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La lampara encendida

Flor de agua

Flor de agua

Sucedió en Galilea, un hermoso crepúsculo.

Comenzaba la sombra a oscurecer las aguas

y se fueron marchando quienes, momentos antes,

te escuchaban absortos.

La luna iba surgiendo lentamente en el lago.

Me quedé yo a tu vera, como el niño que teme

apartarse un instante del regazo materno.

Asomaba el cansancio a tu semblante.

Yo fuera para ti, desde una luz antigua,

esa eterna mujer a quien siempre tendiste

la mano y la esperanza:

la niña entristecida,

                         la enamorada esposa,

o esa madre ya entrada en la estación del luto.

Reposé mi cabeza en tu silencio.

La luna iluminaba las adelfas.

Sabías tú muy bien de ese anhelo frustrado

de amar y ser amada,

con mi centro en penumbra

                              y mis deseos puros.

Tendidos en la hierba, veíamos la luna

penetrar en el lago,

como una red de ensueño que envolviera el espíritu.

De nuevo se me daba, ribera de la sombra,

la entrañable certeza de sentirme querida.

Ceñiste suavemente mi contorno

y el alma se me abrió, como un fruto granado.

La noche se impregnaba de aroma a nardos nuevos.

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