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La lampara encendida

Una obra, una vida

“Los libros están en el archivador de la derecha”. ¿Qué me impulsó a confiarle a mi hermano que velase mis escritos inéditos cuando la operación? No es que tuviese miedo. Era sólo un por si acaso. Todo estaba perfecto: mi familia, las cosas en su sitio, experiencias, personas… un cúmulo precioso de instantes sucedidos si miraba hacia atrás. Había que seguir.

A veces, sin pensarlo, me viene una metáfora: los años que me restan serán proporcionales al número de libros que escribir, y al revés. No es ninguna obsesión. Me llena plenamente.

Sin duda habrá un sentido, como en todo; alguna zona oscura que despierta cuando enlazo palabras, significados, luces. No me gustaba nada cuando se me obligaba a aprender a leer; pero enseguida vinieron los poemas. Nada extraño, un simpático recuerdo cuando contemplo ahora a mis sobrinos.

Irían sucediéndose las lunas y las sombras, el éxtasis, la nada, y seguía creando y escribiendo. Lo hermoso es el camino, como expresa Kavafis en su poema “Ítaca”. Pero no menos bello es alcanzar una meta, y después otra, y otra. ¡Qué inexpresable gozo aquel día que trajeron la caja con los primeros ejemplares de Epifanía de la luz! Como parir a un hijo y tenerlo por fin junto a mi pecho, junto a mi corazón.

La vida continuaba, y cada línea se impregnaba a sabor de despedida, reencuentro o emoción. Escribir era más que una terapia, un trabajo, un placer. Entrelazar sentidos me ha llevado a interpretar las huellas desnudas del camino. Todos los sentimientos en un vuelo fugaz.

Sólo si nos amamos, tan sin fondo, / desde la nuca al pie, del vientre hasta los labios, / es nuestro el universo”. La manzana o el vértigo, mi penúltimo libro (habrá otros muchos). Es como respirar.

María Pilar Martínez Barca

(Humanizar, «Desde mi sillón», «La fuerza de los límites», Nº 115 -Madrid, marzo-abril 2011-).

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