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La lampara encendida

Bendita inocencia

Bendita inocencia

Hace días que El Corte Inglés encendió sus estrellas y que en los escaparates brilla el espumillón y el abeto de turno, pese a esta crisis pertinaz que no termina de despedirse ni al acabar el año. Eso sí, reconozco que Papá Noel les toma la revancha a los Magos de Oriente –tan ancianos– y al Niño Jesús; y que las Monster Hight ya no son como  aquella muñeca que me trajeron de pequeña y a la que hacía sitio en mi cama. Y aun con todo vuelvo a sentirme niña.

Pero no siempre reina la ternura, el sabor a mazapán ni el reencuentro. Junto a los grandes almacenes y muchos abrigos de visones, un señor sin piernas, sin marketing ni corbata, o una abuela de pañuelo oscuro, piden por el amor de Dios. ¡Si parecen pastores o pobres anacrónicos de un belén desfasado! Si te descuidas, a la vuelta de la esquina un joven o una madre con niños buscan en un cubo de basura. ¿No se habrán confundido de tiempo y de escenario?

Mejor volver a casa, sorteando todavía conciertos callejeros de inmigrantes que vienen de lejanos países, con cajas o gorras por bandeja –nada que ver con villacicos–. Y en la televisión, no todo son noticias halagüeñas: otro caso de violencia doméstica, u otra familia que se apea del tren por no poder pagar. Al menos, este año no va a ser de hospital, aunque sigan subiendo la luz, el gas y el agua; que dicen que en algunos hospitales conviven niños y mayores en una misma habitación. ¿Será por compartir fechas tan entrañables?

Recuerdo cuando en casa tocábamos panderetas, botella –de esas de Anís del Mono– y almirez; y aquella Navidad en la que me puse triste porque le vi a papá los cabellos más canos. Luego cumples diciembres y ya sabes: unos kilos de más, sillas vacías, alguna que otra arruga en el corazón. Menos mal que los peques nos van regenerando: otra vez los regalos, y hasta los Reyes Magos y las chuches. Todo casi perfecto, si el puñetero crío nos dejara dormir; que mañana él no va a la oficina ni a la fábrica. Y mejor así.

Yo pensaba todavía, ¡ay, bendita inocencia!, que todo se trataba de un Niño que nacía, con mayúsculas, para dar dignidad a la mujer y al hombre. ¿En qué cajón perdido de la infancia guardamos aquella otra Navidad?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", martes 24 de diciembre de 2013).

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