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La lampara encendida

La Transición sobre ruedas

La Transición sobre ruedas

Foto: Heraldo

Puedo prometer y prometo que no viví en la era de los dinosaurios. Es más, ni los estudiábamos en nuestra EGB particular. Porque los niños minus-válidos no íbamos a la escuela. Los teléfonos eran de esos de rueda tan difíciles de marcar, acabábamos de estrenar la tele de color, no había alternancia de partidos ni divorcio; no existían sillas motorizadas, aceras rebajadas, aparcamientos reservados ni una red organizada de ferrocarril.

En el 76, con catorce años, yo era una cría que jugaba con muñecas. Supimos por primera vez de una asociación que ayudaba a sacar y validar sus estudios a personas con discapacidad. Tuve los primeros profes que no fueron mis padres; y comencé a salir las tardes de los sábados y, de lunes a viernes, a asistir a un aula colectiva improvisada con otros seis compañeros también en silla –dos de ellos recibían clase de alfabetización–.

Íbamos a colonias de verano, mi primera odisea fuera de casa –tenía ya los quince–. Y junto a la enorme pizarra y los Estudios Primarios, la música y la letra pegadizas de Libertad sin ira, del grupo Jarcha, entremezclada con las melacólico reivindicativas de Silvio Rodríguez, la apología de la hoz y el martillo de uno de nuestros compis –Jesús fue el primer comunista de la Historia, comentaba–, nuestras charlas tímidas o soeces sobre el sexo, éramos solo dos chicas, unos primeros besos… Yo alucinaba a cuadros. Fueron mis despertares, mi primera educación sentimental.

Por la calle, carteles y nuevas melodías en los altavoces de los coches. Se convocaron elecciones después de décadas –no tenía yo aún edad de voto–. En la televisión, manifestaciones ilusionantes de estudiantes y obreros, expresiones vetadas desde una vieja guerra, personajes políticos que volvían a España. Integración social  con otros jóvenes, un BUP a distancia. La noche en la que los tanques salieron a las calles de Valencia yo estaba enfrascada en mis estudios. Pero se me quedó grabado en la memoria el rostro de aquel joven presidente, algo canoso ya, y sus palabras: “Conviene más para el bien de España que yo me marche”.

La Universidad, unos primeros libros, todo un largo camino sobre ruedas. Y vas atando cabos: ¿posibles las autonomías y la propia autonomía personal sin un primer consenso democrático? Fueron remodelando el campo de la Uni y la ciudad; las personas con limitaciones importantes comenzamos también a salir del armario; se creó una Ley de Dependencia. Y comprendes: la pérdida del amor de tu vida puede robarte los recuerdos. Cuando entré en el Foro de Vida Independiente, la fotografía de Adolfo Suárez con el Rey nos sirvió de eslogan: “Todos somos Suárez. Todos somos diversos”.

Y añoras. Volverán las oscuras golondrinas… Porque somos globales, con la sabiduría y la memoria históricas al alcance de un clic. Pero ese ser humano y presidente, tan leal a sí mismo y a sus prójimos, que conjuraba a un tiempo crisis y terrorismo, con sólidas raíces en el Ávila mística, ese, no volverá. ¿Seguirán algún día sus sucesores el hermoso camino que inició?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El reflejo", miércoles 26 de marzo de 2014).

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