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La lampara encendida

Cortina de humo

Por mí, mejor; no fumo. El humo me bloquea las palabras. Pero no es la cuestión. ¿Poner puertas al campo? ¿Quién me puede imponer, más allá de la moda y sus tendencias, la forma de vestir? ¿Y el alcohol? ¿Y el dióxido de carbono de los coches, fábricas, calefacción…? Que los niños aprendan a dibujar casitas sin nariz o chimenea, y se prohíba al polen causarnos más alergias de aquí en adelante. Es por decreto ley.

Una nueva cultura. Pasar página al puro de Groucho Marx; las mil y una escenas seductoras de Clark Gable, Joan Crawford o Bette Davis en el ya trasnochado cine del siglo XX; las tertulias del Café Gijón. ¿Un Sherlock Holmes sin pipa o Lorca en Nueva York sin cieno ni palomas negras? Fumar dejó de ser sinónimo de equilibrio, madurez, inteligencia. "A partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos" (Julio Ramón Ribeyro), políticamente incorrecto. Puede que El último fumador, pintura de Luis Caro, pase a ser subastado de aquí a nada.

“Los cigarros son los dedos del tiempo que se convierten en ceniza”, escribió Ramón Gómez de la Serna en una de sus curiosas greguerías. No siempre. La imagen de mi tío liando el cigarrillo, el menudo tabaco de petaca sobre el papel finísimo del librillo asido entre los dedos, enrollado con mimo, se me quedó grabada como parte intimísima de mi educación sentimental. Lo dijo Mallarmé: “Toda el alma resumida / cuando lenta la consumo / entre cada rueda de humo / en otra rueda abolida”.

¿Cómo pudo ser símbolo de emancipación e igualdad femenina? Si ya tan sólo el humo que desprende no nos permite ver cara a cara a nuestro vecino de tertulia. Claro que lo contrario, irse por la tangente y cortar por lo sano un hábito de siglos, pudiera levantar una cortina de humo que nos vele la propia realidad. La crisis, la subida de precios, el desempleo en alza, la incoherencia interna, esa sensación de laberinto… ¿Un nuevo opio del pueblo que debe erradicarse?

No fumo, me hace toser, no le encuentro sabor. Pero nunca los humos llegaron a subírseme, y coincido con Cortázar: “No hay sustancias más letales que esas que se cuelan por cualquier parte, que se respiran sin saberlo, en las palabras o en el amor o en la amistad”

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, «Opinión», “El meridiano”, martes 25 de enero de 2011).

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