R. Acompañar tres comunidades japonesas, dos filipinas y otra latina. Es muy variado: llevo cinco grupos de formación antropológica y cristiana que creé allí, visito a los enfermos, celebro la eucaristía, acompaño psicológica y espiritualmente a personas que sufren; colaboraciones en la universidad, charlas y conferencias… Sembrar y preparar el corazón humano para el encuentro con Dios. La mejor manera de hablar de Dios es a través de la calidad de nuestras vidas.

P. ¿Qué nos aporta la espiritualidad oriental?

R. La espiritualidad budista: una valoración de la sabiduría natural del ser humano, del silencio, la gratitud y lo simbólico; una nueva forma de vivir el presente, redescubrir la finitud, aprender a callar ante el Absoluto,  y trascender las palabras.

La espiritualidad sintoísta: descubrir a Dios en el misterio de la naturaleza.

P. ¿Y a ellos nuestra religión?

R. La centralidad de la persona de Jesús, el carácter histórico de la fe, el conocimiento del Padre por referencia a Jesús, la ética del amor, el discernimiento como luz interior y la concordancia del testimonio externo de la Palabra con el interno del Espíritu Santo.

P. ¿Ponerse los zapatos del vecino o descalzarse?

R. El amor cristiano vincula dos personas creadas a imagen de Dios; el budista se da entre dos agregados igualmente dolorosos e impermanentes. El amor budista debe extenderse a hombres, animales y plantas. El cristiano se centra en el prójimo. El amor budista pierde en intensidad lo que gana en extensión. El cristianismo parte de la alteridad; el oriental tiene la identidad como punto de partida. El cristianismo sigue la encarnación; Oriente pretende liberarse de lo contingente histórico.

P. ¿Qué mensaje transmite la película “Silencio”, de Scorsese?

R. Solo Dios conoce la profundidad del ser humano. Solo su silencio sostiene nuestras contradicciones y debilidades. Solo el silencio es la puerta a la experiencia del amor gratuito.

P. ¿Volver a las raíces?

R. Me he ido acercando de forma “suave, delicada y sorprendente”  a la Escuela filosófica de Kioto (Nishida Kitaro, Tanabe Hajime y Nishitani Keiji…); fuentes de inspiración para mirar a las personas, nuevas intuiciones para acercarme al Evangelio y una “transformación de mi perspectiva”. Especialmente La Religión y la Nada, de Nishitani Keiji

La vida como viaje. Mas que el viaje, lo realmente importante  es volver a casa. La vuelta da hondura y profundidad, una eternidad que permanece. Al volver tocamos la frescura de nuestra identidad; nos descalzamos, nos ponemos cómodos y, de alguna manera, renovamos nuestro yo.

En la Historia, en los momentos críticos siempre se ha vuelto a casa. La crisis de los siglos XV y XVI y el Renacimiento; el Concilio Vaticano II; o tras la muerte y resurrección de Jesús y la vuelta a Galilea. Películas como “Benhur”; “El Padrino”, El lazarillo de Tormes o La odisea. Así en nuestro viaje, vamos buscando, intuyendo… para acabar descubriendo que somos encontrados por el Dios de Jesús de Nazaret.

La delicadeza de Dios

P. ¿Influye cada cultura en la forma de sentir a Dios?

R. Historia y cultura son dimensiones constitutivas de nuestra forma de ser humanos. Estamos configurados y educados por nuestro entorno. Creo en el Dios cristiano de las mediaciones históricas. La fe se expresa en la cultura, y permanece; las expresiones socioculturales cambian.

P. ¿Evangelizar o humanizar?

R. Hay que partir de la persona, tiene valor absoluto. Y que sea el momento del otro el que vaya dándonos la luz adecuada para intuir cuándo y cómo ofrecer nuestra identidad cristiana.

P. ¿Una fe que nos una?

R. Diferencio entre ideología y fe. Cuando la fe se convierte en ideología acaba en integrismo; cuando la fe es real, a la medida del corazón de Dios, fruto de un proceso interior, vives tu identidad cristiana como don, sin creerte superior a nadie. Es el reto del siglo XXI.

P. ¿Por qué vamos tan deprisa?

 R. Inconscientemente, pretendemos dominar la existencia a través del hacer. No nos han educado los órganos de la receptividad ni la sabiduría de lo lento. La educación recibida del siglo XIX enfatiza la transformación de la realidad mediante la acción; valores orientales como el silencio, el saborear el momento, han quedado relegados. Vivimos en una cultura de la superficialidad, con enormes dificultades para la interiorización.

P. ¿Qué regalaría de Japón?

R. Un origami (el arte de doblar el papel), expresión de la delicadeza y sensibilidad estética japonesa.

SUMARIOS

“Estamos ante una sociedad sin dimensión lúdica”

“La mejor manera de hablar de Dios es con la calidad de nuestras vidas”

“Partir de la persona, tiene valor absoluto”

(Humanizar, Nº 162 --Madrid, enero-febrero 2019).

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