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La lampara encendida

Manuel Pinillos

Pinillos, un poeta en el periódico

Pinillos, un poeta en el periódico

(Heraldo de Aragón, "Cultura y ocio", "Heraldo verano biografía", sábado 26 de julio de 2014).

La obra

La obra

(1948), A la puerta del hombre, Alicante, Ediciones Verbo (Cuadernos poéticos de la revista Verbo), José Albí (dir.), portada y viñetas de Joan Fuster.

(1951a), Sentado sobre el suelo, Zaragoza, Col. Almenara, 1.

(1951b), Demasiados ángeles, Gerona, Col. Ámbito, 1, Manuel Pinillos (dir.), (noviembre).

(1952a), De hombre a hombre, Las Palmas de Gran Canaria,  Col. Alisio, 1, (9 de octubre), pról. Gabriel Celaya. Premio «Ciudad de Barcelona» 1951.

(1952b), Tierra de nadie, Madrid, Col. Neblí, 5, Rafael Millán, Felipe García Ibáñez y Juan-Germán Schroder (dirs), (diciembre), dibujos Ángel Crespo.

(1955), La muerte o la vida, Guadalajara, Col. Doña Endrina, 9, (marzo), Antonio Fernández Molina (dir.), dibujos Pilar Aranda y J. A. Molina Sánchez.

(1958), El octavo día, Tarragona.

(1959), Débil tronco querido, Zaragoza, «Coso Aragonés del Ingenio», Col. Dezir, 4, Emilio Alfaro, Emilio Gastón y otros (dirs.).

(1960), Debajo del cielo, Zaragoza, Col. Orejudín, 4, José Antonio Labordeta (dir.).

(1962a), En corral ajeno, Bilbao, Col. Alrededor de la mesa (Comunicación Poética), 21, Mario Ángel Marrodán (dir.).

(1962b), Aún queda sol en los veranos, Santander, Publicaciones La isla de los ratones, Manuel Arce (dir.).

(1962c), Esperar no es un sueño, Palencia, Col. Rocamador, 5, José María Fernández Nieto (dir.).

(1963), Nada es del todo, Zaragoza, Col. Poemas, 1, Guillermo Gúdel y Luciano Gracia (dirs.).

(1964), Atardece sin mí, Zaragoza, Ediciones La calle, Col. Adarce, 1, (12 de marzo), Enrique Gastón (dir.).

(1965), Lugar de origen, Zaragoza, Diputación Provincial, IFC (C.S.I.C.), pról. José Camón Aznar.

(1966), Del menos al más, Málaga, Cuadernos de María José (Publicaciones de la librería anticuaria El Guadalhorce), XXIII, (13 de octubre).

(1968), Viento y marea, Carboneras de Guadazaón (Cuenca) - Madrid, Col. El toro de barro, 11, (mayo), Carlos de la Rica (dir.).

(1970), Hasta aquí, del Edén, Zaragoza, talleres de Heraldo de Aragón, (4 de abril). En las solapas del libro aparecen varias notas de reseñas publicadas en diversos medios, como The Penguin Companion to Literature / 2. European (Londres); L’Arbre (Francia) –a cargo de José María Aguirre-; El Universal (Caracas) –a cargo de Pascual Pla y Beltrán-; España Semanal (Tánger) –a cargo de Rafael Vázquez Zamora-; Destino (Barcelona) –a cargo de José María Espinás-; así como una interesante reseña de Fernando Namora aparecida en Lisboa.

(1976), Sitiado en la orilla, Luesia (Zaragoza), Publicaciones Porvivir Independiente, Puyal Colección de Poesía (serie especial), 1, Ángel Guinda (dir.), estudio de Manuel Casales.

(1980), Viajero interior, Borja, Taller de Poesía Bóveda, grabados de Javier de Pedro. Ed. limitada de 100 ejemplares.

(1982), Cuando acorta el día, Zaragoza, Excmo. Ayuntamiento de Zaragoza, Col. Poesía, 5. Recoge Viajero interior en su 2ª ed. Tirada de 1000 ejemplares.

(1990), Manuel Pinillos. Poesía, Zaragoza, Diputación Provincial, IFC (C.S.I.C.), Col. San Jorge, 57. Ed. póstuma que reúne los poemarios Sentado sobre el suelo, La muerte o la vida, Débil tronco querido, Lugar de origen y Cuando acorta el día. Introducción de José Luis Calvo Carilla; óleo de Javier de Pedro.

Manuel Pinillos. Del amor, la muerte y la consagración a la poesía

Manuel Pinillos. Del amor, la muerte y la consagración a la poesía

La vida de Manuel Pinillos fue una vida por y para la poesía. Y como elementos configuradores de una y otra, amor y desarraigo, muerte y búsqueda de lo absoluto, ejes que encierran toda una cosmovisión y engloban, a su vez, todos y cada uno de los aspectos que de alguna forma inquietan y conmueven al ser humano. Comenzaré por unas breves calas en la biografía del poeta, para centrarme en el estudio del amor y la muerte a lo largo de su vasta obra.

1) La vida de un poeta

Manuel Pinillos de Cruells (Zaragoza, 1912-1989) nació en el seno de una familia acomodada. Fue su padre Manuel Pinillos Serrano, prestigioso abogado zaragozano y aficionado a la poesía decimonónica[1]. El poeta no dará demasiada importancia a las experiencias concretas de sus primeros años. Lo que sí dejaría huella en aquel espíritu hipersensible fueron los felices días vividos en la finca familiar de El Aspro, en La Almunia, donde escribiría Aún queda sol en los veranos (1962). Y es ahí, en ese espacio tan idílico como real, donde va creciendo su ternura hacia la madre, acaso más cercana a su mundo interior; y el inmenso amor a la tierra que le vio nacer, soñar, cantar.

Pero el hecho fundamental en la vida del poeta es la aparición de Margarita, entrañable compañera para el resto de sus días, ese “otro personaje de ficción hecho mujer”[2]. Se conocieron por 1954 en un acto poético del Ateneo zaragozano. Sus primeros contactos fueron por carta, y su primera salida en un día de niebla. Fue tras una inolvidable estancia en La Magdalena, en el verano de 1965, cuando comenzó la verdadera convivencia. Una existencia, plenamente compartida, entre el amor y las luchas interiores, la ternura y la desazón existencial, la fecundidad creadora y la más absoluta penuria material: “Esposa, mira, toca este suelo, este triste / cuarto que nos cobija tan desnudo; / (…) / Porque nos han quitado la antigua luz, la casa, / mi cuarto -aquel que puse vestido de mi amarte- / y somos casi unos mendigos que se abrazan / en el lecho que empieza a hundirse y baja a un miedo.” («Realquilados», vv. 1-2 y 9-12, Viento y marea, p. 48). Y es que Margarita encarna a la perfección ese ideal de «naturaleza», «camino», «tienda»; compañera y esposa con quien compartir desde los versos más hermosos hasta los más sencillos detalles cotidiano[3].

Y, como la otra cara de la moneda, la experiencia de la muerte, idea obsesiva  en la obra del autor. Desde la pérdida del paraíso de la infancia, pasando por el doloroso desarraigo familiar o la vejación de unos estudios que nunca agradaron al muchacho, hasta la cruel experiencia de la guerra civilo las difíciles condiciones de vida de nuestra postguerra, más duras si cabe para quien, por encima de todo, se sabía poeta[4]. Porque la muerte en Manuel Pinillos representa tanto el hecho físico de la finitud como todas aquellas situaciones humana y socialmente degradantes que convierten a los hombres en verdaderos muertos vivientes.

Su década más fecunda, los años sesenta; una frenética actividad pública, como poeta y conferenciante[5]. Será a partir de los años setenta cuando se va haciendo camino el poeta hacia la triste soledad de sus últimos días. La escritura va siendo cada vez más espaciada. Una constante en esos años finales es la enfermedad, sin olvidar la imprescindible compañía de Margarita. Porque Manolo y Marga fueron, por encima del tiempo, unos eternos adolescentes enamorados:

En los mediodías dulcísimos de este invierno inocente, a veces, como dos adolescentes ingenuos, te los encuentras -hablo de Margarita y de Manolo- y, como si el tiempo no tuviese sentido, te detienes al sol y charlas[6]

Pocos días antes de la muerte, una muerte presagiada desde meses atrás, el poeta repartía las horas entre la revisión de sus poemarios, la contemplación del crepúsculo, las conversaciones telefónicas con los viejos amigos (Ferreró, Fernández Molina o Esquillor) y la soledad del vestíbulo, abrazado al catecismo de la infancia (reflejo de un paraíso que nunca poseyó plenamente). Una vida consagrada a la poesía,  medio camino entre el amor y el más duro desarraigo: “En sus últimos días aseguraba que no entendía la vida, que no la había entendido nunca y que lo ideal hubiese sido que nos muriésemos los dos juntos”[7].

2) El amor: Razón de vida

El amor es, junto con la muerte, la columna vertebral que sostiene toda la obra poética de Manuel Pinillos. Nos centraremos en tres aspectos fundamentales: lo femenino envolvente, la mujer amada y el amor como comunión con la totalidad. La presencia de lo femenino, hondamente enraizada en el ser humano, lo fecunda y vivifica todo:

Existe siempre una ternura femenina prestando amor y comprensión al hombre, haciéndolo un poco a través del tiempo, moldeando su ser y dándole una visión del mundo. Madre o amante o, incluso por la fe, reflejo de una maternidad eclesial, divina[8].

Como elemento esencial dentro de ese cálido universo, la figura de la madre: “CUANDO tú, generosa, te extiendes sobre el mundo / como una gran clueca tierna y parsimoniosa, / oh madre, prodigando los caldos de tu vientre. / Se detiene la eterna disolución del hombre, / veinte mil primaveras estallan en tu seno / y la tierra devuelve inmortal a tu mano / su primera raíz.” («La madre», vv. 1-7, Tierra de nadie, p. 22). La muerte de la mujer que nos dio el ser, identificada con la tierra y la fuente de la vida, representa la expulsión del paraíso, o el final del dominio materno, en el instante mismo del nacimiento:

Tu dominio se acaba en el primer instante
cuando empieza es lloro que nos separa en dos,
como un grito rebelde partiéndose, ganándonos.

(Ibid., vv. 33-35, p. 23)[9].

La madre es el principal eje temático de Débil tronco querido, donde el poeta rememora, con una voz entrañable y calmada, una hermosa historia pasada: “no debo hablar más que muy quedo, / con una gran quietud del ser, aunque con una fuerte / confianza en lo bello de este instante / en que reúno en ti los restos del naufragio / de más de cuarenta años de esta historia / que me has escrito en torno, madre” («Lo difícil siempre es arrancar», vv. 39-44, Débil tronco querido; en el vol. Poesía, p. 114). La familia es ahora un robusto tronco del que van brotando, poco a poco, los hijos: “¡Ah!, el tronco era mayor, tú te mecías / en la más recia sombra, la del padre, / y juntos alentabais / esta rama rebelde, / la delicada forma de las hijas” («Compréndeme: estoy solo a tu lado», vv. 56-60, Débil tronco querido; en Poesía, p. 117). Pero los versos más líricos son aquellos en los que madre e hijo se encuentran a solas: “Y ahora estamos solos. / Frente a frente, mirándonos. / Pasan los días como cargadas yuntas, / como bueyes tristes” («Y ahora estamos solos», vv. 1-4, Débil tronco querido; en Poesía, p. 127) [10].

Unido siempre a la tierra, el poeta ama, vive y muere: “tierra mía, mi orilla, / la que acerca mis sangres / al morir que es la tierra” («Amo», vv. 39-41, Demasiados ángeles, p. 21). Y a través del amor renace con la vida, en toda su plenitud: “MAS el amor me trajo la aurora de repente. / Maduraban los frutos y era abril o era mayo.” («Mas el amor me trajo la aurora de repente», vv. 1-2, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27)[11].

El amor es así mismo compromiso con los semejantes, con aquellos que sufren. Pasión e irónica indiferencia, en ocasiones, hacia un mundo que no va todo lo bien que debería ir: “Apasionadamente miro al mundo. / Con gran indiferencia, lo desnudo.” («Secreto entre todos», vv. 5-6, Nada es del todo, p. 100)[12]. Y es que el hombre, extraño animal contradictorio, se deja también arrastrar por el odio y la violencia, antítesis que, sin embargo, no es sino una manifestación de una necesidad, de una gran carencia. Porque hay dos razas de seres:

Sólo hay dos razas, dos especies, dos caminos que
                     [marcan las rutas de la tierra.
Y en una estamos los que vemos la vida clara y tersa, sencilla y repartida.
Y en otra están los de la vida oscura y el hambre de dominio.
La superior, los nuestros, mis mejores amigos, tan de abajo en el tiempo,
amamos el calor de la sangre, la paz de afuera, la libertad,
         [el gozo de existir a la intemperie.
Los otros, los gastados, imponen el temor, las sombras,
                        [el hierro, la aspereza,
y no se hallan a gusto si no tiran allí nuestro despojo irrestañable.
Y qué sarcasmo: estamos, los de arriba, debajo de sus plantas manchadas,
y tienen los de abajo, allá encima, fuerzas increíbles
                [y nos quitan el sueño y la existencia.

(«Solamente hay dos razas», vv. 5-13, Viento y marea, pp. 32-33)[13].

Y el amor es también un medio de tensión hacia lo absoluto: “Te quiero, sí, como a la flor el pájaro infinito / del aire.” («Permanencia», vv. 22-23, A la puerta del hombre)[14]. Y nos encontramos con la mirada de la amada, sellada para siempre en el centro del poeta, esa mirada capaz de desvelar los últimos secretos: “Con tus ojos sabía del secreto del cielo, / por qué es azul, diverso, único, esplendoroso.” («Todo se hizo sencillo», vv. 5-6, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27). Misterio que sólo se comprende si pensamos en el universo como una totalidad armónica, como una gran cadena del ser que conduce, en último término, a Dios[15].

Por ello, el poeta ve en el amor un sólido cimiento en el que se apoya y cobra sentido su existencia. Y es precisamente en los poemas a la mujer amada cuando los versos de Manuel Pinillos se tornan más líricos y entrañables. Unas veces será la descripción de su hermosura a través de la naturaleza: “Un paisaje de labios olvidado, / una orilla de pétalos compacta, / un río que camina / dorando el arenal de mi suspiro” («Dime», vv. 1-4, A la puerta del hombre)[16]. O el olvidarse de que es invierno «perpetuo» y nieva: “Casi se me despinta, a su concierto / la ofrenda transitoria, / y que hay nieve perpetua / en la ojiva callada del otero.” (Ibid., vv. 31-34). Otras, el tiempo que parece detenerse: “Con tus manos corté la blancura del tiempo” («Todo se hizo sencillo», v. 9, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27)[17].

Y el auténtico amor será Margarita, esposa y compañera para el resto de la vida:

Cansado de vivir en mí, me eché a tu río.
Mi cadáver de pena bajaba por tus aguas
y salió a esta otra orilla mi corazón más vivo.
¡Oh, acabar donde era y nacer en tu alma!

He aprendido la vida más cercana y más bella
en tus días iguales, tan seguros y eternos.
Si me haces un plato de ensalada, me besas
con olores de campo, con los labios del cielo.

Si me hablas de cosas tan pequeñas, diarias,
como el precio del puerro o de las alcachofas,
sé la cifra secreta de las más altas ramas
y la fuerza sonora de las primeras rosas.

Cuando callas ma habla el silencio del aire
de la cima de oro que alcanza mi alegría
y un silencio contigo es un silencio a mares
donde escucho la hermosa canción que no sabía.

(«Cuando me despedí de mi tristeza», vv. 1-16, Debajo del cielo, p. 37)[18].

3) Temporalidad y muerte: El viaje definitivo

Y llegamos al otro eje temático esencial en la poesía de Manuel Pinillos, que veremos desde dos perspectivas complementarias: las situaciones de muerte y el hecho físico de la finitud. La muerte es, ante todo, ese viaje definitivo que ha de emprender el ser humano: “La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje / y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos, / mientras la luz se alarga dorando lo distante.” («Caminar es ganar y es perder», vv. 4-6, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 26)[19].

La primera situación vejatoria, que va llevando al poeta a un proceso irreversible de angustia existencial y ausencia de salud, es la falta de amor: “Aquí nos arrebatan. Nos reducen / a polvo de dolor y de ceniza, / y se corta hasta el vuelo de unos ojos / que ingénuamente sondeaban islas, / acaso un corazón sobre la noche” («Pregunta a cualquiera», vv. 6-10, Demasiados ángeles, p. 43)[20]. Desamor y muerte, el gran fracaso del hombre y de Dios; desamor que transforma las calles de la ciudad en un auténtico cementerio de vivos: “Pero volvemos de la calle y su estrépito / y hallamos las puertas de un cementerio solo, / y una desagradable batalla, / o una esquela de defunción de la primavera.” (Poema 12 de En corral ajeno, vv. 4-7, p. 17)[21].

Motivo también de muerte es la ruptura con lo absoluto, el desarraigo celeste, o de los orígenes: “En el atardecer lejano de la infancia / fui silenciosamente enterrando mi primera sonrisa, / y amanecí con este gesto mío tan lleno de impresencia, / como si aquella vez me hubiera yo quedado también con mi ilusión perdida, / y me llorase la muerte prematura” («Fui un niño que supo los ojos maltratados», vv. 5-9, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 26). Y muerte es el silencio del verso, la imposibilidad de escribir: “Pero, estoy tan enfermo, / con el alma tan grave, y con la fiebre al rojo, / que si no hablo en verso, / si no digo algo a voces que se asemeje a un lloro, / me parece, de pronto, que me he muerto.” («Así es», vv. 21-25, Nada es del todo, p. 30)[22].

Y surge la terrible realidad de la muerte física, que, como la vida, parece tratar de diferente forma a unos y otros seres humanos: “Porque me temo mucho que no anda bien la muerte, / que no todos los muertos lo son de igual manera, / que mueren diferentes uno de otro y que surten / un mundo complicado de diversos efectos.” («Los muertos de primera», vv. 1-4, De hombre a hombre, p. 40). Aunque todo depende de la importancia que nosotros, los vivos, demos a cada difunto --a ellos, en realidad, les da ya todo igual--: “Allá afuera, no obstante, alguien lo hizo bandera. / (…) / … El no se entera, / nunca sabrá, descansa. / Reposa bajo noches / iguales, lentas, duras, / roído de recuerdos.” («Un muerto como otro», vv. 17-28, De hombre a hombre, p. 42). El poeta se siente cercano a los muertos sencillos, esos que marchan silenciosamente, desapercibidos, como las cosas: “Hoy he visto el cadáver de una rosa. Modesto.” («Elegía a la rosa», v. 1, Demasiados ángeles, p. 49). Y que han de dejar la ternura de los seres queridos:

Cuando se acaben todas las miradas,
cuando se cierre el aire que nos gira,
se quedarán callando y tan frustradas
como en una muchacha que ha muerto, sus mejillas
sin besos y con brisa.

(«Primera nostalgia», vv. 13-17, Tierra de nadie, p. 11).

Pero Manuel Pinillos no podía dejar de reflexionar sobre su propia experiencia de finitud. Ya desde sus primeros poemarios, se siente convivir con ese muerto que lo habita: “SI, te sé, muerto mío, frecuentándome el pecho, / como un agua que roza, como un río indeciso.” («Sí, te sé, muerto mío», vv. 1-2, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 47)[23]. Una muerte presentida en el crepúsculo: "Vida que amargamente se derrama en la tarde / como el nublado sol que en engarfiada mano / sujeta, terco y duro, el alentar del prado / antes que, sin remedio, la noche total caiga.” («Lejanamente herido», vv. 5-8, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 48). Experiencia para la que el poeta se va preparando cuidadosamente, ya en el presente: “TODOS los días voy a elegir el rincón donde me quedaré, cansado, / hundido ya en el dulce sopor de mi silencio; / la quietud de las noches como un lecho de sombras” («Todos los días voy a elegir el rincón donde me quedaré», vv. 1-3, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 50). Y llegará a imaginarse los ofrecimientos que han de hacerle una vez fallecido: “Vendrían todos con sus manos llenas, / llenas de ramos, llenas de rosarios, / llenas de cintas, llenas de oraciones, / llenas de «pobrecito» y «¡qué poeta!»…” («Si me hundiese», vv. 6-9, La muerte o la vida, p. 32)[24].

Amor y muerte, las dos coordenadas fundamentales en la obra poética de Manuel Pinillos. Cuando ambas se entrecruzan y es la amada quien puede fallecer, el dolor alcanza límites humanamente insoportables: “¿Qué silencio, qué muerte tan callada / te va dejando el cauce malherido, /  a tí que me traías paz y olvido / con solo verte el alma retratada?” («Soneto ante un retrato», vv. 5-8, A la puerta del hombre ). Pero existe un eficaz antídoto contra esa terrible realidad del sufrimiento y la finitud, la presencia de la esposa:

Ay, no me dejes tú morir, porfía
en este beso que inmortal gobierna
tu vecindad conmigo. El ansia mía,
cúbreme eterna, eterna, eterna, eterna.

(«Dime que no terminas», vv. 53-56, Nada es del todo, p. 91).

 
(En Trébede. Mensual Aragonés de Análisis, Opinión y Cultura, Nº 55 -septiembre de 2001-. Con anterioridad había publicado Manuel Pinillos o la consagración a la poesía, Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico», 2000).

[1]Manuel Pinillos padre entendía la poesía como simple ocio de los días de fiesta. Su severa oposición marcó a nuestro poeta (véase José Luis Calvo Carilla, Introducción a la Poesía de Manuel Pinillos. Estudio y Antología, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1989, p. 30). Según Margarita Sanjuán, Manuel Pinillos nació en 1912; el que aparezca 1914 como fecha de su nacimiento puede deberse a algún error de transcripción cometido hace años que no se ha revisado con posterioridad

[2]Corresponde la primera cita a Emilio Alfaro, “Peatón zaragozano”, «Imán», Nº 28, El Día de Aragón, (domingo 9 de abril de 1989), p. IV. De ella afirma Calvo Carilla: “La fecunda compañía de Margarita Sanjuán, a quien conoce en 1954, será el necesrio complemento para esa estructuración imaginaria de la realidad, trascendida desde el momento intensamente vivido” (Manuel Pinillos. Poesía, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Colección «San Jorge», 1990, p. 7). ”. Y Vicente Aleixandre: “A Margarita, mis recuerdos. Siempre la veo siendo tu apoyo y tu mitad de la vida. Los dos ya, la vida entera” (carta de Vicente Aleixandre a Manuel Pinillos, de fecha 1 de enero de 1969; publicada en “Epistolario”, El Día de Aragón, «Imán», -domingo 9 de abril de 1989-, p. II. Margarita Sanjuán, natural de Lerín (Navarra) y sobrina lejana de Amado Alonso, desarrolló desde muy niña una exquisita sensibilidad hacia la poesía y el mundo del arte en general, cursó algún año de Filosofía con el profesor Eugenio Frutos, y colaboraría estrechamente en la obra poética de su esposo.

[3]Vocablos que el poeta utiliza en El octavo día (Tarragona, 1958) para definir lo femenino. El poema transcrito es recopilado así mismo en la Antología de la poesía contemporánea, de José María Aguirre, tomo II, Zaragoza, Clásicos Ebro, 1980 (2ª edición), pp. 101-103.

[4]Manuel Pinillos marchó a la guerra civil como oficial de Regulares, en el bando nacional (Teruel, 1936). Pasaría después al Protectorado de Marruecos (en «Perfil del autor», A la puerta del hombre, Alicante, Colección Verbo, 1948). No lograría salvar al compañero condenado a muerte, única y dolorosa experiencia profesional en toda su vida. Alguna rápida alusión a estos temas en José Luis Calvo Carilla, Introducción a la Poesía de Manuel Pinillos, pp. 16-18.

[5]Por esos años publica nada menos que diez poemarios: Debajo del cielo (Zaragoza, Orejudín, 1960); En corral ajeno (Bilbao, Alrededor de la mesa, 1962); Aún queda sol en los veranos (Santander, La isla de los ratones, 1962); Esperar no es un sueño (Palencia, Rocamador, 1962); Nada es del todo (Zaragoza, Poemas, 1963); Atardece sin mí (Zaragoza, Adarce, 1964); Lugar de origen (Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Diputación Provincial, 1965); Del menos al más (Málaga, Cuadernos de María José, Publicaciones del Guadalhorce, 1966); Viento y marea (Carboneras de Guadazaón, El toro de barro, 1968) y Hasta aquí, del Edén (Zaragoza, 1970). Aparte, numerosos recitales y conferencias en divesos centros culturales de nuestra ciudad y de fuera de ella.

[6]José Antonio Labordeta, «Manuel Pinillos», Andalán, número 257, Zaragoza, -del 15 al 21 de febrero de 1980-. Por esos años publica Hasta aqui, del Edén (1970); Sitiado en la orilla (Luesia -Zaragoza-, Publicaciones Porvivir Independiente, Puyal Colección de Poesía, 1976); Viajero interior (Borja, Taller de Poesía Bóveda, 1980) y Cuando acorta el día (1982) -en el que se incluye el anterior-. Cabe destacar actos públicos y las secciones semanales «Sentado sobre el suelo» y «Libros de poesía», en Heraldo de Aragón.

[7]Entrevista realizada por Antón Castro a Margarita Sanjuán, "Expiró el poeta del verbo desbordado. Con Manuel Pinillos desaparece una de las voces más relevantes de la poesía zaragonesa del siglo", El Día de Aragón, «Espectáculos y cultura», (viernes 24 de marzo de 1989), p. 27.

[8]Leopoldo de Luis, "El octavo día", en «Poesía», Insula, nº 146 (1958). Es esa profunda ternura femenina lo que puede salvar al ser humano de su desarraigo y aniquilamiento (véase Ana María Navales, voz «Pinillos», en GEA (Gran Enciclopedia Aragonesa ), Zaragoza, U.N.A.L.I., 1982).

[9]Tierra de nadie, Madrid, Col. Neblí, 1952. La relación entre madre y paraíso, tema característico en José Hierro y otros poetas de postguerra: "Lo más parecido al paraiso terrenal -en la existencia humana- es la estancia en el seno materno, (…) El nacer significa ya de forma efectiva la expulsión del paraiso" (Gonzalo Corona Marzol, Realidad vital y realidad poética (Poesía y poética de José Hierro, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1991, p. 222). En el universo poético de Pinillos, donde todo es temportal y perecedero, lo único eterno es el amor de la madre y de la mujer amada.

[10]Débil tronco querido, Zaragoza, Colección Dezir, 1959 (utilizo la edición incluida en el volumen Manuel Pinillos. Poesía, Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico» (C.S.I.C.), Colección «San Jorge», 1990). Los poemas de la primera parte del poemario son titulados, significativamente, «nostalgias», La tierra representa a la madre y, en un sentido figurado y existencial, a la muerte (véase Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1981). Especialmente conmovedores son los versos alusivos a la larga enfermedad de la madre: “Ya está tu muerte, madre, ahí, / llegando sin detén, sin contención. / Todos, y tú también, sentimos su riada / llegando tan abiertamente, / llevándose tu breve resto / hacia la inmensidad del ancho zozobrar. / Estás, no obstante, aún en tu mitad temblante; / sobresales del blanco de la cama / como un golpe de hojas que empuja el céfiro / o ese invierno feroz que está envolviéndote / luchando por dejarte la faz como nevada.” («La última ocasión, aunque escasa», vv. 1-11, Atardece sin mí, p. 91). Y aparece el tema del desarraigo, las tierras presentes no pueden saciar la sed de absoluto del hombre: “MADRES inmensas de cegada ala, / ríos colgados de invisible paso. / Oh infinidad de tierras no venidas / al errante correr del triste humano.” («Tercera nostalgia», vv. 1-4, Tierra de nadie, p. 13). Aunque quizá sea en Aún queda sol en los veranos (Santander, Publicaciones La isla de los ratones, 1962) donde se produce, de forma más entrañable, el reencuentro del poeta con sus propias raíces. Las primeras y únicas ediciones de Tierra de nadie y Atardece sin mí corresponden a Madrid, Colección Neblí, 1952, y Zaragoza, Ediciones «La calle», Colección «Adarce», 1964, respectivamente.

[11]Demasiados ángeles, Gerona, Colección Ámbito, 1951. Sentado sobre el suelo, Zaragoza, Colección Almenara, 1951. El primero es sin duda uno de los poemarios más cuidados y líricos del autor.

[12]Nada es del todo, Zaragoza, Colección «Poemas»,1963. Poemario dedicado “A las honradas gentes que luchan denodadamente por la verdad …”.

[13]El poeta se duele de esos hombres que, pese a sus sueños, se dejan arrastrar. Así en el poema «El rebaño», de Demasiados ángeles (pp. 15-16). O en poemarios como De hombre a hombre (Las Palmas de Gran Canaria, Colección Alisio, 1952), o Lugar de origen (Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico» (C.S.I.C.), 1965), entre otros.

[14]El poema, en el texto original, comienza y termina exactamente igual; aunque el poeta añadiera, en corrección autógrafa, las palabras “infinito del aire”.

[15]Sentado sobre el suelo, Zaragoza, Colección Almenara, nº 1, 1951. El amor nos instruye, nos despierta, nos recuerda nuestras raíces celestes: “Yo comprendí en tus labios / que el amor sobrepasa la luz de los primeros tiempos de los mundos” («Amar es como rebelarse», vv. 26-27, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 29).

[16]A la puerta del hombre, Alicante, Ediciones «Verbo», 1948. El poemario aparece sin paginar. En este primer libro, y en algún otro, el poeta se deja llevar por diversas influencias literarias, aunque siempre con un sello personal.

[17]Rosendo Tello afirma: "Me atrevería a afirmar que los poemas de Pinillos más conseguidos eran aquellos en los que el sentimiento imponía su transparencia de dicción." (Rosendo Tello, Introducción a la edición fascímil de la revista Orejudín (1958-1959), Zaragoza, Departamento de Cultura y Educación de la Diputación General de Aragón, 1991, p. 76).

[18]Debajo del cielo, Zaragoza, Colección Orejudín, 1960. Creo que es la primera vez que el poeta toca directamente el tema de la esposa. Sólo el amor de Margarita es capaz de trascender la más simple rutina cotidiana, o el silencio. Y es que la esposa no es sólo una nueva vida para el poeta, ni la gracia y frescura de lo cotidiano, ni siquiera un asomo de lo absoluto; sino esa mujer a la que siempre amó --aun antes de su presencia física-- y en la que la propia existencia cobra un sentido pleno: “Veo tu enorme forma antes de recordarte / y eres todo el futuro: Porque contigo existo.” (Ibid., vv. 23-24, p. 37). Porque sólo ella es diferente: “Ah, tú no eres gris como la calle, / ni tienes niebla entre los brazos.” («Excepto tú», vv. 53-54, Nada es del todo, p. 85). Y Manuel Pinillos colntinúa recreando hermosos instantes, como los mágicos momentos de La Magdalena («Estancia en La Magdalena», Viajero interior; en Cuando acorta el día, p. 14), o el aniversario de boda («Reinstalados en nuestra mínima gran fiesta», Cuando acorta el día, pp. 58-60).

[19]El tema del viaje interior está presente en muchos pomas de Viajero interior, junto con otros viajes a lugares concretos. El viaje, según Jung, es símbolo de insaciedad, mientras el «viaje nocturno por el mar» conlleva la idea de muerte (Juan-Eduardo Cirlot, op. cit.).

[20]Respeto la acentuación del texto original. La muerte cobra un sentido especialmente dramático en la insolidaridad humana, en ese ir sustituyendo la belleza y ternura por brutales barreras que aislan, cada vez más, a unos hombres de otros: “SE va acortando el día; sin niños, con palabras; / (…) / Se va acabando el mundo por zanjas, por esquinas, / por grandes alambradas que separan los hombres.” («Ultima esperanza», vv. 1-4, Tierra de nadie,  p. 21). La muerte, en sentido amplio, es la obsesión última en su poesía: "¿Lo que me propongo con mi poesía? Oídlo: espantar al gran corro de muertos (casi todo el censo planetario), a sus espectrales fluencias" (Manuel Pinillos, «Exploración-yo (Nuevas notas para una mediopoética)», en Revista de Letras, nº 16, Universidad de Puerto Rico -Mayaguez, Diciembre de 1972-, p. 524).

[21]En corral ajeno, Bilbao, Colección Alrededor de la mesa, 1962.

[22]Aunque la palabra poética, como necesidad apremiante, o  desbordamiento, lleve también a la muerte --la poesía como enfermedad--: “La palabra es un tiro que te mata o te nace.” («Qué muertos, sin palabra», v. 9, Nada es del todo, p. 127).

[23]Iluminadora es la cita inicial del poema: “Morir es sólo mirar adentro” (J. R. Jiménez). La unión del poeta con su propio muerto es total, pero entrañablemente serena.

[24]La muerte o la vida, Guadalajara, Colección Doña Endrina, 1955. El atardecer va íntimamente ligado a las ideas de muerte y esperanza. A ser posible, el lugar de reposo será la vieja casa de campo familiar --la entrañable finca de «El Aspro», en La Almunia--: “Cuando me muera, el que me quiera debe / ir a buscarme bajo el aire de álamos; / o entre la tierra que tan bien conozco: / la que he descrito en estos breves trazos. («Final», vv. 19-22, Aún queda sol en los veranos, p. 73). El poeta quiere morir en soledad, en su tierra amada o, lo que es lo mismo, retornar al seno materno: ““Vuelve a su madre”, podría decirse / de los que mueren. Volveré a mamarte, / para creer que volverá mi cuerpo / que es tuyo, tuyo siempre” («Y volverás a sostenerme», vv. 32-35, Débil tronco querido; en  Poesía, p. 120). Insistía Pinillos en su deseo de ser sepultado en tierra, no en nicho. Escribió, por otra parte, más de un poema-epitafio. Será en Nada es del todo, libro en el que el autor reflexiona sobre los más diversos aspectos de la existencia, donde más frecuentemente nos encontremos con el tema de la finitud y el sufrimiento humanos.

Manuel Pinillos. La pasión entrañable

Manuel Pinillos. La pasión entrañable

Simplemente la voz podría revelarnos al ser humano; cuanto más su palabra, la cadencia o desgarro de sus versos. Mi único contacto con Manuel sería una llamada telefónica. Después, la cala lenta de su obra. Entonces se trataba de un trabajo académico, de un estudio en detalle, partiendo de la vida y la poética, de su rico y vastísimo universo, temático, simbólico, estilístico: amor y muerte, desarraigo y presencia de absoluto. Tarea minuciosa y al tiempo ilimitada[1].

Pero era imprescindible acercar el poeta a sus lectores. Toda la poesía aragonesa del siglo que acabamos de cerrar responde a las líneas y calidad, personal muchas veces, de la mejor lírica española. Y, sin embargo, las décadas pasaron hasta que nombres como Julio Antonio Gómez, Miguel Labordeta o Ildefonso Manuel Gil comenzaron a ser reconocidos[2]. No en vano era un contexto de provincias. Los libros de Manuel Pinillos apenas si se pueden encontrar en unas pocas bibliotecas[3]. Y existía otro reto: espigar, entre lo desbordado del poema –al igual que la prosa del relato o la obra de teatro o los artículos-, los versos del amor más entrañable, del lirismo quizá más doloroso, de esa esencia partida en dos mitades; e ir desvelando así las claves últimas. Y el camino se muestra, si cabe, más auténtico.

  1. El poeta en su entorno

De vocación temprana, su primer poemario, A la puerta del hombre, no aparecería hasta 1948 –ya fallecido el padre-. Sólo cuatro años antes, en 1944, salían a la luz dos de los hitos que habrían de marcar la poesía española de postguerra: Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre[4]. Lírica existencial y surrealista, tendencias enfrentadas por su parte en las más significativas revistas del momento, como eran Garcilaso (1943) –del arte por el arte a un nuevo estilo acorde con los tiempos- y Espadaña (1944) –rehumanización y unión poema-vida, compromiso social y trascendencia-[5].

Arraigado debate que continuaba en erupción desde antes de iniciada la contienda civil:

Nuestra participación en los hechos, a lo largo de 1930 y 31, nos sacó del magisterio inmediato de la Generación del 27, para llevarnos hacia Unamuno, hacia Antonio Machado, hacia Ortega. Y nos apartó de la brillante y gozosa tentación del juego poético literario, para acercarnos a la integridad del hombre de carne y hueso. Solidarios con éste, quisimos decir la verdad; responsables ante nuestra condición de escritores, quisimos decirla de la mejor manera posible[6].

El surrealismo, que tanto recordaba a la poesía vanguardista anterior a 1936, no fue bien recibido por los poetas españoles de postguerra. Si bien la relación con algunos miembros del 27 -Aleixandre de forma especial-, con Neruda o Vallejo, o el que Paul Eluard fuera traducido por Celaya, fue ligando la veta surrealista a la lírica más comprometida.

Y es que Manuel Pinillos, uno de esos poetas que por diversas circunstancias publican a la zaga del tiempo y el entorno que les tocó vivir, pertenece de lleno a la generación del 36. Ildefonso-Manuel Gil, Miguel Hernández, G. Bleiberg, D. Ridruejo, Carmen Conde, Juan Panero, L. F. Vivanco, L. Rosales, J. Mª Valverde, G. Celaya, José Luis Cano… Características comunes, la formación durante la República, la “débil dependencia” de las dos generaciones anteriores -el 98 y el 27-, su admiración hacia Garcilaso, similares estéticas o cierto matiz religioso- existencial[7].

A la puerta del hombre entronca, por un lado, con la línea más clásica: “Poeta de inspiración clásica y de aliento moderno, sin resortes ni efectismos espectaculares. […] Todo ello respaldado por una gracia natural y armoniosa y un fragante sentido del paisaje (ejemplo su poema “Dime”, tan lleno de resonancias de Garcilaso)”[8]. Sin olvidar la veta gongorina, tan ligada a su vez al 27 –el tercer centenario de Góngora marcaría el inicio de la generación-. Y enlaza, de otra parte, con la inquietud del hombre y su existencia, más cerca del amor que de la muerte, lindante ya al umbral de los años 50.

1.1.  Poesía de los años 50 y 60 en Aragón

Los años posteriores a la guerra civil son años de penuria, de baja producción, de mitificación del campo y vuelta al mismo, de escasez y racionamiento. Manuel Vázquez Montalbán los retrata del siguiente modo:

Mientras tanto la sociedad española es una sociedad empobrecida, ha bajado a niveles de vida anteriores a los de la República, y no dará el salto adelante hasta que no se produzca el boom económico de los años 60; es una sociedad que vive en condiciones precarias, con un régimen de racionamiento en todos los sentidos de la palabra, miniabastecida, en condiciones de hambre flagrante…[9]

Situación que afectaba asimismo a los intelectuales del momento: “Un país desmovilizado y de cuya clase media podía ser prototipo la familia Labordeta: un padre represaliado, una parentela rural que traía pan blanco y musitaba en silencio sus recuerdos, una prole numerosa, mucho silencio heroico y una radio para escuchar las emisoras extranjeras”[10].

Una derecha fuerte en los diversos ámbitos, apenas se dejaban entreoír ecos aislados de liberalismo o creación del exilio a través de revistas como Índice (1945) o Ínsula (1946). Y una triste cultura de provincias que se hallaba a la altura de los bordillos de las aceras, en la que convivían la infracultura de la clase baja, algún que otro núcleo falangista -Ridruejo, Laín Entralgo, Tovar, Rosales, Panero o Vivanco, incluidos en el grupo Escorial- y escasos organismos, de carácter local y de derechas.

La intelectualidad zaragozana se reducía a “las gentes del Colegio de Santo Tomás de Aquino” y a una minoría que luchaba “en aquellos años cincuenta contra el miedo y el tedio, fuera en cine-clubs y películas “amateur”, en actividades teatrales, recitales poéticos y pocas aventuras más”[11]. Círculos como Acción Católica, Radio Zaragoza y Radio Popular, la Universidad o el T.E.U. Se podía acceder a la buena literatura a través de muy escasas editoriales -Austral, Clásicos Castellanos o Clásicos Ebro-. Entre los organismos públicos, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas o la Universidad, la Diputación Provincial y sus filiales, la Institución “Fernando el Católico” (1943) y los Institutos de Estudios  Turolenses y Darocenses (1948 y 49)[12].

En cuanto a la lírica, los difíciles años cuarenta, década “tan rica embrionariamente para la poesía aragonesa”[13], verían nacer los primeros poemarios de Manuel Pinillos y Miguel Labordeta, o madurar la ya formada personalidad de Ildefonso-Manuel Gil -Poemas de dolor antiguo (1945), Homenaje a Goya (1946), El corazón en los labios (1947)-. Junto a revistas como Proa (1940-1941) -publicación del SEU dirigida por A. Serrano Montalvo, Ramos y Nasarre-, Pilar (1945) -de Zubiaurre y Nasarre- y Doncel (1948) -de A. Serrano Montalvo, con sólo tres números y dos formatos diferentes-

Y esenciales serían las tertulias. Nombres como Joven Academia (1941), Pórtico (1947) –tan ligada después a los poetas del Niké-, La Cadiera (en el 48), Tertulia Teatral, Salduba o Talía y el mismo Cine Club…  o las más específicamente literarias de El Noticiero o el café Ambos Mundos. Aunque, sin duda, de las más relevantes en nuestro entorno cultural las reuniones del Café Niké. Dramaturgos, pintores, hombres de cine, estudiantes de la más diversas disciplinas… y los poetas. Allí tenía entrada desde Quevedo a lo último en poesía social. Una buena amistad entre dos grandes, Labordeta y Pinillos, marcaría el inicio de una importante etapa de la poesía escrita en Aragón –inserta en dos líneas prioritarias-:

A) Una visión surrealista que cuenta con explícitos antecedentes aragoneses y que halla en M. Labordeta un excitador y formalizador poderoso. El verso libre, la imagen de corte onírico, la incidencia prosaica con cierto regusto a lo Vallejo, un tinte de celtiberismo visceral, el tono dislocado del poema, siempre de estructura unitaria. […] De él arrancan los pasos iniciales de I. Ciordia, J. A. Gómez, el que perpetra estas líneas, E. Gastón y J. A. Labordeta.

B) Una visión más realista, más entrañada, en términos generales, con la realidad del momento. De ahí un tono y una expresión más directos, coloquiales y cotidianos. Además del verso libre, estos poetas se sirven de metros y estrofas tradicionales y su contenido se ajusta más al tipo de poesía social que entonces se estilaba. Es la línea que encabeza M. Pinillos y que siguen, por distintos caminos, L. Gracia, G. Gúdel, B. Lorenzo de Blancas, M. Luesma Castán y R. Salas[14].

La ya mítica tertulia del Niké podemos situarla de principios de los años 50 (¿1951?) hasta 1966, cuando comienza la decadencia y diáspora de sus miembros, y el posterior cierre del Café, junto a la muerte de Miguel Labordeta, en el 69. Frente  a las lecturas colectivas o los debates, el rincón apacible donde tomar apuntes o escribir unos versos. Mirador hacia toda la lírica del momento y entelequia semisurrealista de nombre algo esperpéntico, la Oficina Poética Internacional, reflejo en el fondo de tanto inconformismo juvenil. Catapulta de hermosos poemarios y cauce de revistas, esforzado y mimado testimonio de la época. El Niké acogería desde autores de la tan debatida generación del 36 hasta jóvenes que comenzarían a leerse en una antología universitaria de 1965, cuando ya la palabra sabía a libertad[15].

Si A la puerta del hombre enlazaba con una línea clásica, los siguientes poemarios de Manuel Pinillos engarzarían distintos eslabones: el 36 de un lado con las denominadas primera y segunda generaciones de postguerra, de la preocupación por la existencia a la inquietud social. La vuelta a lo religioso, lo intimista y telúrico, referencias explícitas a una guerra que hirió muy hondo, son temas recurrentes después de 1936[16]. Por esos mismos años, otro grupo bastante compacto de poetas, escindido entre garcilasistas y espadañistas, aparece marcado por preocupaciones existenciales y sociales que llegarán a su culmen en la década siguiente.  Autores más cercanos al hombre en sí, Otero, Hierro, Bousoño, Gaos, Garciasol, Nora o Morales. La colección Adonáis de poesía (creada en 1943) daría a conocer algunos títulos de corte existencial[17].

Ya en los años cincuenta se hace prioritaria la tan debatida poesía social. Como inquietud primera del poeta, los problemas del tiempo que le tocó vivir. Ejemplos significativos de esta lírica más  comprometida -que no siempre política-, de corte narrativo e influjo machadiano, son las afirmaciones de Aleixandre -”Poesía es comunicación” (1947)-, Otero -”A la inmensa mayoría”- o Celaya -”no es un fin en sí, sino un instrumento para transformar el mundo”-. No en vano, «El poeta es obra y artífice de su tiempo»[18]. Y será en este entorno donde mejor cabe situar el convencimiento de Rosendo Tello de que en los poetas aragoneses predomina “la resonancia épica de su yo social, mas que individualidad lírica”; los expresionismos y el estilo directo, mas que la delicadeza[19].

Se da asimismo una importante corriente surrealista, considerada muchas veces marginal, que cultivaron los primeros nombres del 27 y del 36. Íntimamente ligado al surrealismo el postismo (1945), una poesía libre e imaginativa, quizá menos automática; en la que cobra un gran valor la musicalidad y la rima, lo puro, lo aparentemente absurdo, el juego y la ironía. Las revistas Verbo, Cervatana y Postismo son fundamentales[20].

Manuel Pinillos encarna el desarraigo en muy diversos órdenes de su vida y su obra. Su segundo libro publicado, Sentado sobre el suelo (1951), es una reposada reflexión, “Parado aquí, en la paz de la llanura”, en torno a la infancia y el amor, la soledad y el sueño. Un primer poemario existencial según Calvo Carilla, del silencio a la entrega, la herida de estar vivo o la presencia tangible de absoluto; un peregrinaje iniciático desde el lugar de origen hasta la muerte. También de 1951 Demasiados ángeles –primera y única entrega de la colección “Ámbito” de poesía-, vivo alegato, como sucederá con poemarios posteriores, de esta orilla del hombre y su existencia, el tiempo y su compromiso: “Estar, estar, Señor, en aquel poco / de carne y palpitar que nos pusieras”. Sólo un año después, Tierra de nadie (1952), poemas recogidos en distintas etapas precedentes que emanan, sin embargo, esas “Aguas clamadas en el mar de nunca”[21].

Eran años en los que el poeta se sabe interpelado en lo más hondo por las voces del tiempo. Fruto de su respuesta fue sin duda la creación de Ámbito. Poesía y Polémica (Gerona-Zaragoza, 1951), revista de tan sólo dos números que reúne lo más representativo de la lírica existencial y comprometida del momento. Carmen Conde, Blas de Otero, José Luis Hidalgo o José Hierro, junto a firmas menos renombradas, como Trina Mercader o Manuel Alvárez Ortega. Más inclinada al hombre que a su entorno, recoge las tendencias y los últimos autores publicados –J. Mª Aguirre o L. de Luis apuestan por la autenticidad en poesía-. Su título aleixandriano es ya una clara toma de postura[22].

La apertura que pedían los intelectuales, entre otros sectores, iba haciendo camino –la admisión en la UNESCO en el 52 y en la ONU en el 55, acuerdos con el Vaticano y EE. UU. en el 53, la inquietud universitaria del 56…-, y, en ese contexto, Pinillos da a la luz dos poemarios esenciales en la poesía de postguerra: De hombre a hombre (1952) y La muerte o la vida (1955). El primero, Premio «Ciudad de Barcelona» 1951, se abre con unas controvertidas palabras de Gabriel Celaya, que darían lugar a cierto enfrentamiento entre ambos autores: “Pero hay otros poetas que, por temperamento, si no por virtud, […] ni siquiera cuidan de guardar las buenas formas. Así Manuel Pinillos, hombre difícil pero poeta directísimo, que con sus nuevos versos me ha agarrado por las solapas sin perdones y me ha dado una buena sacudida de tú a tú”[23]. Todo el libro es un canto al hombre de la calle, cercano y confidente, el “tan hijo de Dios y de otros partos”, en verso narrativo y coloquial. La muerte o la vida, por su parte, es uno de los poemarios más crudos y representativos de toda la lírica del período postbélico. En él tienen cabida desde las Danzas medievales de la Muerte, o su personificación, al niño no nacido o esas madres que dan de amamantar entre oquedades y metralla. Imágenes tremendas, que impresionan, igual que aquellas otras de Hijos de la Ira.

Y retorna el poeta a la veta existencial en tres libros que forman una clara unidad o trilogía: El octavo día (1958), Débil tronco querido (1959) y Debajo del cielo (1960). Continuando con los temas de lo colectivo y el destino trágico del hombre -sus temas esenciales-, Manuel se centra ahora en el origen, junto a lo femenino, o el amor a la madre y a la esposa -la primera parte de El octavo día lleva el título de «Mujer sembrada»-. No en vano nos hallamos, acaso más que nunca, tan «debajo del cielo», en ese octavo día en el que el Creador nos dejó por herencia “el Amor, el Dolor, la Muerte y la Esperanza”[24]. Luego, en Débil tronco querido, volverán las imágenes de la infancia; como en la aleixandriana Sombra del paraíso.

Lo nuevo, sin embargo, de este bloque de poemarios es la recreación y ensoñación en los orígenes: los padres (Débil tronco querido); la mujer / madre / amante (Primera parte de El octavo día), y, en fin, la cosmovisión con ciertos visos de decidido optimismo con que repasa todas las variaciones más entrañadas de su canto. En cierto modo, El octavo día, Débil tronco querido y Debajo del cielo, forman, desde esta perspectiva, una unidad[25].

Entrados los 60 se va consolidando la apertura política, pero también socio-económica y cultural. Los controvertidos Planes de Estabilización y Desarrollo  -1959 y 1963- supondrían ya en sí un intento de progreso. En lo individual, mayor independencia gracias al seiscientos, el turismo, los primeros viajes al extranjero de jóvenes universitarios… Liberalización de pensamiento, madurez social, amplitud de miras en las esferas más diversas –obreros y estudiantes, intelectuales o trabajadores-. El Concilio Vaticano II, de claras inquietudes temporales, es del 63; la nueva Ley de Prensa del 66. La televisión entraba por vez primera en muchos hogares.

Paralelamente, en el plano intelectual irá naciendo, junto a la subcultura y la cultura media, una literatura de mayor calidad a través de algunas editoriales -la barcelonesa Seix-Barral o la madrileña Taurus-. Se habla de la «generación del medio siglo», con una formación muy similar, un origen medio o acomodado, el autodidactismo y la censura. Revistas como Acento Cultural, Revista de Occidente, Cuadernos para el Diálogo… junto a la influencia más creciente de autores latinoamericanos. No será casualidad que Manuel Pinillos comparezca en las más diversas tribunas del país –Madrid, La Magdalena…-, publique de las Antillas a Nueva York o tenga tan buena relación con poetas latinos[26].

Conforme fue avanzando el decenio anterior, la lírica más comprometida se vio reemplazada por otra más cercana a lo ético, la voluntad de estilo y la superación de «lo social». Historia cotidiana y poesía narrativa, un nuevo culto a la belleza sin olvidar al hombre, un perfecto equilibrio entre conocimiento y su bellísima expresión.  Mucho más que tendencias, la poética en sí de cada autor. Y, sin embargo, ese culturalismo de fondo de la generación de los 50, anunciado a su vez en el grupo Cántico (1947-49 y 1954-57) –intimismo y cuidado formal, introspección y vitalismo amoroso-, otro gran marginado en la poesía de postguerra junto al surrealismo, habría de influir en los novísimos. Años de innovación también en la palabra[27].

Y esos años 60 serán también la década más fecunda para Manuel Pinillos. Voz abierta a las nuevas circunstancias pero enraizadamente personal, en 1962, año de hitos[28], daría a la luz tres poemarios de corte más bien existencial, aunque siempre en el tiempo: En corral ajeno, Aún queda sol en los veranos y Esperar no es un sueño –salidos en Bilbao, Santander y Palencia, si bien antes había ya editado en diversas ciudades-. Reiterativo en las obsesiones más vitales, vuelve En corral ajeno a la línea apuntada en Demasiados ángeles y Debajo del cielo, desterrado el poeta de su origen: “pertenezco / a otra nación del aire, lugar ávido, / difícil y adorable por lo nuestro y no nuestro que nos alegra, / pues nos destierra como reos / de culpables ensueños delictivos”. De las meditaciones metalíricas a la acerada crítica de un mundo que lo ignora, entre cierto lirismo y una expresión directa y desgarrada. No falta lo social[29].

Más vitalistas, Aún queda sol en los veranos y Esperar no es un sueño. El primero, “la vertiente temática más placentera de Sentado sobre el suelo” y uno de los más bellos poemarios, es una reafirmación en el ser y en la vida, en la tierra entrañada que es retorno y esencia, en los seres queridos:

Estoy en la apacible luz del campo.
¡Tenía tanta luz arrebatada!
He regresado aquí. Furtivamente.
Bajo la ardiente tarde en llamas.
Yo estaba melancólico, escuchando
la vecindad atroz del alma en brasas.
El viento no se oía, de tan alto,
entre las hojas bajas,
y el cielo era una lágrima distante,
dolida y derrotada,
como la soledad de los suburbios,
en las ciudades, donde el sol no pasa[30].

Poemario de plenitud y de añoranza, Esperar no es un sueño es asimismo un canto a la tierra y a la desolación de una ciudad sin rostro, al amor, al abismo o al absoluto. Diríase el poeta poseer todo en sí: “quiero coger todas las cosas del cielo y de la tierra, / y decir un solo nombre que diga: TODAS-LAS-COSAS-MIAS”. Para volver después a ser ángel caído: “Cuántas veces, oh, cuántas veces, he añorado / la cercanía de la entera infancia, / o lloré por un niño ya imposible / y por su mundo blando y fresco, / inciensado de lilas”[31]. Contradicciones propias del hombre dividido con un fondo indeleble de esperanza.

Entre existencial y metapoético, Nada es del todo (1963) encarna por su parte de la serenidad más clásica al verbo desbordado –con 80 poemas a lo largo de siete apartados-, porque “Nada es del todo: ni la tristeza ni la alegría, ni el dolor ni el consuelo, ni la vida ni la muerte”. Una vez más, la reflexión en torno a la existencia, el origen, el amor: “¿El hombre-niño acaso es el que se nos salva?”. No en vano será el libro donde más frecuentemente nos hallamos de cara a lo finito y el sufrimiento. Pero lo fundamental es la palabra, enfermedad y vida al mismo tiempo: “La palabra, es tremenda. Lo he dicho muchas veces. / Si la usas a menudo acaba por cegarte. / Si te enmudeces todo, ¿qué es eso más que muerte? / La palabra es un tiro que te mata o te nace. / La palabra es lo hiriente”. El poeta se muestra como “un ser veraz y esencial desde el corazón de todo lo existente con su propio corazón de hombre siempre dolido y aún así repartido como una gran ternura”[32]. Misticismo y epicureísmo, aparente sencillez junto a claros rasgos surrealistas, y ese desdoblamiento tan propio de Pinillos.

También entre dos aguas Atardece sin mí (1964): “¡Amo mi vida, amo mi muerte, / amo mi corazón, amo mis intranquilas ráfagas / de arrastrarme en el tiempo!”. Contemplación serena y apasionada de un mundo que declina: “Atardeciendo está. Y no me veo / mi tarde atardeciente”. En Del menos al más (Málaga, 1966) se van entremezclando la línea existencial con otra cotidiana –«El pan nuestro», «Primera cana» o el pueblito entrañado de «Seas tú quien me mates»-, y hasta comprometida: “Esta noche en que se oyen los fusiles cercanos, / en que caen los cuerpos en cualquier calle, canta / tu clarísima nota de silencio grandioso”[33].

Más cercanos a la lírica social –en un juego continuo de idas y retornos sobre unos mismos temas-, Lugar de origen (1965), Viento y marea (1968) y Hasta aquí, del Edén (1970). De nuevo los orígenes, de la cuna al hábitat vital, en círculos concéntricos que van superponiéndose, madre y madrastra a un tiempo, sepultura y eterno renacer: “CIUDAD, ciudad, cansadamente te amo.
No me gustas ahora y sí me gustas. / No me gustas apenas en tu tramo / de bullanguera masa, a que te ajustas; / pero siempre te llamo / en la memoria”. De la casa natal a paisajes amadamente compartidos, como la Romareda o Torrero; una tarde de toros, los barrios, el colegio o el huerto chico… Visto a través del alma de las gentes sencillas que habitan la ciudad: “Se fueron enlazados y en callada / reunión. En las calles / triunfaba la neblina con su viejo / hervor de agua”[34]. Al igual que sucede en Viento y marea, trasunto existencial y metalírico, pero también social –en «Ibarrola el vasco» entre otros poemas- y de denuncia íntima: “Esposa Mira, toca este suelo, este triste / cuarto que nos cobija tan desnudo; / se parece al momento que nos lleva, deshecho, / y enseña sus enormes rotos dando / en la calle con nubes una señal muy larga”. Porque en cada rincón queda la impronta humana: “Cuando parece que estamos asistiendo a un espectáculo de la naturaleza y del arte, penetra allí, como un río escondido, el alma del escritor”[35]. Hasta aquí, del Edén es un libro creado entre las aguas de una época difícil –nuestra propia postguerra, la dictadura, la guerra entre los mundos…- y una nueva apertura en lo formal. Como ese toro en lidia con la muerte, es testigo el poeta de “desastrosas dosis / de mortalidad real y a secas, / mucho dolor compartido o propio”. Hasta infectar la infancia: “Estaba el niño, de rubio y blanco, sobre / la gran rodilla de su madre desfondada”[36].

Los últimos poemarios de Pinillos saldrían a la luz en la etapa final hacia la libertad, social, de pensamiento, democrática. Los partidos políticos, la lucha de estudiantes y de trabajadores, la crisis económica junto al estado de excepción en el 69, el proceso de Burgos en el 70, pluralidad de clases y de ideas… Prensa y radio tuvieron un papel fundamental. Zaragoza experimentaría su propio despertar: el Teatro de Cámara (1966-69), cantautores, Andalán (1972), editoriales y enciclopedias sobre lo aragonés…[37] El mayo francés del 68 y la portuguesa «Revolución de los claveles» de 1974 habría de influir en los intelectuales de dentro y fuera de Aragón. “Se puede proponer 1975 como el año que cierre el período histórico-cultural de la postguerra”; la nueva etapa no supuso un maravilloso florecimiento de obras, dado el “desnortamiento”, más en poesía y novela que en teatro, y la búsqueda de salidas al formalismo de moda[38]. Tras la euforia de un primer momento -El País, Intervíu…-, la década de los ochenta se caracteriza por una vuelta al intimismo, la cotidianeidad y el diario en poesía -Diario de un poeta recién cansado de J. Juaristi-.

Nueve novísimos poetas españoles (1970), de José María Castellet, supone todo un hito: escritura automática, elementos exóticos, artificiosidad, importancia de los mass media… Si bien algunos críticos varios rasgos comunes respecto a los sesenta: cansancio por el realismo, lo solidario de la poesía, el cuidado del lenguaje… Para Carlos Bousoño, “En las dos generaciones de la segunda posguerra se recupera, por un lado, el mundo, que los románticos habían perdido, y por otro, el yo, perdido por los contemporáneos”[39]. Lírica preocupada por la forma, no retórica, que aquí en Aragón tendría su reflejo en la obra de Julio Antonio Gómez, Luis García-Abrines, Manuel de Codes o Miguel Labordeta. Son los años de la «Generación del 65», el progresivo despertar universitario, la asistencia al Niké de los más jóvenes. Y, ya por los ochenta, superado de nuevo todo experimentalismo y transvarguardia, “un claro neorromanticismo”, “un cierto tono de pesimismo elegiaco y un seco humor de hipocresía mordaz”, junto al autobiografismo y “la consideración del poema como producto útil de estética y vida”; y el tono personal y tan diverso[40].

Si ya Hasta aquí, del Edén conciliaba la crítica social con la innovación de estilo, ambas características estarán más marcadas en Sitiado en la orilla (1976). El propio autor confiesa en «Epistolarmente y como con un siseo»: “Nada, nadie / tuyo se aparece en los espejos, / y posible es que partieras”. Porque el atrevimiento de estructuras e imágenes nos irá conduciendo hacia la otra orilla, la del ser en diálogo incesante con el yo del pasado o del futuro, cuando no del lector, nunca ajeno a las contradicciones de un tiempo y un espacio muy concretos: “Europa aún vive, excelsa danzarina que se mueve sobre las Espadas / y coge una espiga de trigo para llevarla a los ojos” («Hijo en el taller de Europa»).

Más hacia el centro último de la misma existencia, Viajero interior (Borja, 1980 –la primera edición sólo 100 ejemplares-, reeditado dos años después, junto a una segunda parte titulada «Apoyado en la luz de la sombra», en Cuando acorta el día (Ayuntamiento de Zaragoza, 1982). El camino y el pájaro, anhelo de saber y conocerse, lugares geográficos e interiores. Los paralelismos, de uno a otro poemario, algo más que casuales. En movimiento siempre en progresión, de abajo arriba, de afuera a lo más íntimo. No faltarán espacios a la sátira agraz y el desencuentro. Pero el poeta ha de reencontrarse con una soledad hoy deseada, ahora que la distancia se acorta por minutos: “Nunca dormida la mirada, nunca dormido el deseo” («Al aire extenso, tu voz devuelta»)[41].

1.2.  Manuel Pinillos (1912-1989)

Manuel Pinillos de Cruells nace en el seno de una familia acomodada. Hijo de Manuel Pinillos Serrano, prestigioso abogado zaragozano, y Rosario de Cruells. Su vida será desde el principio una incesante lucha de contrarios: desarraigo y ternura, amor y muerte. En Débil tronco querido nos describe ese primer origen: “¡Ah!, el tronco era mayor, tú te mecías / en la más recia sombra, la del padre, / y juntos alentabais / esta rama rebelde, / la delicada forma de las hijas, / los aleteos a veces algo inútiles / que mi corazón húmedo, y el sueño, / lanzaban a la sombra vuestra erguida”. El poeta tendría dos hermanas. Instantes de entrañado paraíso en la casa de El Aspro, en La Almunia, “Entre unos viejos suelos familiares”; la calidez materna, o un cosmos reinventado desde la más inocente fantasía[42].

Muy pronto sin embargo habría de sufrir la expulsión definitivamente dolorosa de ese edén de la infancia: “Fui un niño que supo, al salir de su ensueño, los ojos maltratados, / al modo de la herrumbre en que quedan los brillantes metales / que hemos visto fulgir con apariencia eterna y sucesiva, / para luego empañarse en el viscoso vaho de la incipiente niebla que ensucia  las ciudades” (Sentado sobre el suelo). Enfrentado al padre por unas concepciones radicalmente opuestas, la madre se iría transformando en un refugio íntimo. La familia, en una constante diana de ironías:

Se halla reunida la familia en deliberación permanente,
apretándose a sus rancios valores desportillados y arcaicos,
muy juntos en medio de la calefacción y las fincas,
con su dejo del antaño abrumando
cualquier naturalidad distante de su envaramiento[43].

Pudo ser la carrera de Derecho impuesta por el padre: “Le cogí una manía terrible a la carrera de Abogado”[44]. O un distanciamiento progresivo. Manuel inició su adolescencia en el más absoluto desarraigo. La batalla interior y familiar, y un viento de aventuras, le llevan a Teruel como Oficial de Regulares. Y una nueva derrota, profesional, al intentar salvar de un consejo de guerra a otro soldado amigo. Y de ahí a Marruecos. La contienda civil habría de dejarle incurables heridas, sobre todo en el alma:

Porque yo recuerdo muy vivamente que en África, a nuestro paso, corrían las mujeres apretando fuertemente a sus hijos pequeños contra el pecho, se desbandaban con rostros demudados, con rostros de viejo susto, un susto acumulado por muchos lustros de abusos de todo género[45].

Escasos elementos positivos en ese tiempo estéril, fuera de las aportaciones a la revista hispano-árabe Ketama, dirigida por Trina Mercader –fiel colaboradora años después de Ámbito-, o la obtención del Premio «África» de periodismo 1947 por un conjunto de artículos publicados en el diario La Lucha de Teruel[46]. Podríamos decir, kafkaniamente casi, cómo Manuel Pinillos nació como poeta tras la muerte del padre con la publicación de A la puerta del hombre. Oficial de prisiones –Zaragoza y Teruel, después Gerona-, en tan sólo tres años lograba el codiciado galardón «Ciudad de Barcelona» 1951 con De hombre a hombre, después de publicar otros tres títulos de los muchos inéditos[47]. Intento de retorno al paraíso a través del poema.

Aunque no cabe duda que será en los sesenta cuando esa voz despierte definitivamente. Diez poemarios más, de Debajo del cielo a Hasta aquí, del Edén, y una infatigable actividad en tribunas y conmemoraciones públicas: la Agrupación Artística Aragonesa, el círculo “Medina”, la Asociación de Prensa, la Universidad, la Institución “Fernando el Católico”, en colegios mayores… Y, más allá, Madrid, en casa de Aleixandre, el Ateneo –gracias a la amistad con Garciasol o Leopoldo de Luis-, o abriendo nuevas puertas: “Conocí a Manuel Pinillos, no ha mucho, en casa de un común poeta amigo y asiduo colaborador de estas ediciones, Carlos Rodríguez Spiteri. Inmediatamente pensé en el atraco editorial” («Nota a la edición», Del menos al más). Y luego América, poemas en revistas junto a la entrañable relación con autores latinos[48].

En uno de esos actos Manuel conocería al amor de su vida, Margarita Sanjuán. Todo apunta al 2 de mayo del 54, en el Ateneo, Fiesta de la Poesía, con lecturas de Salas, Gúdel, Labordeta o Pinillos entre otros. La primera salida, en un día de niebla. Atrás quedaban sueños, incertidumbres, desalientos… o ese primer amor que se deja entrever en A la puerta del hombre[49]. Y la luna de miel, en el verano del 65, y la Universidad de Santander: “Tendidos ya en el lecho enteramente, / ascendió la vida / hasta la esfera encendida del cuévano del cielo” («Estancia en La Magdalena», Cuando acorta el día). Pocos días después fallecía la madre, pero el poeta había ya encontrado su edén definitivo:

       He aprendido la vida más cercana y más bella
en tus días iguales, tan seguros y eternos.
Si me haces un plato de ensalada, me besas
con olores de campo, con los labios del cielo[50].

La compañía imprescindible de la esposa y la labor perenne de rescribir la vida, pasados los 70 se iría ya prefigurando un lento atardecer: “Generalmente escribo ahora en la mediatarde”. Y se irán espaciando las publicaciones, los viajes, los compromisos múltiples. Al fondo, los amigos, la relectura calma de su obra anterior, las heridas del tiempo, esa mirada entrañada que hará posible el viaje y el retorno: “Y estará, joven ya, inmensa, / con las flores que tenía / cuando la encontré una vez / -yo, niño-, que sonreía / de verme nacer pequeño, / manoteando en su caricia”[51]. Porque Manuel Pinillos se debate sin tregua del dolor por la vida a la esperanza, del desarraigo íntimo a la pasión.

1.3.  La poética del hombre desdoblado

Sentimiento y razón, sórdido hundimiento existencial y entrañado lirismo, sintaxis desbordada junto a la más sencilla expresividad –en apariencia al menos-. Estilo del poeta y el ser humano dividido, tan propio de postguerra: “Una de las formas más evidentes del conflicto suscitado en el seno del hombre “dividido” es el enfrentamiento entre la razón y el sentimiento, la reflexión y la emoción, o, dicho en términos unamunianos, la cabeza y el corazón. […] La contradicción forma parte de la lógica de la existencia, no de la lógica abstracta”. Lo que a su vez responde a esa necesidad de entregar a los otros la cargazón vital:

Siempre estoy escribiendo, pero no
necesariamente  con palabras.
Tan sólo son llamadas, como nombres perdidos[52].

Característica asimismo esencial en la poética del autor es la expresión sencilla, como de andar por casa: “¡Me joroba tener que dar brillo / a lo que me hace una llaga en el sitio / donde guardo mi cruz!”[53]. Compartir e ir redescubriendo juntos el amor y el dolor del existente, la enfermedad letal de la palabra o la muerte sepulta en el silencio. Porque en Manuel Pinillos el concepto más aleixandriano de poesía como comunicación confluye con aquel, surgido a mitad de los cincuenta, de una nueva visión del fenómeno lírico como conocimiento, defendido entre otros por Valente. Sin olvidar el lado visionario y simbólico, al fin y al cabo “poesía es un grado superior de la expresividad lingüística”[54].

Fruto de esas contradicciones de raíz, la sintaxis asimismo dividida, los juegos de contrarios, las rimas reiteradas, los paréntesis… y de forma especial paradojas y antítesis: “Esa que acaso es aún / casi una niña, / esa mujer reciente y remansada, / se torna impetuosa, y se revela / sapiente y receptiva”[55]. Pero, muy por encima, el poema en apóstrofes, en diálogo continuo con ese “tú” que expresa reflexión, distancia, extrañamiento; y también pretérito o futuro, soledad o comunicación con el lector, con un Dios silencioso o entrañado, consigo mismo, en suma: “¡Ah, tú, vendaval de la contradicción, / qué bien me azotas y me das el aroma anticipado de las enormes distancias!”[56]. Porque poeta y hombre, desarraigo y ternura hasta el abismo, es entrega y esencia compartidas:

Pero quise sentarme, y sosegado,
sobre la blanda hierba y junto al río
iros cantando, hablando a mi manera,
fluyente con mi verso
[…]
la heredada armonía del pasado
que ya es ser, ser de mí, ser de mis venas [57].

 

(Poesía completa (1948-1982), de Manuel Pinillos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, colección Larumbe de Textos Aragoneses, 2008).


[1] En la Introducción a Manuel Pinillos o la consagración a la poesía (Martínez Barca [2000], pp. 15-17) relato cómo aquella llamada daría origen a la que fue mi tesis doctoral.

[2] Me refiero, entre otros títulos, a las ediciones de Miguel Labordeta (1972), Antonio Pérez Lasheras (1992) o Manuel Hernández Martínez (1997).

[3] Aparte del Legado Manuel Pinillos, del Instituto Bibliográfico Aragonés (Biblioteca de Aragón), se hallan ejemplares del autor en la María Moliner, la General Universitaria y la José Sinués, así como en la Universidad Carlos III y en la Biblioteca Nacional, de Madrid. Tierra de Nadie (Col. Neblí, 1952) figura en el catálogo de venta por Internet de la Librería Renacimiento, de Sevilla. Como hago constar en la bibliografía, referencias a ediciones de Pinillos, y suponemos que asimismo algún ejemplar, se encuentran también en las páginas electrónicas de la Librería Antonio Mateos, la Biblioteca virtual del Instituto Cervantes y la Biblioteca Rafael Alberti, así como en la web de la revista Poesía Española, entre otros lugares.

[4] Tan tardía edición de un primer poemario se debería a la oposición del padre, Manuel Pinillos Serrano, prestigioso abogado zaragozano y aficionado a la poesía decimonónica. Diversas coincidencias nos rememoran versos de Hijos de la ira; Aleixandre estaría presente, sin ir más lejos, en la revista Ámbito. Poesía y Polémica (creada por Pinillos y clausurada en el mismo 1951).

[5] Garcilaso (1943) no tardaría en encontrarse a convencidos detractores en poetas más radicalmente comprometidos, como José Hierro, o colaboradores de las revistas Corcel (1942-1949), Proel (1944), Entregas de Poesía (Barcelona, 1944), la alicantina Tabarca (1943) o el manifiesto de Cisneros (Madrid, 1943). Como órganos difusores del surrealismo, las revistas La cerbatana (1945), Verbo (Alicante, 1953) o Postismo (1945) -con C. E. de Ory, E. Chicharro y S. Sernesi-. (Fanny Rubio y José Luis Falcó, [1982],  pp. 46-51).

[6] Ildefonso-Manuel Gil, (1968), en Víctor García de la Concha (1987), p. 19. 

[7] Fanny Rubio y José Luis Falcó, (1982), pp. 27-29.

[8] «Perfil del autor», prólogo al poemario.

[9] Manuel Vázquez Montalbán (1986), p. 121.

[10] José-Carlos Mainer, (1988), pp. 264-265.

[11] Eloy Fernández Clemente (1984), p. 15.

[12] Privadas eran la Agrupación Artística Aragonesa y el Ateneo, y las tres Academias (Medicina, Ciencias y Nobles y Bellas Artes de San Luis).

[13] Tello Aína (1973), p. 40.

[14] Tello Aína (1984), p. 56. Cuando se conocieron, en 1951, Miguel Labordeta tenía tres poemarios publicados -Sumido 25 (1948), Violento idílico (1949) y Transeúnte central (1950)-; Manuel Pinillos otros tres -A la puerta del hombre (1948), Sentado sobre el suelo (1951) y Demasiados ángeles (1951)-.

[15] Publicaciones dirigidas por poetas del Niké serían Ambito (1951), Orejudín (1958), Papageno (1958-1960), Despacho literario (Tauro 1960, Géminis 1961 y Capricornio 1963) o Poemas (1962-1964); junto a editoriales como «Coso Aragonés del Ingenio» (1959-1961, con las colecciones «Dezir» de poesía, «Alcorce» de teatro, novela y cuento, y «Raíz» de ensayo y crítica), «Papageno» (1961), «Poemas» (1963) o «Fuendetodos» (1969-1973, incluida la editorial «Javalambre»). Generación del 65. Antología de poetas hallados en la Facultad de Filosofía y Letras (1967, nº 9 de la Col. Poemas), con introducción de Miguel Labordeta, llegó a retirarse del mercado “por secuestro gubernativo.

[16] Poetas que publican en los años 40: Tiempo de dolor (1940), de Vivanco; Más allá de las ruinas (1947), de Bleiberg; Elegías (1948), de Ridruejo; La casa encendida (1949), de Rosales; Escrito a cada instante (1949), de Panero; La espera (1949), de Valverde; El tiempo recobrado (1950), de Ildefonso-Manuel Gil… y alguno en el exilio: Las ilusiones (1945), de Gil-Albert, o Primavera en Eaton Hastings, de Pedro Garfias (José Luis Cano [1972 y 1974]).

[17] Blas de Otero -Ángel fieramente humano (1950)-, Vicente Gaos -Arcángel de mi noche (Premio Adonáis 1943)-, Bousoño -Hacia otra luz (1952)-, Nora -Contemplación del tiempo (1948)- o Hidalgo -Los muertos (1947)- son deudos de esa línea, entre otros.

[18] José Hierro, en Francisco Ribes (1952). Autores de preocupaciones sociales fueron Angela Figuera -Vencida por el ángel-, Gabriel Celaya –Las cartas boca arriba (1951)-, Victoriano Crémer –Nuevos cantos de vida y esperanza-, Eugenio de Nora -España pasión de vida-, Blas de Otero -Pido la paz y la palabra- o Angel González -Áspero mundo y Sin esperanza, con convencimiento-.

[19] Tello Aína (1986).

[20] Poetas de corte surrealista que publicaron en la etapa, Juan Eduardo Cirlot -La muerte de Gerión (1943)-, José Luis Hidalgo -Raíz, Los animales (1944)-, Gabino Alejandro Carriedo -La piña sespera (1948), La flor del humo (1949), Del mal, el menos (1952)- o Angel Crespo -Una lengua emerge (1950), Quedan señales (1953), y Junio feliz (1959)-.

[21] Tierra sin nosotros, de José Luis Hidalgo, sería publicado en 1946.

[22] “Nombre, conmovedoramente, demasiado próximo a mí” (Vicente Aleixandre, en Ámbito, nº 2, p. 2). Se reseñarían, entre otros, Las cartas boca arriba (1951), de Gabriel Celaya, Vencida por el ángel (1950), de Angela Figuera Aymerich, o Transeúnte central (1950), de Miguel Labordeta. Manuel Pinillos, que aparece en las páginas con unas «Elegías» y el seudónimo crítico de Julián de Eraso, había ya fundado en Marruecos, junto a Trina Mercader, la revista Ketama.

[23] Gabriel Celaya, «Así es Manuel Pinillos», en De hombre a hombre. Celaya, más allá de cualquier interpretación equívoca, alaba ese compromiso “de hombre a hombre”, frente a las simples formas; todo garcilasismo queda ya trasnochado: “La alegre sonetería sólo suena ya en la lejanía pero aún quedan por ahí muchos garcilasistas vergonzantes y muchos poetas de cuello duro con costra de gomina en el corazón tanto como en la cabeza” (ibid.).

[24] Cita inicial a El octavo día.

[25] Calvo Carilla (1989b), p. 68.

[26] “Le escribiré más largo desde California. Le incluyo un recorte donde hablo de usted. Ese es de un periódico de las Antillas. Pero ha salido en otro de Nueva York -no tengo ejemplar aún- y en cincuenta y ocho más (todos de mucha circulación -los más prestigiosos-) desde Buenos Aires y Santiago de Chile hasta California, Texas y Florida” (Sender [1963], f. ms., en Martínez Barca [2000], p. 493). En la sección «Libros que recordar», de Poemas, Manuel Pinillos reseña a diversos autores de allende el océano. Y puede que publicara un poemario en Buenos Aires, A voces y en secreto (anunciado a su vez en Nada es del todo [1963]).

[27] Poetas de la generación o grupo poético de los años 50 serían, entre otros, C. Rodríguez -Don de la ebriedad (1953)-, J. A. Valente -A modo de esperanza (1955)-, J. A. Goitysolo -El retorno (1955)-, A. González -Áspero mundo (1956)-, C. Barral -Metropolitano (1957)-, J. Gil de Biedma -Compañeros de viaje (1959)-, F. Brines -Las brasas (1960)-. F. Grande -Las piedras (1963)-. Es el momento de Algunos caracteres de la nueva poesía española (1955), discurso de ingreso en la Academia de Vicente Aleixandre, o Teoría de la expresión poética (1966), de Carlos Bousoño. “Ahora ya sabemos que las aventuras exclusiva o preferentemente estéticas han pasado al museo […]; pero parece también muy cierto que hoy ningún poeta se siente justificado por imitar a Otero o a Celaya o a Aleixandre” –equilibrio estética/compromiso- (Félix Grande, «Poética», en Batlló [1977], p. 327).

[28] Conversaciones con el Mercado Común, importantes conflictos huelguísticos, reuniones de Munich, reorganización ministerial… (Elías Díaz [1984], p. 109).

[29] “Extranjeros, de habla inentendible, / dirigen mi destino. ¡Oh burlesca / mueca de todo! Y yo reparto / el pan sobre la mesa y les sonrío / a esas migas con hiel y desdeñoso orujo / que quedan un rato sobre el trapo / de mantel donde ingiero mi vida desvaída” (Poema 2, En corral ajeno).

[30] «Estoy en la apacible luz del campo», Aún queda sol en los veranos. El entrecomillado corresponde a Calvo Carilla (1989b), p. 73. Todo el poemario está inspirado y escrito en la finca familiar de «El Aspro» (La Almunia).*

[31] «Con un solo nombre» y «Edad necesaria», Esperar no es un sueño.

[32] María Beneyto (1963), f. ms. Los entrecomillados anteriores corresponden a la nota introductoria y a los poemas «La extensa amenaza» y «Qué muertos, sin palabra», Nada es del todo.

[33] «Por el mar, sobre los fusiles», Del menos al más. Los anteriores entrecomillados pertenecen a «Fusión con la materia» y «No renuncio a estas cosas mías», Atardece sin mí. José Luis Calvo Carilla subraya así el lirismo de este libro: “Es tanta la suavidad y belleza que arropa a este libro, que en todo él no se encuentra, en cuanto a la forma, más que dos o tres poemas con rima perfecta, y ésta sin esfuerzo, con una suavidad tan delgada, tan incorpórea, que no parece rima, sino un acercamiento natural melódico” (Calvo Carilla [1989b], p. 83).

[34] «Eres lo que en ti tengo» y «Dos perdidos y juntos», Lugar de origen. Calvo Carilla ahonda en el significado de Lugar de origen: “su trayectoria poética nos presenta, a modo de círculos concéntricos, una serie de referencias circunstanciales donde la voz del poeta madura y se manifiesta. Círculos concéntricos que se superponen, desde el cuarto, la casa y la ciudad, hasta Aragón, España y el caos vital del mundo en que vivimos” (Calvo Carilla [1989b], pp. 85 y ss.).

[35] Camón Aznar, «La poesía de Manuel Pinillos», prólogo a Lugar de origen. El entrecomillado anterior, «Realquilados», Viento y marea. Leemos en nota explicativa a pie de página: “Este poema debe considerarse como una segunda parte de «Humilde historia de mi cuarto»…, aquel cuarto que ya no es mío”. El poema sería escrito entre 1966, año en el que se cierra la casa familia de la Plaza de España, y 1968.

[36] «De tumbo en tumba» y «Niño patético», Hasta aquí, del Edén. Libertad expresiva y atrevidas metáforas propia de los 70, es considerado por Manuel Pinillos como un claro exponente de crítica social de un régimen ya caduco.

[37] «Colección Aragón» (1974), «Colección Básica Aragonesa» (1976), «Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses» (1976), Gran Enciclopedia Aragonesa (1980-1982)… “Durante treinta años la organización de la cultura en Aragón no varió, en manos de una burguesía tradicional adscrita al régimen franquista. En la década de los setenta las fuerzas sociales populares promovieron, en nuestra tierra, un movimiento cultural que creó sus propias fórmulas organizativas” (Delgado Echevarría [1982])

[38] Sanz Villanueva (1984), pp. 46-49.

[39] Carlos Bousoño (1979), p. 16. Autores que hablan de ruptura, junto a Castellet (1966 y 1970), José Luis Cano (1974), Concepción G. Moral y Rosa María Pereda (1979). Fanny Rubio y José Manuel Falcó (1982), ven la línea continua de una a otra década. Precursores o poetas del momento, Alfonso Costafreda, Pere Gimferrer -Arde el mar (1966)-, Guillermo Carnero -Dibujo de la muerte (1967)-, César Simón -Estupor final (1977)-.

[40] Ángel Guinda (1986).

[41] La siguiente publicación de Manuel Pinillos sería Poesía (1990), edición póstuma que reúne los poemarios Sentado sobre el suelo, La muerte o la vida, Débil tronco querido, Lugar de origen y Cuando acorta el día.

[42] El propio poeta reconoce: “Cuando uno era un mocoso conoció de visu la montaña y el mar, y a la vista de tales maravillas naturales forjó -poco más tarde, pues entonces tenía tres años- el tremendo propósito de escalar la más alta cumbre de la Tierra” (Heraldo [7-V-1981]). Abren los anteriores versos Aun queda sol en los veranos. Una de las hermanas, María del Rosario Pinillos, aparece como primera suscriptora de honor de la Colección «Ámbito» -en Demasiados ángeles-. El que figure 1914 como fecha del nacimiento de Manuel Pinillos, ya al inicio de A la puerta del hombre, puede deberse a un simple error de transcripción.

[43] «Libertados de la vieja familia», Cuando acorta el día. La madre será siempre ese albergue entrañable que habrá de perdurar en el poeta: “¡Oh, madre, vuelo ligero, / avecita que cruzas sobre vastas regiones! / Así te observo, casi apagada / pero continuándote en mis ojos”. Pero ese mismo libro, Débil tronco querido, se lo dedica “A mis padres: / Por lo que no les comprendí, / por lo que no me comprendieron”.

[44] “Toda la carrera la hice en el canal y en una sala donde jugábamos al póker por las mañanas. Hubo un catedrático que sólo me conoció a la hora del examen” (Falca, [1980]). El jovencísimo Manuel estaba bien ajeno al prestigio alcanzado en nuestra ciudad por los estudios de Derecho.

[45] Heraldo (24-X-1976). Dura experiencia la de ese soldado casi niño, tras la búsqueda de algo que jamás encontró: “Él vuelve de la guerra. / Vuelve de oscuras noches, / de espantos silenciosos. / Fue a defender hermosas / palabras. Nunca supo bien lo que era” («Él vuelve», De hombre a hombre). Leemos en «Perfil del autor», de A la puerta del hombre: “Durante el Movimiento Nacional fue oficial de Regulares, siendo dos veces herido en campaña, una de ellas gravemente. Terminado aquel pasó a nuestro Protectorado de Marruecos, donde permaneció destacado durante más de un año”. Fueron en realidad unos tres años: “He estado con moros tres años. Mandaba Regulares” (Pinillos [1949], f. ms.).

[46] La Lucha, diario marcadamente falangista, no dejará tampoco impronta alguna en la biografía posterior: “Yo no creo que sea conveniente que un poeta se dedique a la política, pero creo que en cierta época de tu vida tienes forzosamente que caer en la política porque es lo que te ayuda a estar en sociedad. […] En el último año de Franco yo estaba a punto de hacerme del Partido Comunista, pero sobre todo soy ácrata y no hay nadie más contrario al P.C. que un ácrata” (Falca, [1980]).

[47] En 1948 contaba ya Manuel Pinillos con los inéditos Tiempo parado, Tus ojos en mi herida, Reguero de Dios y La fuga de los árboles, amén de las obras teatrales dramáticas Una ventana, La luz en el túnel y Un humo en las montañas (emitidas por Radio Zaragoza, 1946-48). O la novela corta Se aplaca el río (Madrid, El Español, agosto de 1955). Y habría que añadir otros muchos títulos que se anuncian en los sucesivos poemarios editados: Claves para otro tiempo -Tertulia Literaria Hispanoamericana, Madrid, en 1966-, El otro, Mientras vamos quedando -en Demasiados ángeles (1951)-, A voces y en secreto –en Nada es del todo (1963)…

[48] Aparece un sinnúmero de reseñas en las secciones «Libros que recordar», en la revista Poemas, y «Libros de poesía», de Heraldo de Aragón. Su labor como conferenciante, de los años 50 a los 70, no tiene pausa.*

[49] Podría deducirse que se trata de Trina Mercader, a quien Manuel Pinillos conoció durante su estancia en África; o un canto al amor universal. También parece que el poeta mantuvo, un tiempo antes de estar con Margarita, otra muy entrañable relación.

[50] «Cuando me despedí de mi tristeza», Debajo del cielo. Aunque ese retorno al paraíso se halle siempre presente en el autor a partir de Sentado sobre el suelo (1951), siendo eje esencial en Débil tronco querido (1959), Aun queda sol en los veranos (1962) o Lugar de origen (1965).

[51] «Vino a mi nombre y era tierra», Debajo del cielo. Poema a la muerte de la madre. Pertenece el anterior entrecomillado a Heraldo (21-VI-1981). Los amigos se harían más cercanos en esos años últimos: “El autor agradece la aportación generosa de un reducido grupo de amigos que, al costear esta edición, han facilitado grandemente su tarea divulgadora, haciéndola más rápida” (Hasta aquí, del Edén). La enfermedad y alguna que otra intervención, la casi inevitable soledad, los recuerdos de infancia y, entre tanto, ese querer volver sobre los libros y querer corregirlos, según Marga.

[52] «Para llamar», Esperar no es un sueño. El entrecomillado es de Corona Marzol (1991), p. 291.

[53] «Carta a mayores», Nada es del todo. El poeta aconseja en todo momento la expresión más directa: “Dámaso Alonso: yo, querría / que te olvidases de tu rectoría” («Carta a mayores»). Blanco muchas veces de su crítica la figura del poeta profesor y sus efectismos estilísticos: “Profesor, ah profesor, voz de campanario / que resuena majestuosa, barbado como maleza / rijosa en torno a la torre mental” («El rimbombante profesor», Cuando acorta el día). Reconoce Pinillos: “Porque yo no pertenezco al cupo de los poetas-profesores o al de los profesores a secas” («Defensa» [1967]).

[54] Carlos Bousoño (1966).

[55] Poema III de «Mujer sembrada», El octavo día. La antítesis se da entre adjetivos, igual que puede darse en toda una oración o a lo largo incluso del poema. Más radical aún será la paradoja: “Amar todo tan cierto / es ir a un morir pronto” («Doy gracias», Demasiados ángeles); junto con la lítotes o negación y la ironía. El paralelismo, la estructura bimembre, la reiteración sintáctica y semántica, la anáfora y la rima, la gradación, el entrecomillado o el paréntesis, la amplificación… otros tantos recursos que remarcan el desdoblamiento expresivo.

[56] «Tú sabes», Cuando acorta el día. O puede ser la amada, el paraíso, la vida y sus contrarios. Muchas veces el poeta se dirige a “vosotros”, en plural, nosotros, los lectores, o el hombre de la calle, como él mismo.

[57] «PARADO aquí, en la paz de la llanura», Sentado sobre el suelo.

Poesía completa (1948-1982)

Poesía completa (1948-1982)

Caminar es ganar y es perder

Caminar es ganar y es perder porque está todo lejos
y a veces, deteniéndose, se domina el camino.
La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje
y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos,
mientras la luz se alarga dorando lo distante.

Por eso me detengo a recontar las horas,
igual que se vigila el volver del rebaño
en el anochecer pausado de los valles;
y al decir su recuerdo es como si lo diera,
emprendiendo la marcha más ligero, más solo,
más mío, más posible.

                      (Sentado sobre el suelo, 1951).

***

 Cuando me despedí de mi tristeza

                                                            A Margarita

Cansado de vivir en mí, me eché a tu río.
Mi cadáver de pena bajaba por tus aguas
y salió a esta otra orilla mi corazón más vivo.
¡Oh, acabar donde era y nacer en tu alma!

He aprendido la vida más cercana y más bella
en tus días iguales, tan seguros y eternos.
Si me haces un plato de ensalada, me besas
con olores de campo, con los labios del cielo.

Si me hablas de cosas tan pequeñas, diarias,
como el precio del puerro o de las alcachofas,
sé la cifra secreta de las más altas ramas
y la fuerza sonora de las primeras rosas.

Cuando callas me habla el silencio del aire
de la cima de oro que alcanza mí alegría
y un silencio contigo es un silencio a mares
donde escucho la hermosa canción que no sabía.

Soy ya como las salas de un castillo encantado
donde todas las luces dicen palabras tuyas.
Hay letras de tu nombre por todo mi pasado
y te conozco hasta en la muerte que me suba.

Pero no digo esto por decir, extasiándome
en ese alrededor que me das ahora mismo.
Veo tu enorme forma antes de recordarte
y eres todo el futuro: Porque contigo, existo.

                               (Debajo del cielo, 1960).

***

Humilde historia de mi cuarto

Cuando te miro, humilde cuarto mío,
seguro y limpio, lleno de mi vida,
asomado a tus cales, a tu friso,
sentándome en tus sillas de madera,
me veo quietamente desvestido
del que soy en mis pasos, en mi rauda
consecución ajena a tu hondo espejo,
que en ti me configura. Tus arrugas,
tus grietas en los muros, se te han hecho
a través de mis años. ¡Ya las siento
pegadas a mi carne! Son el rostro
frontero que me dice lo que arrastro
de vejez, de tus horas ayudándome
con tu paz, con tus techos protectores;
con la luz que se filtra en tu ventana.

Cuando abro tus cristales y entra el día,
y viene el sol, benigno, hasta mis dedos,
como una paloma, con su pico
acariciando mi epidermis; cuando
me levanto del lecho y cojo un libro
y me hundo en sus márgenes calientes,
vuelvo la vista a tus paredes lisas
y sé que estoy mecido por tus brazos
que me contienen y me arropan. Salgo
-algo me llama, algo me empuja-,
me uno a la ría de los otros, pero
vuelvo, y me miras con tus ojos claros
y en seguida comprendes lo que tengo
dejando en las aceras, si estoy triste,
si me alegro, si canto por debajo,
indiferente a los raspazos de la lucha.
Pasan los meses, cava el tiempo encima
furiosamente duele;
pero tú permaneces a mi lado,
envolviéndome, atándome a las cosas
que me guardas solícito (ah tu armario
repleto de papeles, de recuerdos,
de pequeños detalles expresivos),
y pasa el tiempo en vida, pero duras
como mi cuerpo que me lleva y muestra
lo andado, lo sabido, lo que tengo si sufro.

Salgo afuera, me dejo atrás tu puerta
favorable, porque uno se hace al choque
de lo que enfrente a su frontera bulle;
pero tú aquí me aguardas, aquí pones
tu meta de partida y de llegada,
y como un perro noble me saludas
al retorno, lamiendo vas mi mano
cansada, me despojas de la ropa
aparatosa que me viste el hábito
social, y tiernamente me desahogas:
haces comodidad cada minuto,
te echas a mis pies en las alfombras,
me acoges en tu límite callado...

Un día, pasaré tu dintel último
y ya no habrá la vuelta de las noches,
el pitillo final de madrugada.
Pero en tu atroz silencio habrá algo íntimo,
como ese en que la esposa nos espera
cuando salimos y tardamos. Todo,
tus cuadros, tus visillos, la baldosa
donde me detenía escuchando tu calma,
tendrá conciencia de su soledad,
me aguardará sin abandono. Y luego,
cuando otro, no sé quién, me sustituya,
sé que tu siempre oirás mi paso entrando
en tu porche apretado, en tu paciente
refugio sin declive.

Cuarto casi mi voz, casi mi temple,
aquí me quedaré por siempre retratado,
pintado de costumbres que me dieron
mi forma inconfundible. Cuando pasen los años
y si retocan tu tabique o quitan
estos modestos muebles que te sirven,
tendrás mi olor, mi libertad; tu carne
de paredes tranquilas, quietamente,
aguardará el regreso que ya nunca
podré mostrarte,
seguirás esperándome en minutos,
a que encienda la luz sobre la madrugada,
y yo, en la muerte,
te miraré como a la voz tranquila
del alentar donde me he hecho
un hombre, aquí, a tu lado,
pisándote y sabiendo que jamás
te he perdido del todo,
pues eres tiempo mío y suelo de mis ansias.

                           (Viento y marea, 1968).

(Poesía completa (1948-1982), de Manuel Pinillos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, colección Larumbe de Textos Aragoneses, 2008).

Margarita

“Esta es la albada del viento, / la albada del que se fue…”. Nos ha quedado el eco para las generaciones venideras, nuestros hijos, los hijos de sus hijos. Cada vez que vayamos al Parque, al Auditorio o escuchemos nuestro himno de arcilla y viento bronco y cabezudo, como el propio carácter. Ojalá.

En el sesenta y nueve, cuando murió Miguel, era una niña apenas. Unos meses después de salir a la luz Los soliloquios, a los dos o tres años de cerrar el Niké, aquel café bohemio-aragonés de mitades del veinte en el que se daban cita la opilírica junto al esperpento; la mejor poesía, la pintura, la afición por el cine y tantas cosas más.

En casa de Manolo y Margarita había un poco de eso. Perduraba aquel aire de aparente desorden y honda vida interior: libros por las paredes, las mesas, los sillones…; viejos cuadros de amigos, domésticos grafitis, papeles amarillos por el tiempo y las sombras. Pero no conocí a Manuel Pinillos, sólo su voz.

“Recibe en el mío el abrazo que él, mi amado ausente tan presente, no pudo darte”, me escribiría bellamente Margarita Sanjuán en uno de los libros del esposo cuando empecé la tesis. Después, me iría poco introduciendo en los secretos velados, en tantos contraluces del alma del poeta, de la muerte al amor; la esposa, amante, amiga, confidente, eterna musa de Manuel. Impulsora incansable de su obra.

La mujer silenciosa, casi siempre: “…y un silencio contigo es un silencio a mares / donde escucho la hermosa canción que no sabía”. Maestra en su Lerín natal, allá en Navarra, alumna de don Amado Alonso, excelente poeta. Sus versos, los de Marga, me cautivaron. “¿Volveré a encontrármelo allí?”, me preguntaba a veces.

El silencio, al final, se le fue transformando en soledad, en dolor, en olvido. En la residencia se reencontró a Manuel, compañero de viaje y de crepúsculo; la cuidó hasta el límite, hasta la sutil línea que divide anochecer de infancia. “La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje / y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos, / mientras la luz se alarga dorando lo distante”. Dicen que ya no conocía; pero sí, reconoció mi voz. Fallecía algunos días después, el 28 de abril de 2009, un año muy especial en mi memoria –publicaciones, premios…-, igual que los sesenta fueron para Manolo. ¿Existirán los ángeles?

                                                              (Inédito).