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La lampara encendida

La edad de plata

La edad de plata

Buenos días. Buenos días. Cuando llegábamos, sorteando bordillos y aspersores de agua con la silla manual, ya estaba el profesor. Me llevaban mi tío o mi padre; después, las compañeras. Mis primeros apuntes grabados de memoria; aquella primera tarde en el Aula Magna II del segundo piso, sin ascensor alguno; esa visita a unos larguísimos pasillos antes del curso, interminables a mi mirada en luz de adolescente soñadora. Fue la primera vez que pisaba, o rodaba, un centro educativo para asistir diariamente a clase.

Se fueron acumulando las anécdotas, los rostros día a día conocidos –unos cuatrocientos compañeros-, la materia estudiada, las lecturas. ¿Cuántos libros al curso? Ni me acuerdo. Como anécdota, los exámenes de Siglo de Oro me duraban unas ocho horas, divididas en mañana y tarde; siempre me dejaban en un despacho o seminario aparte, con mi máquina eléctrica, algo más ruidosa que un portátil.

Pasaría el lustro en un santiamén. No sin haberme dejado una entrañable huella aquel viaje de estudios a Innsbruck, Ginebra, Berna, Viena, Salzburgo, Venecia –con sus góndolas-, Florencia, Milán… Algo reticentes al principio, mis compis se organizaron para ayudarme en grupos cada día del viaje. ¡Una silla en las escaleras mecánicas del metro! Algo digno de ver.

Llegó la despedida, y con ella la orla,  que ha dormido enmarcada en mi cuarto la friolera de estos últimos veinticinco años (¡qué vértigo, la vida!). El polvo se ha posado en los recuerdos, en los pliegues del alma. ¿Qué se hizo de los jóvenes que fuimos? Dormidos, ausentes, cada cual en sus luchas, pérdidas y esperanzas.

Y he aquí, como si el Hada Madrina de las Letras nos hubiera tocado con su varita mágica; o el Príncipe Azul, color de nuestra toga, nos hubiese besado en lo más íntimo, que el 30 de junio despertamos. Tras un intenso curso de preparativos, pacientes búsquedas, sorpresas, reencuentros, logramos reunir a más de sesenta compañeros de Filología Hispánica, Inglesa y Francesa; junto a unos pocos profesores, en representación de una fecundísima caterva, y a nuestro Decano.

No faltaron discursos ni lecturas, la coral ni las jotas, los abrazos, las lágrimas. Un día inolvidable. Hemos vuelto a ser nosotros mismos.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", lunes 9 de julio de 2012),

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