Extraños visitantes
Foto iglesia de san Apolinar el Nuevo, Rávena
Eran persas sansánidas, venían del oriente, discípulos de Zoroastro, como muchos seguidores sepultados en la ciudad de Sava, según escribiría Marco Polo. Época de Justiniano, siglo VI, todo fue destruido, excepto la basílica de la Natividad, en Belén, por aparecer en uno de sus muros las figuras de Melchior, Jaspar y Balthasar, estudiosos del cielo y buscadores de estrellas.
Escucharía los cascos de sus camellos en casa de los tíos, de pequeña. No buscaban de propio al Mesías. Nueve meses antes de su nacimiento parece que hubo un fenómeno astrológico fuera de lo común, y como buenos magos o sacerdotes persas se pusieron a analizarlo y a seguirlo. Esperaban a un dios, Ahura Mazda, la llegada de un reino de justicia, la diferenciación de un espíritu del bien de otro del mal, y unas cuantas ideas que hoy diríamos excéntricas, hijas de una cultura antiquísima.
Al cabo de la luz deslumbrante los sabios encontraron solo a un niño en un pesebre de piedra, con sus padres, muy pobres. Increíble. Mateo lo relata en su capítulo segundo, versículos del 1 al 12. Esto y algunos textos apócrifos, como el Pseudo Mateo o el Evangelio de la infancia, cristianizarían y popularizarían el acontecimiento, en un principio pagano y al mismo tiempo universal.
Sea como fuere, en esta noche mágica pido a los tres magos de mi niñez remota el regalo de la paz. Que el oro del poder y de las armas no acrecienten las más de veinte guerras que asolan y destruyen nuestro planeta; ni la ruso ucraniana; ni la de Oriente Próximo, que se va engrosando más y más –la israelí palestina ha pasado al Líbano, el Yemen, Irán, Siria…–.
Que el incienso sea más que un don espiritual, y unifique posturas encontradas, izquierdas y derechas, conservadores y republicanos. Que inspire a más líderes gobernantes que, aun cuando centenarios, nos dejen su legado de coherencia, dignidad y bien común.
Y que la mirra, aloe o sábila, cicatrice heridas de persona a persona; y que sane a muertos y a vivos, como la losa sacra donde embalsamaron a Jesús. Y que la oxitocina, hormona del amor y la ternura, prevalezca sobre el cortisol, que inflama voluntades y naciones. Os lo pido esta noche en oración.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 5 de enero de 2025).
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