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La lampara encendida

San Lorenzo

San Lorenzo

Foto: Jesús Alba

El 31 de julio, en pleno Prelaurentis, estábamos en la plaza López Allué, mientras las Mairalesas de los barrios se disponían a recibir sus bandas. Poco después, un concierto de Versión Española en beneficio de ASAPME (Asociación Aragonesa Pro Salud Mental). Este año, como los políticos, elegí Huesca como lugar de vacaciones.

Más allá de la fiesta, de la visita a la ermita de Loreto, de jóvenes y no jóvenes que vibran en actos civiles, religiosos, musicales, taurinos… y del nuevo Gin tonic laurentino, Huesca también existe y permanece en su encanto.

San Pedro el Viejo, con sus arcos románicos, su claustro y su capilla de San Bartolomé, otro decapitado de la Historia, especialista en expulsar demonios a través de los siglos. La Catedral, con su retablo gótico y su óculo central, de Damián Forment, el autor del retablo del Pilar. Y sus santos patronos, San Vicente –asistente del tartamudo San Valero– y San Lorenzo el de la parrilla.

Plazas recoletas, tesoros más o menos a la vista… Como la maqueta de Sancho de Larrosa, el más célebre copista del “scriptorium” oscense; o el Museo Pedagógico de Aragón. La escuela del siglo XIX no era tan diferente a la de la segunda mitad del siglo XX, cuando los mapas eran esquemáticos, nos creíamos señores de los negritos y del sistema de pesas y medidas, y una bombilla amarilla o no saberse el Credo producían un eclipse.

Algunos artistas y profesores brillaban con luz propia. Como Ramón Acín, sacado de su casa junto a la esposa una noche de agosto. La campana de Huesca, escena recreada por José Casado de Alisal en 1880 y hoy expuesta en el Ayuntamiento, no es solo una leyenda. Como no son solo memoria las Pajaritas de Acín en el parque Miguel Servet. La Historia se repite como un péndulo.

Recogida en sus calles empedradas y su silencio, en su bello casco histórico, la vida parece detenerse. Sin embargo, de la piedra de los primeros reyes, levantada sobre antiguas ruinas visigodas y olvidadas mezquitas, al excelente mural de Antonio Saura en el techo de la Diputación, se abre un abismo de luz en el ser humano. Aceras, edificios, transportes accesibles, incluso desde Huesca a Zaragoza.

Del verde de la  albahaca al blanco de la nieve y la pureza, San Lorenzo nos vela.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 14 de agosto de 2015).

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