Francisco Brines
Foto El País
Andaba estudiando los poetas del Café Niké, de Miguel Labordeta y Manuel Pinillos, pasando por Julio Antonio Gómez, Rosendo Tello o Fernando Ferreró, a los casi impúberes asistentes a la tertulia, cuando tan gratamente me encontré con la Generación del 50 o segunda de posguerra. Nacidos entre 1925 y 1935 comenzarían a publicar en el 52. J. M. Caballero Bonald, C. Rodríguez, J. A. Goytisolo, A. González, E. Cabañero, C. Barral, J. Gil de Biedma, F. Grande, J. Hierro, J. A. Valente: “Cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre” (A modo de esperanza).
Superado el compromiso de los poetas precedentes, Gabriel Celaya o Blas de Otero, y buenos discípulos de Vicente Aleixandre, optan por la poesía como conocimiento frente a la poesía como comunicación. Entre todos, un nombre señero, Francisco Brines: “Recuerda una ciudad, de altas paredes, / donde millones de hombres viven juntos, / desconocidos, solitarios; sabe / que una mirada allí es como un beso” (Las brasas).
Heredero a su vez de Cernuda, Cavafis, Juan Ramón o Machado… Qué actual este poema y, sin embargo, todavía de su ópera prima, cuyo inicio nos desmenuzaría Rosendo Tello y que luego cité en algunos de mis versos: “Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido / la inclinación del sol”. Aunque nada como El otoño de las rosas, preconizando esta noche que habitamos: “Todas las noches de mi vida, envejeciendo, / son una infame rosa negra, / son una rosa negra y solitaria, / una encantada y desvalida rosa”,
Pérdida del paraíso de la infancia, a su vez tan aleixandriano, solo recuperado a través de la belleza: “Un niño, / debajo de las nubes radiantes, / contempla el mar” (Palabras a lo oscuro). Poeta del amor y la nostalgia, hacia una muerte serena: “Donde muere la muerte, / porque en la vida tiene tan solo su existencia” (Yo descanso en la luz). Coetáneo y maestro de autores como Antonio Gamoneda, María Victoria Atencia, Julia Uceda o Antonio Colinas.
¿Y por qué me recuerda otros versos adsorbidos hasta la saciedad? “La muerte, lo sabéis, es el más largo viaje / y lo hacemos tendidos en el suelo, quietamente tendidos, / mientras la luz se alarga dorando lo distante” (Manuel Pinillos, Sentado sobre el suelo). Comentaba el Premio Cervantes 2020 cómo la poesía ha de servir en un momento tan difícil de “refugio” y “sanación” del alma. ¡Qué verdad tus palabras, apreciado maestro!
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 13 de noviembre de 2020).
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