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La lampara encendida

Luz de Pascua

Luz de Pascua

Resurrección, Bili Wallace

Nunca terminé de comprenderlo. La película de Mel Gibson, el retrato mandado pintar por Santa Teresa, según visiones interiores, o el Eccehomo de la Misericordia, se nos quedan grabados en la pupila. “Llueve sobre el madero, y va pudriéndose / la esperanza más íntima del tronco, / la oquedad que era puerta al infinito”. Viernes Santo, y cerramos las puertas.

He tenido que echar mano de Internet para rememorar aquellas clases cálidas de Historia de Arte, en COU. Y he reencontrado a Giotto y su Cristo resucitado, con su túnica y su bandera blancas, elevándose sobre plácidos durmientes, con María a sus pies. Y ya en el “Quattrocento” a Piero della Francesca, sobre un fondo de olivos, Bellini o Rafael, cada uno más humano y colorista recreándose en el tema de la Resurrección.

Pero no es lo habitual en nuestros días. Como mucho, las figuras alargadas de El Greco, cariacontecidas y barrocas, acordes con la crisis y con la noche oscura. El tenebrismo de Rubens o de Murillo, como forma pictórica de resaltar la luz, pasa a tenebroso, envuelto en tinieblas –como el pueblo de mis padres en la iglesia a oscuras con carracas–. Algo nos ciega,

En la girola de la Catedral de Ávila me sorprendieron dos hermosas tallas sobre la Resurrección. Hay también en Valencia, La Almudena, Santo Domingo de Silos, Toledo y Burgos –sobre la resurrección de los muertos–, La Seo de Zaragoza, La Sagrada Familia… ¿Por qué nos pasan desapercibidas? En esta época en la que puede venderse en la Red desde un tríptico gótico casero a una alfombrilla de ratón de ordenador con el motivo de la losa corrida, o triunfa con el Premio Alfaguara de Novela “El arte de la resurrección”, con un “cristo” apócrifo como protagonista, resalta más la cruz.

Pero tampoco tiene por qué representarse al pie de la letra o de la línea. Isabel Guerra lo hace a través de seres luminosos, recogidos: “Solo el que ama irradia en torno de él la Luz que descubre la belleza”. Para el pintor Billi Wallace, es una cueva de la que sale alguien entre transfigurado e invisible, fundido a la creación. Y para el fotógrafo aragonés Manuel Arribas, el Domingo de Pascua es asimismo una cueva de la que echan a volar tres palomas. Y nos confía: “Para realizar la fotografía necesitamos de la luz como ingrediente principal”.

Una sepultura abierta, las ropas por el suelo, dos hombres en el cementerio extrañamente luminosos. “Se desprende el letargo como una costra seca  / y empieza a entrescucharse un silencio primordial. / Los párpados recobran su tibieza, la mirada / su calidez de nido, / el tacto la memoria de la luz”. La evidencia y el encuentro son algo personal.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", martes 2 de abril de 2013).

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