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La lampara encendida

Habemus sanctum

Habemus sanctum

Foto Zuma via / Europa Press

No sé si el papa Francisco hubiera sobrevivido al apagón eléctrico del pasado lunes, justo a la semana de su tránsito. Algunos diversos funcionales pentapléjicos y enfermos conectados al respirador no pudieron hacerlo. Esperemos que a partir de este próximo miércoles, ningún otro parón de energía nos impida seguir las noticias del cónclave, en  espera de la fumata blanca.

No lo tiene fácil el sucesor. La cercanía de Francisco a los inmigrantes, desde la trágica experiencia en Lampedusa; su amor e inclinación por los más frágiles; su debilidad por los pequeños, enfermos o víctimas; su lucha por la dignidad de la mujer, como hiciera Jesús con las primeras testigas y discípulas de su vida y Resurrección; su empeño en detener las guerras; su laude y cuidado de la tierra, nuestra casa común; su apuesta por el amor diverso, no entendido todavía en gran parte de nuestra sociedad.

Llamaba de improviso a un particular, ofrecía una audiencia privada o recibía en Santa Marta a cualquier indigente de Italia o de la tierra. Tras la encíclica Lumen fidei, escrita con Benedicto XVI, nos sorprendía a todos con Laudato si: “Esta hermana –la Tierra– clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”. San Francisco de Asís y vivir la fe desde el corazón, según san Ignacio de Loyola, fueron dos de sus lemas esenciales.

El Sínodo de la Amazonía y el reciente Sínodo de la Sinodalidad, que nos involucró a todos, pueblo de Dios y descartados, marcaron un antes y un después. Llevados de la mano del Espíritu y de la Virgen de los Nudos, emprendimos un camino sin retorno.

Mi amigo José Carlos Bermejo, del Centro de Humanización de la Salud –primer General de una orden no ordenado–, fue encargado por Francisco de un minucioso estudio sobre abuso infantil. Tolerancia cero. Y la aragonesa Cristina Inogés se hizo viral y popular como responsable en la secretaría del sínodo.

En contacto con Gaza hasta el sábado santo por la noche, nos bendijo en la mañana de Resurrección. No se dejó ningún cabo sin atar. Cientos de miles que fueron a despedirse y a adorarlo no pueden paralizarse ante ningún apagón. Una sencilla lápida de mármol, la cruz de su pontificado y una luz entrañable. Tenemos un nuevo santo que nos vela.

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", doimingo 4 de mayo de 2025).

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