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La lampara encendida

Nace Dios

Nace Dios

Foto: Heraldo.

“Entre un buey y una mula / Dios ha nacido…”. Parte de un célebre villancico popular cantado por los siglos de los siglos, que pasó a formar parte de nuestra educación sentimental de la más tierna infancia. Y nos quedamos tan anchos.

Veía la otra noche por televisión un interesante reportaje sobre un campo de refugiados en Burkina Faso. Me recordó un belén de aquel país, hace dos o tres años, en la exposición Belenes del mundo del Joaquín Roncal. Y es que los niños, morenitos, parecían figuritas de aquel otro Nacimiento africano de madera, raquíticas y esquemáticas. Solo que esta vez los muñecos tenían movimiento y vida propia –es un decir lo último–.

Escenas más que conmovedoras: los papás que acompañan a sus niñas, enfermas de malaria y desnutrición, durante varios días en el hospital prácticamente improvisado; la sala de colchones que hace de paritorio, o la balanza –una romana con plato– para pesar a los pequeños. Acceder a la escuela prefabricada es todo un lujo; pero pasar la frontera del parto y los primeros meses de existencia no lo es menos en muchas ocasiones. El dulce proteínico que Acnur reparte por aquellos países, y cuya sobras lamen otros niños como sabrosas chuches, es un buen paliativo. Las mujeres allí no se plantean aborto sí o no: les sale espontáneo. ¿Cómo sobreviven los bebés que vienen a este mundo con una limitación algo severa?

“Para ponernos en la piel de un refugiado, hay que pensar que lo hemos perdido absolutamente todo”, afirmaba la presentadora. Mientras, aquí volvía a caldearse la polémica: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, frente al “Hay que defender la vida y la dignidad humana por encima de todo”. ¿Retroceso retrógrado? ¿Dónde el avance socio sanitario universal si volvemos al modelo espartano del monte Tageito? Malformaciones no, gracias.

¿Volveremos a ver a más niños con síndrome da Down en nuestra escuela inclusiva? ¿O, por el contrario, habrá más viajes a países lejanos para desencargar bebés? El rostro de la reportera lo decía todo: ¡Qué ricos! ¡Qué ternura! ¡Qué impotencia! Muchos niños no tienen ni una tienda donde guarecerse, pero sus padres se vinieron para salvar la vida. “Ay del Chiquirritín, / Chiquirriquitín, / metidito entre pajas; / ay, Chiquirritín, / Chiquirriquitín, / queridín queridito del alma”.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", martes 31 de diciembre de 2013).

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