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La lampara encendida

Un Aragón digno

Hay palabras que se ponen de moda, como la montura de las gafas, la forma de vestir o el maquillaje. Y otras, en cambio, que permanecen para siempre, son eternas. Indignado es quien siente indignación, es decir, “enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”.

Y, la verdad, según como te pille hasta te enciende cuando vas por la calle y te dan un caramelo. ¿Por qué a mí? A veces te molesta levemente cuando alguien no comprende tu dicción; repetir, tener más paciencia. Pero enojarse es cuando vamos al médico, a elegir a nuestros representantes o a cualquier acto público y ahí está, la estética y nada práctica escalera. ¿Contra quién? ¿Hasta cuándo?

¿Y qué sucede con las cuotas de empleo que marca la ley? ¿Y dónde están las viviendas accesibles? ¿Hay pisos asistidos? Indigno, de la misma raíz que indignado, “que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias”. ¡Pero si no hay trabajo para nadie! Y la vivienda para jóvenes, la hipoteca… El nidito de amor se quedó en la burbuja, y eso que se ha bajado de allá arriba hasta el suelo. Transporte universal. ¿Era imprescindible tanto gasto en tranvía para poder viajar con carritos de niño, sillas y bicicletas?

Dignificar, “hacer digno o presentar como tal a alguien o algo”. ¿No hubiese resultado más barato habilitar las líneas rojas de autobuses? ¿Para cuánta asistencia personal a dependientes darían tantos coches oficiales, secretarios, despachos? Digo yo, soy de letras.

Por eso me cuesta comprender que la dignidad, “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”, no vaya paralela a su otra dignidad, ese “cargo o empleo” que por autoridad les corresponde. ¿Quizá porque las papeletas no cuadren casi nunca con el número de escaños en la cámara? No llega a mi entender.

¡Con lo sencillo que sería, por ejemplo, invertir en empleo para dar cobertura de verdad a la Ley de Dependencia! O poder elegir directamente a quienes deseamos que nos gobiernen. Digno, “proporcionado al mérito y condición” de cada uno. Aragón se lo merece. Nos queda la esperanza y la acción, la crítica que crea y que construye; nunca la ira.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, «Opinión», “El meridiano”, viernes 17 de junio de 2011).

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