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La lampara encendida

Mar y trigo

Mar y trigo

La playa Pita (Soria). Foto Jesús Alba Enatarriaga

Monte Igeldo, isla de Santa Clara, Pico del Loro, Monte Urgull… Llegamos a San Sebastián con 39 grados, aunque la galerna nos salvó. Nos gusta contemplar desde la playa de Ondarreta el mar interminable y sus veleros, los montecitos verdes, la casa de Chillida y un poco más allá el mágico Peine de los Vientos. Al otro lado, La Concha, el Antiguo, el puerto en el extremo de la bahía… La vista es aún más bella si cabe desde la Villa San Martín, antiguo restaurante de la tía Milagros –Milagros Enatarriaga–, junto al Funicular, que a tantos célebres albergó. De San Telmo a Miramar, la ciudad nos cautiva.

Cruzamos hacia Navarra, el azul inabarcable en cada rincón de la memoria. Todavía, unos entrañables “txokos” guipuzcoanos: Izaskun o la ermita de Aldaba, con el Txindoki al fondo. Y un poco más allá, Estella y Puente la Reina, Nuestra Señora de Eunate y su hermoso románico o el monasterio de Irache, con sus dos claustros y su “fuente” del vino –la acepción no se recoge por la RAE–, para calmar la sed del peregrino. Belleza tristemente oscurecida por tantos montes chamuscados.

No llegamos a Burgos, pero Castilla, sus mieses, ya rastrojos, y sus castillos, están todos resecos, a punto de prender. La provincia de Soria, cereales, judías, pinares, álamos machadianos y cada vez más frecuentes los girasoles. La capital, con Gerardo Diego junto al Casino bajo 45 grados; Almazán, lugar de residencia de Tirso de Molina y don Enrique Moliner, médico rural y padre de María Moliner; la ermita de San Baudelio, Barca y su museo etnográfico, o Velamazán, cuna de mis abuelos y mis padres.

Si algún día me pierdo, buscadme en El Burgo de Osma, la ciudad celtíbera, la Uxama visigoda, romana y después cristianizada, mezcolanza y cruce de culturas que se muestran en su concatedral. Soportales y casas solariegas, el Ayuntamiento y la plaza Mayor, el paseo nocturno junto a las murallas iluminadas, que no conocen restricciones, y la Universidad renacentista de Santa Catalina –Filosofía, Medicina, Derecho y Teología–, hoy nuestro hotel.

Productos gastronómicos de siempre, mantequilla, torreznos, paciencias, yemas y el nuevo chocorrezno, de diferentes sabores. De regreso, en la linde de Ateca con Alhama, infinitas extensiones calcinadas. Mar y trigo, trigo y cielo. Europa y la bandera ucraniana están que arden. El futuro aún nos pertenece.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", domingo 31 de julio de 2022).

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