Matute: vértigos en el bosque
“Todo lo que es hermoso tiene un instante, y pasa”, verso suelto de Luis Cernuda que inicia esta penúltima novela de la autora y rima como pocos con la totalidad de su obra anterior. Novela inspirada en el trasfondo de la guerra civil y en los dramas humanos de la época –y de todos los tiempos–, como Pequeño teatro, Los hijos muertos o Primera memoria. Pero a la vez fantástica, en la línea de La torre vigía, Olvidado rey Gudú, Aranmanoth o Paraíso inhabitado. Impregnada de una realidad y una verdad simbólicas, como afirma Pere Gimferrer en el prólogo, porque entre el día a día y la cálida ráfaga del bosque hay apenas un hilo imperceptible.
La joven e inexperta Eva, hija del Coronel, abandona el convento a punto de ser incendiado y regresa al entorno del que, un año antes, deseaba escapar. La historia acaba de ser creada en la mente de Ana María, como un árbol frondoso cuyas ramas necesitan salir al exterior, pero los elementos se repiten en círculos concéntricos desde el primer relato que escribió hace setenta años. Las presencias que solo padre e hija pueden ver –como Adriana en Paraíso inhabitado–, los espejos inclinados, el desván, la cocina como refugio íntimo, las intrincadas relaciones familiares, los sentimientos como fuente de hermosura y conflicto, la muñeca fea, el simbolismo de las aves. La necesidad de sobrevivir… y sobre todo el bosque. “Perder el bosque inventado, tan inventado que jamás conocí otro más real. Recuperándolo paso a paso, minuto a minuto, hollando altas hierbas desconocidas, descubriendo detrás de cada tallo la realidad de un sueño incompartido”.
“Las cosas no son como creemos verlas”, dice Madre a la nieta. Nunca lo fueron. Ni en la amistad, ni en la familia, ni en la relación en sociedad. “Me tendí sobre los almohadones, como si así pudiera sofocar la mirada, la voz, la culpa. Siempre la culpa. Jovita sonreía mientras sofocaba las lágrimas, sabía hacerlo a la perfección. Yo no”. De ahí el conflicto, el drama personal, la contienda bélica. Pero los personajes también crecen, van madurando, se transforman. “Y mientras, sin saber cómo, atropelladamente, la figura de mi hermano crecía. Su fortaleza, su lealtad, su mismo silencio...”.
“La ventana de los halcones” y “Vértigo”, las dos partes de la novela. Y dos voces narrativas: “Hasta que al final mezcló la primera persona, cuando la que relata es Eva, y la tercera, cuando me conviene otro punto de vista, otra mirada”, nos revela Mari Paz Ortuño, amiga y secretaria de Ana María Matute, en el epílogo. Y su estilo de siempre, preciso, elegante, minucioso. Y el volver a los temas recurrentes, desde aquellos Cuentos de infancia de los cinco años, como la discapacidad –el Coronel usa silla de ruedas desde la guerra de Marruecos–.
¿Cuánto hay en la obra literaria de recorrido autobiográfico? ¿El nombre de la niñera, Mada? ¿Los estruendos horribles de las detonaciones, que dejarían tartamuda a una niña sensible? ¿Los secretos del bosque? “Le acaricié el cabello y por primera vez me atreví a besarle en la frente. Como hubiera hecho con un niño. Y me arrepentí enseguida. […] Huele a bosque, pensé, aunque probablemente eran figuraciones mías”. Cuando el vértigo interior y las limitaciones físicas la tenían cercada ya casi en la frontera, Ana María Matute continuó impasible ese compromiso fiel con la escritura suya de cada día y con nosotros, los lectores.
Parece un final abrupto, una muerte súbita. En el capítulo 11 leemos: “Berni no recordaba el primer día en que lo había visto. Para él hacía ya tantos años […] que se trataba de algo perteneciente al paisaje, como un árbol. Simplemente el chico de al lado”. El primer relato de la autora, publicado en Destino en 1947, se titulaba “El chico de al lado”. ¿O el bosque que ha alcanzado la plenitud del círculo?
María Pilar Martínez Barca
(“Ficción. La novela póstuma de la escritora, Demonios familiares, cierra un círculo. Matute: vértigos en el bosque” –Narrativa española, comentario a Demonios familiares, de Ana María Matute, Destino, Áncora y Delfín, Barcelona, 2014, 184 páginas–, Heraldo de Aragón, «Artes y Letras», jueves 16 de octubre de 2014).
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