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La lampara encendida

Miguel de Cervantes

Miguel de Cervantes

Foto: www.rae.es

“Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, […] el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies”, escriba don Miguel en el prólogo a sus Novelas ejemplares, con sesenta y seis otoños. ¿Qué se hizo de sus huesos?

Nieto de médico e hijo de cirujano, la suerte no le sonrió. Deudas, acusaciones, guerras, limitaciones físicas, cárceles, amores y matrimonio desafortunados. La ilusión de su vida, lograr un puesto público como Comisario Real de Abastos para la Armada Invencible, terminaría en prisión. Como última esperanza, esclavo del Santísimo Sacramento y franciscano. “¡Triste y miserable estado! / ¡Triste esclavitud amarga, / donde la pena es tan larga / cuan corto el bien y abreviado!” (Trato de Argel).

Pude sentir a Chopin en Valldemossa; a Rosalía en su mar de Padrón; a Carlos I en Yuste, y los pasos andariegos de Teresa en La Encarnación. Cómo me conmovieron las calaveras apiñadas en San Millán de Suso. Afirmaba el escritor y académico Luis Mateo Díez: “… el detalle puede hacer que tomemos conciencia de que podríamos tener un país lleno de casas de escritores, de poetas, de pintores de larga tradición”.

Pero todo en su medida justa. “Yo, señores, soy un hombre curioso; sobre la mitad de mi alma predomina Marte, y sobre la otra mitad Mercurio y Apolo. Algunos años me he dado al ejercicio de la guerra, y algunos otros, y los más maduros, en el de las letras. […] Algunos libros he impreso, de los ignorantes no condenados por malos, ni de los discretos han dejado de ser tenidos por buenos”, leemos en Los trabajos de Persiles y Segismunda. Y en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.

Como a Soledad Puértolas, “me importa más su obra que sus huesos”.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 20 de marzo de 2015).

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