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La lampara encendida

Chicho Ibáñez Serrador

Chicho Ibáñez Serrador

Foto Efe Madrid

Tendría 4 años, aquel verano en Tarragona; la primera vez que asistía a un partido de tenis con mayores. Mis obsesiones, cortarme las uñas e “Historias para no dormir”. Menos mal que los peques, los hijos de la patrona y yo, nos íbamos pronto a la cama.

“Mañana puede ser verdad”, “La historia de Saint Michel”, “Historia de la frivolidad” (no estábamos ni en la Transición intelectual), “El televisor” o “Mis terrores favoritos” no nos marcarían tanto, éramos muy niños. Habría que esperar a los 70 y el “Un dos tres… responda otra vez”; con las secretarias y sus enormes gafas, Don Cicuta y los Tacañones, su versión femenina y luego Ruperta. Ya nos reuníamos toda la familia frente a una pantalla que pasó del blanco y negro al color. Ya entendíamos el humor y las picardías. Kiko y Mayra, las mamás chicho… ¿Cuántos actores desfilarían ante nuestras pupilas asombradas y divertidas?

Sus películas, “La residencia” y “¿Quién puede matar a un niño?” (hoy por desgracia nos sorprende menos), pasaron desapercibidas. Lo mismo que el teatro, “Aprobado en castidad”, “El agujerito” y “El águila y la niebla”; o la labor de Chicho en Radio 80 y en la Ser. Si algo volvió a reunirnos en el salón, a mayores y jóvenes, y adolescentes a hurtadillas, sería “Hablemos de sexo”, en los 90 democráticos. Con Elena Ochoa. Para muchos sería el despertar.

Waku Waku o el amor por los animales, El semáforo o el aplauso del público… Los galardones llegan en su momento. Premio Nacional de Televisión, Premio Feroz de la prensa cinematográfica, Seminci de Valladolid, Premio Villa de Madrid y Lope de Vega, Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes, Maestro del Fantástico del festival Nocturna, Premios Ondas, Goya de Honor.

Acudía a recibirlos siempre que pudo. Se retiró a su casa de Somosaguas cuando lo vio imprescindible, a su silla de ruedas, su asistencia personal indispensable. Lo asumía con paz, acompañado y seducido por sus clásicos de siempre: de Edgar Allan Poe a Alfred Hichcook. La enfermedad con la que convivió de niño lo habituó a la soledad. “El teatro, siempre lo dijo, fue su escuela, y el ámbito en el que, poco a poco, descubrió que la dirección y la escritura le atraían más que la actuación”. Nos mantuvo vivas y despiertas a varias generaciones. Gracias, Chicho. Sigue velando por la creatividad nuestra de cada día.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 28 de junio de 2019).

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