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La lampara encendida

Amor oscuro

“Tengo miedo a perder la maravilla / de tus ojos de estatua, y el acento / que de noche me pone en la mejilla / la solitaria rosa de tu aliento”. Asistía hace poco a una ponencia sobre la noche oscura de los místicos y nuestra propia noche, esa herida de vida o insatisfacción profunda que termina envolviéndonos del cielo hasta los pies. También en el amor, como reflejaría García Lorca en sus “Sonetos del amor oscuro”.

“Si te mueres, estoy muerto”, escribió el filósofo André Gorz, amigo y discípulo de Sartre, a su esposa Dorine. El libro, “Carta a D. Historia de un amor”, se publicaba hace ahora dos años, y unos meses después aparecían los cuerpos de los dos, octogenarios, tendidos en su cuarto y a sus pies una nota: “Avisen a la policía”. No quisieron sobrevivirse el uno al otro.

Y hay autores que mueren de puro desamor: Larra, Ángel Ganivet, Jack London, Alfonsina Storni… “Entre las manos dulces, vos la bella / que habéis matado, sin saberlo acaso, / toda esperanza en mí”. Pero esa no es la tónica habitual de nuestros días, en estos tiempos de divorcio exprés y de comida rápida. Es todo mucho más de andar por casa, aunque no menos bello: “Como el primer cigarro, / los primeros abrazos. Tú tenías / una pequeña estrella de papel / brillante sobre el pómulo” (Luis García Montero).

Aunque lo que más suena es lo de las habitaciones separadas y los niños cada fin de semana con el padre o la madre y su pareja. Hoy no es tanto la muerte la que haría estremecerse a Neruda: “Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo / en que nos anudamos y nos desesperamos”. Sino cada ruptura y la nada cotidiana. Y añoramos el éxtasis: “No fue un sueño, / lo vi: / La nieve ardía” (Ángel González).

Charles Ronsac, escritor y periodista, decidió consagrarse en alma y cuerpo a su adorada Marthe, su mujer, cuando enfermó de alzheimer, y una vez ya fallecida escribe: “He querido devolverte a la vida, escribiéndote esta historia de momentos felices y dramáticos, como si aún fueses mi primera lectora. ¿No te da vergüenza, a tus 86 años, seguir causando turbación en tu viejo amigo?”. Mi tío sobrevivió a mi tía un año, un mes y cuatro días.

Puede que la noche se conjure, simplemente, amándonos, siéndonos en el otro, como en el poema de Salinas: “De mirarte tanto y tanto, / del horizonte a la arena, / despacio, / del caracol al celaje, / brillo a brillo, pasmo a pasmo, / te he dado nombre; los ojos / te lo encontraron, mirándote”.

           (María Pilar Martínez Barca, inédito).

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