Testigos del amor

Capila de la Presntación de la Virgen. Foto Jesús Alba
“El mismo Dios, como esperamos, se apiadará pronto de nosotros y nos reunirá de todas partes en el Lugar Santo, pues nos ha sacado de grandes males” (2 Macabeos, 16). Libro bíblico no reconocido por toda la tradición cristiana, como hoy muchas mujeres y hombres no reconocemos la esperanza intrínseca a la vida. Insertos como estamos en la falta de sentido de los grandes que gobiernan la tierra, en la guerra y las bestialidades a los más inocentes, en las catástrofes naturales, en la injusticia.
¿Cómo entender que desde los neandertales a la cultura megalítica, de las cuevas rupestres a Egipto, Grecia o Roma, intuyesen que hay una vida más allá de la vida? Si se nos muere un hijo y se hunde el mundo. Si cuando viene con una deformación o enfermedad algo severa exigimos el derecho al aborto. Si cuando aparece en nuestro horizonte personal un cáncer, una ela o un mal discapacitante, optamos o nos obligan a la muerte digna.
Y el propio transcurso de los acontecimientos, una relación que no acaba bien, un empleo que no llega, una depresión que nubla mirada y corazón. ¿Cómo autores de la talla de Flavio Josefo o Tácito registran datos de un tal Jesús, que cuentan resucitó de su condena a muerte y la frialdad de un sepulcro judío, con su rueda de piedra inamovible? Si la vida nos pesa, y el paso de los años, la enfermedad y el ir envejeciendo, sobre todo si quienes te dieron vida se vuelven otra vez niños y dependientes, tan necesitados de toda tu energía para sobrevivir.
“Estaban aún perplejas, cuando dos hombres se presentaron ante ella con vestidos deslumbrantes. (…) ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc. 24, 4-5). En Mateo, es un ángel, que se presenta a las mujeres que siguen a José de Arimatea. En Marcos, es un joven con vestidura blanca quien da el anuncio a María Magdalena, María la de Santiago y Salomé. Fueron visiones que a 2000 años vista no terminamos de vislumbrar, y nos dejamos llevar por la tristeza ante una muerte sin retorno.
Juan, posterior y más lírico y catequético para las comunidades del futuro: “Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y la dice en hebreo: ¡Rabbuni!” (Jn. 20, 17). Nos llama en nuestro nombre, como a Elías en la cueva, Tomás o Cleofás camino de Emaús. Hechos, San Pablo… una larga tradición sinodal que continuamos. “Nada de lo amado se pierde, nadie amado se destruye, nada ni nadie amado desaparece en la nada” (Cristina Inogés). ¿Nos lo creemos?
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora
(Heraldo de Aragón, "Tribina", "El foco", domingo 20 de abril de 2025).