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La lampara encendida

Vejez y soledad en tiempos de pandemia

Vejez y soledad en tiempos de pandemia

Foto Humanizar

Vejez y soledad en tiempos de pandemia

Cuando la humanidad ilumina la esperanza

Rosario, Teresa, María Jesús, Mari, Rosa y Benito, han vivido el confinamiento y los meses posteriores desde diversos ángulos: la residencia, la soledad de su propio hogar, el servicio y la entrega a los seres queridos. Son muestra, ejemplo y acicate, para seguir luchando por la vida y la ilusión, cada día renovada. Un libro abierto y bellísimo.

María Pilar Martínez Barca

Institucionalizados

“Mi suegra se llama Rosario –nos cuenta Teresa– y tiene 87 años. Nació en La Puebla de Segura (Jaén), pero lleva toda su vida en Monzón, desde que se casó. Lo peor de estos meses ha sido no poder ver a sus nietos y a su bisnieto (solo en vídeos y videollamadas)”.

Rosario tiene dos hijos: Pedro (con una hija y un nieto) y Ricardo (padre de tres hijos). “Ha trabajado mucho toda su vida. Era muy buena cocinera y sus nietos la adoran, pero estos meses han tenido que estar separados y para ella es muy duro”. Ahora tiene en España a su nieta mayor, Virginia, y su bisnieto Nahuel, a los que no contaba ya ver mucho dada su edad, viven en Perú. Y teniéndolos tan cerca desde marzo, no pueda verlos. “Eso lo lleva muy mal. Lo intentamos compensar con las pocas visitas que la situación ha permitido, pero no es lo mismo: no puede abrazar ni besar a su pequeño de 19 meses”. Su delicado estado de salud no le permite plantearse poder vivir fuera de la residencia.

Una generación de luchadores, más siendo mujeres. “Yo intento ponerme en su lugar –continúa Teresa– y me pregunto de dónde sacan esa fortaleza mental. Por las circunstancias en que vivieron su infancia y adolescencia, en plena guerra y posguerra, y siendo de familias humildes, tampoco aprendieron a leer bien como para que la lectura pudiera ser ahora un desahogo. Yo siempre pienso que, en su lugar, solo la lectura podría animarme. Tienen, eso sí, una fe más allá incluso de lo religioso”.

Teresa tiene una tía, de su mismo nombre. “Cumplió 95 años durante el confinamiento. Le encantaba salir a hacer recados para otros compañeros de la residencia, a la farmacia, etc. Pese a su edad mantenía una movilidad y autonomía envidiables; con la pandemia es lo que más echa de menos”.

Teresa tía nació en Cortalaviña, en la montaña de Tella, una zona de la comarca de Sobrarbe muy próxima a Francia. Al quedarse viuda y sin hijos, decidió allí irse desde Zaragoza, donde vivió los últimos veinticinco años, a la residencia de Aínsa. “Figúrate, con 95 años y desde marzo viviendo solo para recordar”.

Ambas son muy responsables. Se quejan solo lo justo, saben que está en juego su salud y la de los cuidadores y sus familiares, y que es mejor no tener contacto con personas de fuera de la residencia. “Estos últimos rebrotes de la pandemia las han desanimado bastante”.

Noelia nos habla de María Jesús, su madre. “Tiene 91 años y nació un 25 de diciembre. Ella y Miguel, mi padre, tuvieron cinco hijas: Mirentxu, Camino, Blanca, Inmaculada y yo”.

Entró en la residencia privada Amavir de Pamplona en 2017 a consecuencia de una caída en casa, quedó en silla de ruedas. Vivía sola con escaleras. Las hijas iban todas las tardes a verla pendientes de cuanto necesitara.

“Siempre la recuerdo cantando en casa, y en el coro parroquial, le gustaba ir todos los días a misa.

”Ha sido una mujer de su casa, y cuando ha hecho falta salir a trabajar lo ha hecho: limpiando, al cuidado de ancianos… Nunca le ha importado, sobre todo cuando la economía no iba muy bien.

”Es una buena madre, y abuela ejemplar y cariñosa con sus nietos: Mikel, Erika, Aritz, Aitor, y Andrea, su orgullo. La recuerdo haciendo punto o cosiendo en un cuarto al sol, y escuchando la radio”.

Cuando entró en la residencia estaba bastante bien cognitivamente, por lo que le costó adaptarse. Con las muchas actividades durante todo el día y sus hijas, que no dejaron de ir ni una tarde, se iría acomodando. “Con el tiempo, le detectaron alzhéimer, así que confundía su casa del barrio, con la natal del pueblo (Puente la Reina, Navarra), pero ella estaba contenta y entretenida. Hasta que llego el dichoso coronavirus, con el que, como en todos los centros, cerraron y solo nos dejaban llamarle por teléfono. Durante el confinamiento lo ha pasado muy mal, porque no entendía por qué no podíamos ir a visitarla, y por qué los chinos habían traído este bicho”.

Continúa Noelia: “Según pasaba los días y la situación empeoraba, a mi madre la aislaron en su cuarto, individual, durante todo el día (lo pasó asintomática); la levantaban y la ponían en el sillón. Hasta que un día se levantó para ir al baño y se cayó. La pasaron a otra planta para estar más vigilada.

”Nosotras también lo hemos pasado mal, con la incertidumbre de lo que llegara a pasar. En el centro ha habido muchos fallecidos de la covid, y los que no, se morían de pena y pocas ganas de vivir.

Hogar, solitario hogar

Otros lo han pasado en casa, recibiendo la compra de manos de los hijos, recordando, doliéndose, disfrutando los primeros paseos de una hora, refugiándose en la lectura o el estudio, esperando en el futuro de los nietos, esperanzándose.

Mari, madre de mi cuñada, me contaba: “Estuve casi tres meses sin salir. Me traían la comida mis yernos, turnándose cada semana uno. Ya me aburría. Hasta que pudimos empezar a salir. Primero una vueltica, con Carmen, Marta o Elena, poco a poco. Hasta que un día nos juntamos todos en la plaza”. Sus dos apoyos, la lectura y el recuerdo de Antonio, su esposo ausente tan presente. ¡Tantos años convividos!

“Y en julio me dijo un día Carmen: Mañana nos vamos a Jaca. Se está muy bien en el jardín. Y quiero mucho a mis nietos: Juan y Jorge, tus sobrinos, Daniel, Víctor y Laura. Los mayores se vestían bien y se peinaban y se iban a dar una vuelta por ahí; o se echaban su partido de fútbol. La niña se quedaba con nosotros, estaba bien en casa. Y jugábamos mucho: a las cartas, al bingo… Y nos volvimos a Zaragoza. Ahora a ver el invierno”.

Rosa, profesora jubilada de Historia e Historia del Arte en mi querido Inbad. Conferenciante apasionada, gran amiga y conocedora de la obra de Isabel Guerra. Su madre cuidaría de los hijos y la casa mientras daba clases; ella y José Luis, su marido, la mimarían de mayor, hasta los 104 años; ahora reconoce y acepta su propia vejez.

“Tengo cuatro hijos: Ana, María José, José Luis y Jesús, el único en Zaragoza, todos unos cerebritos. Y cinco nietos como cinco soles. José Luis, “Chelis”, es químicos de Análisis Atmosféricos en la universidad de Colorado y uno de los mayores expertos del mundo en aerosoles; lo llaman de aquí de allá y su equipo ha convencido a la OMS de que el virus está en el aire. No me deja ir a misa, a la peluquería ni a un lugar cerrado. “Mamá, si quedas con una mejor al aire, y si es terraza que esté bien ventilada”.

”Así que lo pasé en casa, con la chica que me cuida. Y en cuanto se pudo salir, un paseo de una hora, arriba y abajo, con mascarilla y gafas. Soy de alto riesgo por las dos operaciones. No dejo de estudiar inglés. ¡Echo de menos a José Luis!”.

Rosa confía en la vacuna, y en salimos pronto de esta.

En familia

A Benito, profesor jubilado de Lengua y Literatura, padre de dos hijos, Andrés y Carmen, y abuelo de cuatro hermosos nietos (Andrés y Julia, Ibai y Cora), miembro activo del Teléfono de la Esperanza o la Asociación Aragonesa del Camino de Santiago… el confinamiento le cogió en Ansó, un pueblecito oscense.

“Me cuesta poner palabras a los meses de confinamiento: En esa dificultad para la reflexión noto que he envejecido.

”La declaración del estado de alarma me pilló en un momento en el que estaba fuera de mi domicilio habitual, en casa de mis hijos. La finalidad era atender a uno de ellos, que había tenido una intervención quirúrgica y necesitaba ayuda. Lo que iba a ser una estancia de unas semanas resultó ser de tres meses. Con el cierre del colegio se complicó la vida familiar, con la presencia de los niños las veinticuatro horas: lo que iba a ser un cuidado en un ambiente de tranquilidad, terminó añadiendo a la convalecencia la atención a unos niños a los que, de pronto, se les priva de la expansión y relación natural con profesores y con otros niños.

”Indudablemente, ha sido una experiencia dura. El balance es positivo, a pesar de los momentos más difíciles. Hubiera deseado tener diez años menos: quizá hubiera sentido menor cansancio, mayor paciencia y humor.

”Tras el levantamiento del estado de alarma, volví a mi domicilio: Y lo primero que me saltó a la vista, desde el privilegiado lugar en el que observo la vida de la calle, fue la grave incidencia de la falta de movimiento en la mayoría de la población, al no disponer de espacios al aire libre.

“Si comenzaba diciendo que, a nivel personal, había envejecido, también a nivel colectivo observo muchas más manifiestas las dificultades de muchos mayores para moverse con soltura, y sin ayudas de bastones u otros instrumentos. Incluso se observa en el conjunto corporal un peso, un agobio, resultado de ese parón locomotor, psicológico y social que ha supuesto el confinamiento”.

El pensador Guy Sorman, en uno de sus artículos, defendía que los gobiernos deberían haberse decidido por compatibilizar la bolsa y la vida, en lugar primar solo una de ellas, confinándonos.

SUMARIOS

“Tienen una fe más allá incluso de lo religioso”

“Los que no, se morían de pena y pocas ganas de vivir”

“Se observa un peso, un agobio, resultado de ese parón locomotor, psicológico y social”

(Humanizar, Nº 173 --Madrid, noviembre-diciembre 2020--).

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