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La lampara encendida

Manuel Pinillos. Del amor, la muerte y la consagración a la poesía

Manuel Pinillos. Del amor, la muerte y la consagración a la poesía

La vida de Manuel Pinillos fue una vida por y para la poesía. Y como elementos configuradores de una y otra, amor y desarraigo, muerte y búsqueda de lo absoluto, ejes que encierran toda una cosmovisión y engloban, a su vez, todos y cada uno de los aspectos que de alguna forma inquietan y conmueven al ser humano. Comenzaré por unas breves calas en la biografía del poeta, para centrarme en el estudio del amor y la muerte a lo largo de su vasta obra.

1) La vida de un poeta

Manuel Pinillos de Cruells (Zaragoza, 1912-1989) nació en el seno de una familia acomodada. Fue su padre Manuel Pinillos Serrano, prestigioso abogado zaragozano y aficionado a la poesía decimonónica[1]. El poeta no dará demasiada importancia a las experiencias concretas de sus primeros años. Lo que sí dejaría huella en aquel espíritu hipersensible fueron los felices días vividos en la finca familiar de El Aspro, en La Almunia, donde escribiría Aún queda sol en los veranos (1962). Y es ahí, en ese espacio tan idílico como real, donde va creciendo su ternura hacia la madre, acaso más cercana a su mundo interior; y el inmenso amor a la tierra que le vio nacer, soñar, cantar.

Pero el hecho fundamental en la vida del poeta es la aparición de Margarita, entrañable compañera para el resto de sus días, ese “otro personaje de ficción hecho mujer”[2]. Se conocieron por 1954 en un acto poético del Ateneo zaragozano. Sus primeros contactos fueron por carta, y su primera salida en un día de niebla. Fue tras una inolvidable estancia en La Magdalena, en el verano de 1965, cuando comenzó la verdadera convivencia. Una existencia, plenamente compartida, entre el amor y las luchas interiores, la ternura y la desazón existencial, la fecundidad creadora y la más absoluta penuria material: “Esposa, mira, toca este suelo, este triste / cuarto que nos cobija tan desnudo; / (…) / Porque nos han quitado la antigua luz, la casa, / mi cuarto -aquel que puse vestido de mi amarte- / y somos casi unos mendigos que se abrazan / en el lecho que empieza a hundirse y baja a un miedo.” («Realquilados», vv. 1-2 y 9-12, Viento y marea, p. 48). Y es que Margarita encarna a la perfección ese ideal de «naturaleza», «camino», «tienda»; compañera y esposa con quien compartir desde los versos más hermosos hasta los más sencillos detalles cotidiano[3].

Y, como la otra cara de la moneda, la experiencia de la muerte, idea obsesiva  en la obra del autor. Desde la pérdida del paraíso de la infancia, pasando por el doloroso desarraigo familiar o la vejación de unos estudios que nunca agradaron al muchacho, hasta la cruel experiencia de la guerra civilo las difíciles condiciones de vida de nuestra postguerra, más duras si cabe para quien, por encima de todo, se sabía poeta[4]. Porque la muerte en Manuel Pinillos representa tanto el hecho físico de la finitud como todas aquellas situaciones humana y socialmente degradantes que convierten a los hombres en verdaderos muertos vivientes.

Su década más fecunda, los años sesenta; una frenética actividad pública, como poeta y conferenciante[5]. Será a partir de los años setenta cuando se va haciendo camino el poeta hacia la triste soledad de sus últimos días. La escritura va siendo cada vez más espaciada. Una constante en esos años finales es la enfermedad, sin olvidar la imprescindible compañía de Margarita. Porque Manolo y Marga fueron, por encima del tiempo, unos eternos adolescentes enamorados:

En los mediodías dulcísimos de este invierno inocente, a veces, como dos adolescentes ingenuos, te los encuentras -hablo de Margarita y de Manolo- y, como si el tiempo no tuviese sentido, te detienes al sol y charlas[6]

Pocos días antes de la muerte, una muerte presagiada desde meses atrás, el poeta repartía las horas entre la revisión de sus poemarios, la contemplación del crepúsculo, las conversaciones telefónicas con los viejos amigos (Ferreró, Fernández Molina o Esquillor) y la soledad del vestíbulo, abrazado al catecismo de la infancia (reflejo de un paraíso que nunca poseyó plenamente). Una vida consagrada a la poesía,  medio camino entre el amor y el más duro desarraigo: “En sus últimos días aseguraba que no entendía la vida, que no la había entendido nunca y que lo ideal hubiese sido que nos muriésemos los dos juntos”[7].

2) El amor: Razón de vida

El amor es, junto con la muerte, la columna vertebral que sostiene toda la obra poética de Manuel Pinillos. Nos centraremos en tres aspectos fundamentales: lo femenino envolvente, la mujer amada y el amor como comunión con la totalidad. La presencia de lo femenino, hondamente enraizada en el ser humano, lo fecunda y vivifica todo:

Existe siempre una ternura femenina prestando amor y comprensión al hombre, haciéndolo un poco a través del tiempo, moldeando su ser y dándole una visión del mundo. Madre o amante o, incluso por la fe, reflejo de una maternidad eclesial, divina[8].

Como elemento esencial dentro de ese cálido universo, la figura de la madre: “CUANDO tú, generosa, te extiendes sobre el mundo / como una gran clueca tierna y parsimoniosa, / oh madre, prodigando los caldos de tu vientre. / Se detiene la eterna disolución del hombre, / veinte mil primaveras estallan en tu seno / y la tierra devuelve inmortal a tu mano / su primera raíz.” («La madre», vv. 1-7, Tierra de nadie, p. 22). La muerte de la mujer que nos dio el ser, identificada con la tierra y la fuente de la vida, representa la expulsión del paraíso, o el final del dominio materno, en el instante mismo del nacimiento:

Tu dominio se acaba en el primer instante
cuando empieza es lloro que nos separa en dos,
como un grito rebelde partiéndose, ganándonos.

(Ibid., vv. 33-35, p. 23)[9].

La madre es el principal eje temático de Débil tronco querido, donde el poeta rememora, con una voz entrañable y calmada, una hermosa historia pasada: “no debo hablar más que muy quedo, / con una gran quietud del ser, aunque con una fuerte / confianza en lo bello de este instante / en que reúno en ti los restos del naufragio / de más de cuarenta años de esta historia / que me has escrito en torno, madre” («Lo difícil siempre es arrancar», vv. 39-44, Débil tronco querido; en el vol. Poesía, p. 114). La familia es ahora un robusto tronco del que van brotando, poco a poco, los hijos: “¡Ah!, el tronco era mayor, tú te mecías / en la más recia sombra, la del padre, / y juntos alentabais / esta rama rebelde, / la delicada forma de las hijas” («Compréndeme: estoy solo a tu lado», vv. 56-60, Débil tronco querido; en Poesía, p. 117). Pero los versos más líricos son aquellos en los que madre e hijo se encuentran a solas: “Y ahora estamos solos. / Frente a frente, mirándonos. / Pasan los días como cargadas yuntas, / como bueyes tristes” («Y ahora estamos solos», vv. 1-4, Débil tronco querido; en Poesía, p. 127) [10].

Unido siempre a la tierra, el poeta ama, vive y muere: “tierra mía, mi orilla, / la que acerca mis sangres / al morir que es la tierra” («Amo», vv. 39-41, Demasiados ángeles, p. 21). Y a través del amor renace con la vida, en toda su plenitud: “MAS el amor me trajo la aurora de repente. / Maduraban los frutos y era abril o era mayo.” («Mas el amor me trajo la aurora de repente», vv. 1-2, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27)[11].

El amor es así mismo compromiso con los semejantes, con aquellos que sufren. Pasión e irónica indiferencia, en ocasiones, hacia un mundo que no va todo lo bien que debería ir: “Apasionadamente miro al mundo. / Con gran indiferencia, lo desnudo.” («Secreto entre todos», vv. 5-6, Nada es del todo, p. 100)[12]. Y es que el hombre, extraño animal contradictorio, se deja también arrastrar por el odio y la violencia, antítesis que, sin embargo, no es sino una manifestación de una necesidad, de una gran carencia. Porque hay dos razas de seres:

Sólo hay dos razas, dos especies, dos caminos que
                     [marcan las rutas de la tierra.
Y en una estamos los que vemos la vida clara y tersa, sencilla y repartida.
Y en otra están los de la vida oscura y el hambre de dominio.
La superior, los nuestros, mis mejores amigos, tan de abajo en el tiempo,
amamos el calor de la sangre, la paz de afuera, la libertad,
         [el gozo de existir a la intemperie.
Los otros, los gastados, imponen el temor, las sombras,
                        [el hierro, la aspereza,
y no se hallan a gusto si no tiran allí nuestro despojo irrestañable.
Y qué sarcasmo: estamos, los de arriba, debajo de sus plantas manchadas,
y tienen los de abajo, allá encima, fuerzas increíbles
                [y nos quitan el sueño y la existencia.

(«Solamente hay dos razas», vv. 5-13, Viento y marea, pp. 32-33)[13].

Y el amor es también un medio de tensión hacia lo absoluto: “Te quiero, sí, como a la flor el pájaro infinito / del aire.” («Permanencia», vv. 22-23, A la puerta del hombre)[14]. Y nos encontramos con la mirada de la amada, sellada para siempre en el centro del poeta, esa mirada capaz de desvelar los últimos secretos: “Con tus ojos sabía del secreto del cielo, / por qué es azul, diverso, único, esplendoroso.” («Todo se hizo sencillo», vv. 5-6, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27). Misterio que sólo se comprende si pensamos en el universo como una totalidad armónica, como una gran cadena del ser que conduce, en último término, a Dios[15].

Por ello, el poeta ve en el amor un sólido cimiento en el que se apoya y cobra sentido su existencia. Y es precisamente en los poemas a la mujer amada cuando los versos de Manuel Pinillos se tornan más líricos y entrañables. Unas veces será la descripción de su hermosura a través de la naturaleza: “Un paisaje de labios olvidado, / una orilla de pétalos compacta, / un río que camina / dorando el arenal de mi suspiro” («Dime», vv. 1-4, A la puerta del hombre)[16]. O el olvidarse de que es invierno «perpetuo» y nieva: “Casi se me despinta, a su concierto / la ofrenda transitoria, / y que hay nieve perpetua / en la ojiva callada del otero.” (Ibid., vv. 31-34). Otras, el tiempo que parece detenerse: “Con tus manos corté la blancura del tiempo” («Todo se hizo sencillo», v. 9, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 27)[17].

Y el auténtico amor será Margarita, esposa y compañera para el resto de la vida:

Cansado de vivir en mí, me eché a tu río.
Mi cadáver de pena bajaba por tus aguas
y salió a esta otra orilla mi corazón más vivo.
¡Oh, acabar donde era y nacer en tu alma!

He aprendido la vida más cercana y más bella
en tus días iguales, tan seguros y eternos.
Si me haces un plato de ensalada, me besas
con olores de campo, con los labios del cielo.

Si me hablas de cosas tan pequeñas, diarias,
como el precio del puerro o de las alcachofas,
sé la cifra secreta de las más altas ramas
y la fuerza sonora de las primeras rosas.

Cuando callas ma habla el silencio del aire
de la cima de oro que alcanza mi alegría
y un silencio contigo es un silencio a mares
donde escucho la hermosa canción que no sabía.

(«Cuando me despedí de mi tristeza», vv. 1-16, Debajo del cielo, p. 37)[18].

3) Temporalidad y muerte: El viaje definitivo

Y llegamos al otro eje temático esencial en la poesía de Manuel Pinillos, que veremos desde dos perspectivas complementarias: las situaciones de muerte y el hecho físico de la finitud. La muerte es, ante todo, ese viaje definitivo que ha de emprender el ser humano: “La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje / y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos, / mientras la luz se alarga dorando lo distante.” («Caminar es ganar y es perder», vv. 4-6, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 26)[19].

La primera situación vejatoria, que va llevando al poeta a un proceso irreversible de angustia existencial y ausencia de salud, es la falta de amor: “Aquí nos arrebatan. Nos reducen / a polvo de dolor y de ceniza, / y se corta hasta el vuelo de unos ojos / que ingénuamente sondeaban islas, / acaso un corazón sobre la noche” («Pregunta a cualquiera», vv. 6-10, Demasiados ángeles, p. 43)[20]. Desamor y muerte, el gran fracaso del hombre y de Dios; desamor que transforma las calles de la ciudad en un auténtico cementerio de vivos: “Pero volvemos de la calle y su estrépito / y hallamos las puertas de un cementerio solo, / y una desagradable batalla, / o una esquela de defunción de la primavera.” (Poema 12 de En corral ajeno, vv. 4-7, p. 17)[21].

Motivo también de muerte es la ruptura con lo absoluto, el desarraigo celeste, o de los orígenes: “En el atardecer lejano de la infancia / fui silenciosamente enterrando mi primera sonrisa, / y amanecí con este gesto mío tan lleno de impresencia, / como si aquella vez me hubiera yo quedado también con mi ilusión perdida, / y me llorase la muerte prematura” («Fui un niño que supo los ojos maltratados», vv. 5-9, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 26). Y muerte es el silencio del verso, la imposibilidad de escribir: “Pero, estoy tan enfermo, / con el alma tan grave, y con la fiebre al rojo, / que si no hablo en verso, / si no digo algo a voces que se asemeje a un lloro, / me parece, de pronto, que me he muerto.” («Así es», vv. 21-25, Nada es del todo, p. 30)[22].

Y surge la terrible realidad de la muerte física, que, como la vida, parece tratar de diferente forma a unos y otros seres humanos: “Porque me temo mucho que no anda bien la muerte, / que no todos los muertos lo son de igual manera, / que mueren diferentes uno de otro y que surten / un mundo complicado de diversos efectos.” («Los muertos de primera», vv. 1-4, De hombre a hombre, p. 40). Aunque todo depende de la importancia que nosotros, los vivos, demos a cada difunto --a ellos, en realidad, les da ya todo igual--: “Allá afuera, no obstante, alguien lo hizo bandera. / (…) / … El no se entera, / nunca sabrá, descansa. / Reposa bajo noches / iguales, lentas, duras, / roído de recuerdos.” («Un muerto como otro», vv. 17-28, De hombre a hombre, p. 42). El poeta se siente cercano a los muertos sencillos, esos que marchan silenciosamente, desapercibidos, como las cosas: “Hoy he visto el cadáver de una rosa. Modesto.” («Elegía a la rosa», v. 1, Demasiados ángeles, p. 49). Y que han de dejar la ternura de los seres queridos:

Cuando se acaben todas las miradas,
cuando se cierre el aire que nos gira,
se quedarán callando y tan frustradas
como en una muchacha que ha muerto, sus mejillas
sin besos y con brisa.

(«Primera nostalgia», vv. 13-17, Tierra de nadie, p. 11).

Pero Manuel Pinillos no podía dejar de reflexionar sobre su propia experiencia de finitud. Ya desde sus primeros poemarios, se siente convivir con ese muerto que lo habita: “SI, te sé, muerto mío, frecuentándome el pecho, / como un agua que roza, como un río indeciso.” («Sí, te sé, muerto mío», vv. 1-2, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 47)[23]. Una muerte presentida en el crepúsculo: "Vida que amargamente se derrama en la tarde / como el nublado sol que en engarfiada mano / sujeta, terco y duro, el alentar del prado / antes que, sin remedio, la noche total caiga.” («Lejanamente herido», vv. 5-8, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 48). Experiencia para la que el poeta se va preparando cuidadosamente, ya en el presente: “TODOS los días voy a elegir el rincón donde me quedaré, cansado, / hundido ya en el dulce sopor de mi silencio; / la quietud de las noches como un lecho de sombras” («Todos los días voy a elegir el rincón donde me quedaré», vv. 1-3, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 50). Y llegará a imaginarse los ofrecimientos que han de hacerle una vez fallecido: “Vendrían todos con sus manos llenas, / llenas de ramos, llenas de rosarios, / llenas de cintas, llenas de oraciones, / llenas de «pobrecito» y «¡qué poeta!»…” («Si me hundiese», vv. 6-9, La muerte o la vida, p. 32)[24].

Amor y muerte, las dos coordenadas fundamentales en la obra poética de Manuel Pinillos. Cuando ambas se entrecruzan y es la amada quien puede fallecer, el dolor alcanza límites humanamente insoportables: “¿Qué silencio, qué muerte tan callada / te va dejando el cauce malherido, /  a tí que me traías paz y olvido / con solo verte el alma retratada?” («Soneto ante un retrato», vv. 5-8, A la puerta del hombre ). Pero existe un eficaz antídoto contra esa terrible realidad del sufrimiento y la finitud, la presencia de la esposa:

Ay, no me dejes tú morir, porfía
en este beso que inmortal gobierna
tu vecindad conmigo. El ansia mía,
cúbreme eterna, eterna, eterna, eterna.

(«Dime que no terminas», vv. 53-56, Nada es del todo, p. 91).

 
(En Trébede. Mensual Aragonés de Análisis, Opinión y Cultura, Nº 55 -septiembre de 2001-. Con anterioridad había publicado Manuel Pinillos o la consagración a la poesía, Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico», 2000).

[1]Manuel Pinillos padre entendía la poesía como simple ocio de los días de fiesta. Su severa oposición marcó a nuestro poeta (véase José Luis Calvo Carilla, Introducción a la Poesía de Manuel Pinillos. Estudio y Antología, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1989, p. 30). Según Margarita Sanjuán, Manuel Pinillos nació en 1912; el que aparezca 1914 como fecha de su nacimiento puede deberse a algún error de transcripción cometido hace años que no se ha revisado con posterioridad

[2]Corresponde la primera cita a Emilio Alfaro, “Peatón zaragozano”, «Imán», Nº 28, El Día de Aragón, (domingo 9 de abril de 1989), p. IV. De ella afirma Calvo Carilla: “La fecunda compañía de Margarita Sanjuán, a quien conoce en 1954, será el necesrio complemento para esa estructuración imaginaria de la realidad, trascendida desde el momento intensamente vivido” (Manuel Pinillos. Poesía, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Colección «San Jorge», 1990, p. 7). ”. Y Vicente Aleixandre: “A Margarita, mis recuerdos. Siempre la veo siendo tu apoyo y tu mitad de la vida. Los dos ya, la vida entera” (carta de Vicente Aleixandre a Manuel Pinillos, de fecha 1 de enero de 1969; publicada en “Epistolario”, El Día de Aragón, «Imán», -domingo 9 de abril de 1989-, p. II. Margarita Sanjuán, natural de Lerín (Navarra) y sobrina lejana de Amado Alonso, desarrolló desde muy niña una exquisita sensibilidad hacia la poesía y el mundo del arte en general, cursó algún año de Filosofía con el profesor Eugenio Frutos, y colaboraría estrechamente en la obra poética de su esposo.

[3]Vocablos que el poeta utiliza en El octavo día (Tarragona, 1958) para definir lo femenino. El poema transcrito es recopilado así mismo en la Antología de la poesía contemporánea, de José María Aguirre, tomo II, Zaragoza, Clásicos Ebro, 1980 (2ª edición), pp. 101-103.

[4]Manuel Pinillos marchó a la guerra civil como oficial de Regulares, en el bando nacional (Teruel, 1936). Pasaría después al Protectorado de Marruecos (en «Perfil del autor», A la puerta del hombre, Alicante, Colección Verbo, 1948). No lograría salvar al compañero condenado a muerte, única y dolorosa experiencia profesional en toda su vida. Alguna rápida alusión a estos temas en José Luis Calvo Carilla, Introducción a la Poesía de Manuel Pinillos, pp. 16-18.

[5]Por esos años publica nada menos que diez poemarios: Debajo del cielo (Zaragoza, Orejudín, 1960); En corral ajeno (Bilbao, Alrededor de la mesa, 1962); Aún queda sol en los veranos (Santander, La isla de los ratones, 1962); Esperar no es un sueño (Palencia, Rocamador, 1962); Nada es del todo (Zaragoza, Poemas, 1963); Atardece sin mí (Zaragoza, Adarce, 1964); Lugar de origen (Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Diputación Provincial, 1965); Del menos al más (Málaga, Cuadernos de María José, Publicaciones del Guadalhorce, 1966); Viento y marea (Carboneras de Guadazaón, El toro de barro, 1968) y Hasta aquí, del Edén (Zaragoza, 1970). Aparte, numerosos recitales y conferencias en divesos centros culturales de nuestra ciudad y de fuera de ella.

[6]José Antonio Labordeta, «Manuel Pinillos», Andalán, número 257, Zaragoza, -del 15 al 21 de febrero de 1980-. Por esos años publica Hasta aqui, del Edén (1970); Sitiado en la orilla (Luesia -Zaragoza-, Publicaciones Porvivir Independiente, Puyal Colección de Poesía, 1976); Viajero interior (Borja, Taller de Poesía Bóveda, 1980) y Cuando acorta el día (1982) -en el que se incluye el anterior-. Cabe destacar actos públicos y las secciones semanales «Sentado sobre el suelo» y «Libros de poesía», en Heraldo de Aragón.

[7]Entrevista realizada por Antón Castro a Margarita Sanjuán, "Expiró el poeta del verbo desbordado. Con Manuel Pinillos desaparece una de las voces más relevantes de la poesía zaragonesa del siglo", El Día de Aragón, «Espectáculos y cultura», (viernes 24 de marzo de 1989), p. 27.

[8]Leopoldo de Luis, "El octavo día", en «Poesía», Insula, nº 146 (1958). Es esa profunda ternura femenina lo que puede salvar al ser humano de su desarraigo y aniquilamiento (véase Ana María Navales, voz «Pinillos», en GEA (Gran Enciclopedia Aragonesa ), Zaragoza, U.N.A.L.I., 1982).

[9]Tierra de nadie, Madrid, Col. Neblí, 1952. La relación entre madre y paraíso, tema característico en José Hierro y otros poetas de postguerra: "Lo más parecido al paraiso terrenal -en la existencia humana- es la estancia en el seno materno, (…) El nacer significa ya de forma efectiva la expulsión del paraiso" (Gonzalo Corona Marzol, Realidad vital y realidad poética (Poesía y poética de José Hierro, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1991, p. 222). En el universo poético de Pinillos, donde todo es temportal y perecedero, lo único eterno es el amor de la madre y de la mujer amada.

[10]Débil tronco querido, Zaragoza, Colección Dezir, 1959 (utilizo la edición incluida en el volumen Manuel Pinillos. Poesía, Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico» (C.S.I.C.), Colección «San Jorge», 1990). Los poemas de la primera parte del poemario son titulados, significativamente, «nostalgias», La tierra representa a la madre y, en un sentido figurado y existencial, a la muerte (véase Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1981). Especialmente conmovedores son los versos alusivos a la larga enfermedad de la madre: “Ya está tu muerte, madre, ahí, / llegando sin detén, sin contención. / Todos, y tú también, sentimos su riada / llegando tan abiertamente, / llevándose tu breve resto / hacia la inmensidad del ancho zozobrar. / Estás, no obstante, aún en tu mitad temblante; / sobresales del blanco de la cama / como un golpe de hojas que empuja el céfiro / o ese invierno feroz que está envolviéndote / luchando por dejarte la faz como nevada.” («La última ocasión, aunque escasa», vv. 1-11, Atardece sin mí, p. 91). Y aparece el tema del desarraigo, las tierras presentes no pueden saciar la sed de absoluto del hombre: “MADRES inmensas de cegada ala, / ríos colgados de invisible paso. / Oh infinidad de tierras no venidas / al errante correr del triste humano.” («Tercera nostalgia», vv. 1-4, Tierra de nadie, p. 13). Aunque quizá sea en Aún queda sol en los veranos (Santander, Publicaciones La isla de los ratones, 1962) donde se produce, de forma más entrañable, el reencuentro del poeta con sus propias raíces. Las primeras y únicas ediciones de Tierra de nadie y Atardece sin mí corresponden a Madrid, Colección Neblí, 1952, y Zaragoza, Ediciones «La calle», Colección «Adarce», 1964, respectivamente.

[11]Demasiados ángeles, Gerona, Colección Ámbito, 1951. Sentado sobre el suelo, Zaragoza, Colección Almenara, 1951. El primero es sin duda uno de los poemarios más cuidados y líricos del autor.

[12]Nada es del todo, Zaragoza, Colección «Poemas»,1963. Poemario dedicado “A las honradas gentes que luchan denodadamente por la verdad …”.

[13]El poeta se duele de esos hombres que, pese a sus sueños, se dejan arrastrar. Así en el poema «El rebaño», de Demasiados ángeles (pp. 15-16). O en poemarios como De hombre a hombre (Las Palmas de Gran Canaria, Colección Alisio, 1952), o Lugar de origen (Zaragoza, Diputación Provincial, Institución «Fernando el Católico» (C.S.I.C.), 1965), entre otros.

[14]El poema, en el texto original, comienza y termina exactamente igual; aunque el poeta añadiera, en corrección autógrafa, las palabras “infinito del aire”.

[15]Sentado sobre el suelo, Zaragoza, Colección Almenara, nº 1, 1951. El amor nos instruye, nos despierta, nos recuerda nuestras raíces celestes: “Yo comprendí en tus labios / que el amor sobrepasa la luz de los primeros tiempos de los mundos” («Amar es como rebelarse», vv. 26-27, Sentado sobre el suelo; en Poesía, p. 29).

[16]A la puerta del hombre, Alicante, Ediciones «Verbo», 1948. El poemario aparece sin paginar. En este primer libro, y en algún otro, el poeta se deja llevar por diversas influencias literarias, aunque siempre con un sello personal.

[17]Rosendo Tello afirma: "Me atrevería a afirmar que los poemas de Pinillos más conseguidos eran aquellos en los que el sentimiento imponía su transparencia de dicción." (Rosendo Tello, Introducción a la edición fascímil de la revista Orejudín (1958-1959), Zaragoza, Departamento de Cultura y Educación de la Diputación General de Aragón, 1991, p. 76).

[18]Debajo del cielo, Zaragoza, Colección Orejudín, 1960. Creo que es la primera vez que el poeta toca directamente el tema de la esposa. Sólo el amor de Margarita es capaz de trascender la más simple rutina cotidiana, o el silencio. Y es que la esposa no es sólo una nueva vida para el poeta, ni la gracia y frescura de lo cotidiano, ni siquiera un asomo de lo absoluto; sino esa mujer a la que siempre amó --aun antes de su presencia física-- y en la que la propia existencia cobra un sentido pleno: “Veo tu enorme forma antes de recordarte / y eres todo el futuro: Porque contigo existo.” (Ibid., vv. 23-24, p. 37). Porque sólo ella es diferente: “Ah, tú no eres gris como la calle, / ni tienes niebla entre los brazos.” («Excepto tú», vv. 53-54, Nada es del todo, p. 85). Y Manuel Pinillos colntinúa recreando hermosos instantes, como los mágicos momentos de La Magdalena («Estancia en La Magdalena», Viajero interior; en Cuando acorta el día, p. 14), o el aniversario de boda («Reinstalados en nuestra mínima gran fiesta», Cuando acorta el día, pp. 58-60).

[19]El tema del viaje interior está presente en muchos pomas de Viajero interior, junto con otros viajes a lugares concretos. El viaje, según Jung, es símbolo de insaciedad, mientras el «viaje nocturno por el mar» conlleva la idea de muerte (Juan-Eduardo Cirlot, op. cit.).

[20]Respeto la acentuación del texto original. La muerte cobra un sentido especialmente dramático en la insolidaridad humana, en ese ir sustituyendo la belleza y ternura por brutales barreras que aislan, cada vez más, a unos hombres de otros: “SE va acortando el día; sin niños, con palabras; / (…) / Se va acabando el mundo por zanjas, por esquinas, / por grandes alambradas que separan los hombres.” («Ultima esperanza», vv. 1-4, Tierra de nadie,  p. 21). La muerte, en sentido amplio, es la obsesión última en su poesía: "¿Lo que me propongo con mi poesía? Oídlo: espantar al gran corro de muertos (casi todo el censo planetario), a sus espectrales fluencias" (Manuel Pinillos, «Exploración-yo (Nuevas notas para una mediopoética)», en Revista de Letras, nº 16, Universidad de Puerto Rico -Mayaguez, Diciembre de 1972-, p. 524).

[21]En corral ajeno, Bilbao, Colección Alrededor de la mesa, 1962.

[22]Aunque la palabra poética, como necesidad apremiante, o  desbordamiento, lleve también a la muerte --la poesía como enfermedad--: “La palabra es un tiro que te mata o te nace.” («Qué muertos, sin palabra», v. 9, Nada es del todo, p. 127).

[23]Iluminadora es la cita inicial del poema: “Morir es sólo mirar adentro” (J. R. Jiménez). La unión del poeta con su propio muerto es total, pero entrañablemente serena.

[24]La muerte o la vida, Guadalajara, Colección Doña Endrina, 1955. El atardecer va íntimamente ligado a las ideas de muerte y esperanza. A ser posible, el lugar de reposo será la vieja casa de campo familiar --la entrañable finca de «El Aspro», en La Almunia--: “Cuando me muera, el que me quiera debe / ir a buscarme bajo el aire de álamos; / o entre la tierra que tan bien conozco: / la que he descrito en estos breves trazos. («Final», vv. 19-22, Aún queda sol en los veranos, p. 73). El poeta quiere morir en soledad, en su tierra amada o, lo que es lo mismo, retornar al seno materno: ““Vuelve a su madre”, podría decirse / de los que mueren. Volveré a mamarte, / para creer que volverá mi cuerpo / que es tuyo, tuyo siempre” («Y volverás a sostenerme», vv. 32-35, Débil tronco querido; en  Poesía, p. 120). Insistía Pinillos en su deseo de ser sepultado en tierra, no en nicho. Escribió, por otra parte, más de un poema-epitafio. Será en Nada es del todo, libro en el que el autor reflexiona sobre los más diversos aspectos de la existencia, donde más frecuentemente nos encontremos con el tema de la finitud y el sufrimiento humanos.

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