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La lampara encendida

De cine

Hacía primavera en torno nuestro.

Salíamos del cine, ¿de los Goya?,

pletóricos de luna y sensaciones

a flor de corazón.

La gente iba dejando en el armario

abrigos y crepúsculos.

El aire iluminaba las miradas.

Qué grato era sentir todo en su sitio,

los nombres, las historias, o aquellos personajes

en la frontera misma de la vida y la magia,

sencilla, de los cuentos.

¿Recuerdas?, sucedía en la Argentina,

bajo la piel más pobre del planeta

y los astros más puros.

Los padres, la otra hermana, el visitante,

o ese joven ingenuo que iniciaba

su marcha hacia un espacio hermoso, digno.

Salimos de la sala con regusto

a vida y plenitud.

Y fuimos paseando, calmamente,

a hacer unos recados:

la tienda de deportes, la de música,

y luego el hotelito aquel, tan de otra

estación, presentida sólo en sueños.

Citado nos hubimos con dos buenos poetas,

de esos seres que exhalan océano y penumbra,

y amor, y oscuridades, y promesas.

Hablamos de lo humano y lo celeste,

del alma de las cosas, de esa historia

vivida en plenitud en la pantalla.

Cada cual ocupaba su lugar,

y era grato sentirse, así, entregados

al aire de la tarde, a la existencia

aceptada en su hondura en cada esquina,

en cada pliegue mínimo y su noche.

Nos fuimos, lentamente, paseando

por calles y recodos, y placitas,

hacia El Ángel Azul.

Subía un suave aroma a desperezo,

a plácida terraza, a cielo libre,

a zumo de naranja y confidencias.

Las mesas agrupaban, una a una,

miradas y susurros, cuerpos cálidos,

silencios modulados levemente.

Te presentí cansado por momentos.

¿Qué nubes empañaban aquel claro de luna

que se nos daba pleno, rebosante,

una tarde cualquiera del mes de la esperanza?

¿Acaso fuera el curso?, ¿tanta urdimbre

incierta de futuro?, ¿o la hojarasca

que te iba ya rugando el corazón?

A veces, bien lo sabes, no responden

cuando, henchidos de luz y de ternura,

llamamos a una puerta. Te iba hablando

de aquellos sueños puros que nacieron

en un viaje reciente. Vislumbraba

como un lugar propicio a lo más íntimo,

a una espera fecunda, al despertar.

Cada cual habitamos un pequeño

universo de amor y atardeceres,

y te ibas tú venciendo por llegar

a esa luna interior que iluminaba

extrañamente el bar, las formas, los rincones.

Charlando, sin sentirlo, se hizo tarde

y tomamos un taxi de retorno

a la casa, a la noche, a los quehaceres,

al entorno real de cada hora.

Fue un ocaso feliz, hoy remansado

en un sabor a entrega y armonía

grabado a vida y fuego. Estaba plena

la luna aquella noche.

Hacía ya principios de verano,

allá, en el corazón.

 

(Primer Premio Nacional de Poesía “Acordes”, en su XXIII edición, Espiel --Córdoba--, 24 de abril de 2015).

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