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La lampara encendida

Baluartes interiores

Baluartes interiores

Foto María José Millán Álava / Filología Universidad de Zaragoza (1982-1987)

“Miré los muros de la patria mía…”. Estos versos de Francisco de Quevedo bien pudieran reflejar lo que muchos sentíamos ayer. María Antonia Martín Zorraquino fue la primera en recibirnos a mi promoción. Del “Laudeamus igitur” al “Carpe diem”, la suya fue ya una clase magistral. José-Carlos Mainer y Dolores Albiac; Juan Manuel Cacho –yo no tuve la suerte de llevar a María Jesús Lacarra–; María Pilar Cuartero y su esposo, Francisco Javier Mateu –que pensaba que yo iría como oyente–; Agustín Sánchez Vidal; Aurora Egido –cuyos exámenes me duraban ocho horas clavadas, mañana y tarde–…

Cristina, que nada más llegar me ayudó a subir al Aula Magna II; María José, que me cruzaba Ínter, ida y vuelta, como un torpedo; Esther, Teresa, Ana y Lola, que me pasaban los apuntes; Elena, con la que, además del día, compartí el viaje a Innsbruck y luego el CAP –Curso de Aptitud Pedagógica–; Pilar, Emilia, Manuel –que traducía como un crac–, Ángel, Betania, Esperanza… Más chicas que chicos por entonces en letras, no muy fácil ligar, aunque siempre… Buesa, Val, Enguita, el entrañable Túa Blesa, y D. Félix Monge, a quien apodábamos el “abuelito” –creo que salió de Maribel, mi amiga y compañera invidente–.

Mis padres y mi tía, y sobre todo el tío Fermín, que era como un alumno más, siempre llevándome a clase y trayéndome a casa; o contándome sus historias de tío cebolleta, y mojándonos y riéndonos cuando regaban los jardines, “Buenos días”, saludaba educado el profesor. Muy difícil llegar a las nueve en punto. “Ese maestro tuyo parece un pastor”, apostillaba mi tío. “¡Y qué majeta es la pelirroja!”.

Nos licenciamos, aunque con la pesadilla al despertarnos –después lo comentamos los compañeros– de que aún nos quedaba alguna asignatura. ¿Qué ahora? Me decidí por el Doctorado, y pude comprobar, en mis visitas asiduas a los cursos de Tercer Grado –Rosa Pellicer, Esther Lacadena, Gonzalo Corona Marzol–, o a la dirección de mi trabajo por el doctor Mainer, cómo el campus y la sociedad iban cambiando. Rampas y rebaje en las aceras, un departamento especializado para estudiantes con discapacidad… Ahora mi acompañante tenía cuatro ruedas y un motor.

Nos han tirado, para remodelarlo, el edificio; pero llevamos dentro los tesoros. “Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando…”. Siempre preferí a Juan Ramón.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 15 de marzo de 2019).

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