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La lampara encendida

Santa Águeda

“Uno de los ritos característicos era el repique de campanas por parte de las mujeres, única vez al año que se les permitía […] Otra peculiaridad curiosa era que las mozas y casadas en el baile de tarde-noche tenían el privilegio de sacar a bailar a mozos y maridos. […] Asimismo, en algunos pueblos, las mozas y mujeres iban por las casas pidiendo dinero por las calles a vecinos y forasteros que pasaban para luego merendar”.

Águeda cometió el delito de rechazar a todo un senador romano, Quintianus, y, más aún, enviada por este a un lupanar mantenerse virgen. Enfurecido, la mandó torturar y cortarle los pechos. Y cuentan que, un año después (250 después de Cristo), detendría a las puertas de Catania el volcán Etnia; pasando a ser proclamada patrona de la ciudad, de los males de pecho, de los partos y lactancias difíciles, y de las enfermeras. Protectora de todas las mujeres.

Y siguiendo con las tradiciones sorianas, aragonesas y de tantos lugares, en el pueblo de mi madre las mozas y casadas preparaban una ricas gachas dulces, con harina de trigo y grandes tropezones de pan duro. No daba para más. Y una no puede menos que recordar el poema de Miguel Hernández: “En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se alimentaba”. Quizá enlazándolo con un dicho popular lugareño: “Si vas a Velamazán / comerás cebolla y pan”.

Y ahora, en plena crisis de bolsillo y valores, de gobierno y de régimen, casi nadie recuerda ya en voz alta que fue con la República cuando las españolas comenzaron a votar. Después, tras lustros, fueron logrando ir a misa y por la calle sin velo ni pañuelos, más libertad sexual, un trabajo más digno –aunque nunca igualitario al del varón, al menos en lo económico–.

Se impone la moda de los “boys”, de una noche solo para mujeres… Y hemos vuelto a tropezar en la misma piedra: el velo es un derecho, la violencia doméstica hombre-mujer va en subida, los integrismos religiosos permiten ablaciones y aberraciones sin cuento, y nuestras adolescentes se ponen hiperbólicas minifaldas en una cacería muchas veces puramente sexual. ¿Hasta cuándo? Por lo menos, nuestras benjaminas toman la iniciativa, y los niños no se escaquean de las tareas del hogar.

Quizá la historia de Santa Águeda, más allá de la anécdota, siga encerrando claves fundamentales para hoy: la dignidad de la persona, el respeto al cuerpo, el ser libres frente a cualquier tráfico, mandato o ideología. Y de todas formas, a mí me chiflan los pasteles.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", martes 5 de febrero de 2013).

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