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La lampara encendida

En fiestas

En fiestas

Foto: Francisco Javier Martínez Barca

Los riñones dolían y anidaban los callos en las manos tempranamente envejecidas; blanca como leche la tez al abrigo del pañuelo, las mujeres, y la boina o los sombreros de paja, los varones.

En muchos pueblos, aragoneses y castellanos, se sigue celebrando la Virgen de Agosto, la fiesta de la recolección o la cosecha, la siembra a mano de hace más de un siglo, la misma desde el asedio de Numancia, tan bien descrito por José Luis Corral. Los relojes de piedra o de sol ralentizaban el tiempo.

Festejar y dar gracias por la cosecha recibida, un rito antiquísimo y pagano, comenzó a interpretarse en clave cristiana. La Asunción de María venía que ni anillo al dedo. Las iglesias se llenaron de altares y de pasos en los que procesionaban la Virgen y San Roque –Sant Roc de Montpellier–, un santo popular del siglo XIV que enfermó de peste –el ébola de la época–, con su perrito fiel sosteniendo en la boca una hogaza de pan.

Cultura tradicional retratada con pluma certera por Julio Caro Baroja, sobrino de Don Pío. Los sufridos y pobres labradores, y sus pacientes parientas, se olvidaban por un par de días de su penuria personal. “Arrodillar” las eras –allanarlas con rodillos enormes–, hacinar y recoger grano y paja, guardarlos a la intemperie, velados por la Osa Menor y la Vía Láctea, subirlos a la planta de arriba, y la tediosa faena del pajar.

Las gentes no sabían de hagiografía ni del significado de la Asunción. Se distraían con la Misa, la ronda a las mozas, el baile en la plaza, la hoguera o Luminaria. A las doce sonaba el toque tácito de bajar a la plaza a contemplar la lumbre. Chicos y grandes, hombres y mujeres, mozos o casados. Se echaban primero los troncos más gruesos de la encina, arrastrados por hombres hechos y derechos. Con las ramas o chaparros podían atizar los mozalbetes. Ramillas y hojarasca quedaban para los más pequeños.

Conocí todavía al confitero, vendedor ambulante de chuches. Los gaiteros dieron paso a la orquesta, que va de Zaragoza, y a la disco móvil de última generación  y tecnología informática. Cada año menos gente. Queda la brasa, para esa chuletada que confraterniza a nativos y nietos de quienes emigraron a la ciudad.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 15 de agosto de 2014).

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