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La lampara encendida

Tiempo de castañas

Tiempo de castañas

Maiuca la castañera

Foto: escribimospensamientos.blogspot.com

Se llamaba Mariuca y era castañera, una niña huérfana que hubo dde trabajar para pagarse el alojamiento. La tapa del cuento, de cartón y en relieve, y una pequeña cucharrena, con la que dar vueltas a las castañas, que se podía sacar y meter. Realidad o fantasía virtual de las niñas, ¿y los niños?, de los años sesenta del ya lejano siglo XX.

Estará en el trastero, pero me ha dado un vuelco de alegría el corazón al encontrármelo en la Red. El otro día, pasando en el tranvía, vi sendos puestos de vendedoras de castañas por Independencia y en la plaza Paraíso –junto a la esperada rampa–. Alguno otro por El Corte Inglés, Don Jaime y pocos más. Y es que el frío llega más tarde, el fruto del castaño se vende en Martín Martin o frutos secos El Rincón, y los peques, con sus libros de baño en cuanto nacen, su iphon y su tablet casi antes de hablar, no saben de esos cuentos entrañables que tuvimos sus tías.

Ahora que ha llegado el frío me he sentido abrigada al recordar Mariuca la Castañera, de Juan Ferrándiz, autor e ilustrador de relatos infantiles; o La ratita presumida, de Charles Perrault. No es tanta la distancia. ¿Obviamos la pobreza en nuestras calles? Mariuca sabe a final feliz, pero enlaza con La vendedora de fósforos, de Christian Andersen, bellísima historia de miseria y de muerte la misma noche de Navidad.

¿Quién dijo que los cuentos para niños son inocentes? Caperucita Roja, Hansel y Gretel, La Cenicienta… Los Hermanos Grinn serían censurados por la crueldad de sus relatos. Los chavales de hoy también preguntan por la injusticia, el ébola y la corrupción. Ojalá no perdiésemos esa fresca inquietud.

Continúo quedándome con la valentía de El soldadito de plomo, la entrega de La Sirenita o la perspicacia de La princesa del guisante. Mi madre sigue asando castañas. Que durante largos años reúna a los nietos al calor de un relato, enseñándoles que la vida no es fácil, pero sí hermosa. “Dos de sus lágrimas le humedecieron los ojos, y en el mismo momento se le aclararon, volviendo a ver como antes. Llevóla a su reino, donde fue recibido con gran alegría, y vivieron muchos años contentos y felices” (Rapunzel, los hermanos Grimm).

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 7 de noviembre de 2014).

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