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La lampara encendida

Desde mi sillón

Mi bola de crista

Mi bola de crista

Foto Humanizar

Podría visualizar en mi espejo interior los próximos veinte años: algunos libros más, mi matrimonio, ausencia de los padres, ver crecer a los hijos de mis hermanos, ¿sobrinos nietos? Todos son futuribles imprecisos. Solo un axioma exacto: si sigo disfrutando de vida y de salud, necesito asistencia.

¿Un centro residencial? No es mi modelo predilecto. De siempre me creí una igual entre iguales: parroquia, universidad, con los amigos… Poco más de una década, descubrí una nueva forma de compatibilizar mi dis-capacidad con el día a día cotidiano, ya fuera bípeda o humana sobre ruedas. Se llamaba asistencia personal.

Los ricos la han tenido siempre. Cuando faltan recursos, lo más lógico es que la subvencione el estado de bienestar. Sin embargo, no es sencillo ni estamos todavía a la altura. Y hay que ser creativa, también en esto.

Para ponerme en pie cada mañana, ir al baño, preparar la comida o ayudarme en la mesa, salir de casa con mi silla electrónica, poner la lavadora o el lavavajillas… Hay que ajustar las horas a las necesidades, no al contrario.

Tendré que seleccionar: prioridades, personas, hechos concretos. Nadie dijo que el vivir sea fácil. Y después actuar. Es la llave que lleva a una vida más plena.

María Pilar Martínez Barca

(Humanizar, «Desde mi sillón», «La fuerza de los límites», N.º 132 -Madrid, enero-febrero 2014-).

Pepe y su blog-terapia

Lo conocí en una pascua juvenil. Jesús, nos explicó, quiso lavar los pies por hacerse cercano a sus amigos. Después coincidimos en la parroquia. Años más tarde descubría su web: www.pepenerin.net. No ha dejado jamás de sorprendernos.

M. P. M.

“El 15 de junio me practicaron una colonoscopia y descubrieron que tenía cáncer de colon”. A una hermana se lo diagnosticaron en octubre, el impacto fue menor. “Estoy viviendo una experiencia nueva, la experiencia de la debilidad y la enfermedad”.

"Quiero contar mi experiencia en un hospital durante unos cuantos días, para ayudarnos a afrontar esa otra cara de nuestra existencia a la que no solemos dar publicidad. Soy partidario de la claridad, de no cambiar de nombre a lo que ya lo tiene, de mirar al dolor de frente y con respeto”.

Las caras de la gente, cada ingreso, la intervención quirúrgica… y un montón de anécdotas. “Y tras ello llegó el momento clave: la entrega del pijama, de un color claro indefinido y que pronto tuve que cambiar porque no era de mi talla, añadiendo a mi enfermedad ridiculez”.

Ternura, humor, realismo, belleza “incluso en los momentos críticos”. Le dio serenidad afrontar el problema y no centrarse en sí mismo. “Tendré que llevar “bolsa” durante un tiempo, pero me intervendrán de nuevo para “normalizarme”. Cuestión de tiempo y de paciencia, de aprender a convivir con mis nuevas circunstancias, sin prisas, saboreando un ritmo distinto, asumiendo mi dependencia. Ya se sabe”. Un buen cura.

(Humanizar. "La fuerza de los límites", "A nuestro alcance", Nº 108 -Madrid, enero-febrero 2010-).

Toda una vida

Toda una vida

A mis tíos

Vivimos siempre en el mismo edificio, tabique con tabique. Amigos, instituto, la carrera… Casualidad o no, nos fuimos distanciando unas cuantas manzanas. Y tú, tío, seguiste acompañándome a las aulas, un día y otro día, haciéndome recados, narrándonos historias de tu infancia, trasvasándonos amor. Mientras tú, tía, venías a la casa a ayudar, o emprender una labor, mi amiga y confindente, siempre ahí. Con la silla de ruedas automática sería más autónoma, pero no de cariño.

Os hicisteis mayores, y me dolió. Un día no pudisteis subir al autobús. Y os ibais sintiendo más cansados, doloridos, con el peso del tiempo a las espaldas. Empezaste a decir, tan aprensivo, que pronto no andarías. No pude soportar ni siquiera la idea. Era como un reflejo de mí misma, pero un reflejo oscuro, y sin retorno. ¿En quién iba a apoyarme? Y os fuisteis alejando unas manzanas más, todo un barrio, o un mundo. No podía visitar la residencia. Me dolía la vida, como un vértigo.

Después, querida tía, te irías apocando, en una silla, semiciega, en penumbra. Más niña cada vez. Sólo ahora que sé que estaremos ya juntos para siempre, vuelvo a jugar y recrearme con vosotros, como cuando era pequeña. Y les pido a los Reyes que os dejen sus regalos en mi terraza. Como aquel almanaque, del que pasabais hojas, cada santo, con chistes y acertijos. Si algún día os vais antes que yo, allá, a vuestros campos de la infancia, si Dios así lo quiere, seguiréis para siempre en mi interior. Pero aún queda mucho que jugar, estaciones enteras, un largo tiempo.

                                        María Pilar Martínez Barca

(Humanizar, «Desde mi sillón», Nº 56 -Madrid, mayo-junio 2001-).