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La lampara encendida

Volver a la raíz

Volver a la raíz

Foto: AFP

Demóstenes, político y brillante orador de la Grecia antigua –siglo IV antes de Cristo– era tartamudo. Dicen que se ponía piedras bajo la lengua para corregir su disfunción. También Valero, nuestro obispo patrono, que ayer festejábamos con cierzo y roscón, tenía problemas de frenillo. Ideó otra forma de sobrellevar la diversidad funcional que le impedía dirigirse a los fieles: su asistente Vicente, tan buen declamador que atrajo las iras de Diocleciano y su propio martirio, en el siglo IV de nuestra Era.

Ni el ímpetu evangelizador de Valero, ni las “Olintiacas” y “Filípicas” de Demóstenes, son santos de nuestra devoción intelectual. Hoy la diversidad y la pasión se miden con otras coordenadas: indignación, anti bipartidismo, utopía. Ahí está el éxito estruendoso de Syriza, el pasado domingo, frente al silencio íntimo de otro griego universal en su partida, Demis Roussos. “Adiós, amor, adiós, / no tienes que llorar, / por muy lejos que esté / me sentirás cerca de ti. / Adiós, amor, adiós, / es hora de partir…”.

Karina, Nino Bravo, Cecilia, más tarde Demis Roussos, la amiga y compatriota Nana Mouskouri, Los Pecos, Paloma San Basilio… Algunos pertenecen a mi más tierna infancia, o incluso a una edad intrauterina, pero todos marcaron mi educación sentimental. Melodiosos, románticos, nostálgicos, pletóricos de amor.

Solo mucho después he sabido que el intérprete, en español, de “Eres romántica”, “Mañanas de terciopelo”, “Quisiera bailar esta canción” y tantas otras, nacería exiliado en Alejandría (Egipto), volvería a tierras helenas con doce años, y comenzaría a triunfar en grupo y como solista a partir de los sesenta y setenta. Cristiano ortodoxo y socialmente comprometido, triunfaría en Europa y en América: sabía cantar al corazón.

Descendió a los infiernos de la lucha consigo mismo, la obesidad, la depresión. ¿Quién no conoce el límite? Y remontó. En 2009, como el anciano sabio de una tribu ancestral, regresa a la Grecia de su origen para preparar la despedida. Ahora comprendo el todo: “Las mañanas son de terciopelo / si tus manos me hacen despertar, / me acarician, y en el azul del cielo / juntamos nuestro vuelo / y unimos nuestro amor”.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 30 de enero de 2015).

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