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La lampara encendida

Las Delicias

Las Delicias

Foto www.heraldo.es

En los años 60 del pasado siglo, mis padres, como tantos otros, emigraron del pueblo a la ciudad. Venían de una guerra y una triste posguerra, y la oligarquía franquista no ayudaba mucho. Los míos aún tuvieron suerte y, con los cuatro ahorros de los abuelos, a fuerza de una vida de entregarse a la tierra, como el grano de trigo, se compraron un piso. Dos sillas, una mesa donde poder comer y un sencillo colchón, era todo su ajuar.

Los muebles fueron llegando despacito, y cuando yo nací, allí en una cuarta planta de la calle Delicias, no faltaron la cuna, los primeros juguetes y una sillita, imitación de anea azul y blanca, donde aprendí a leer. La gimnasia, a la que debíamos acudir todos los días debido a las secuelas de la parálisis cerebral de nacimiento –un error médico–, corría toda a cargo del sueldo de funcionario de mi padre, no tenía seguro.

Hacía mucho frío en los inviernos, con solo una estufa para toda la casa de esas de piña eléctrica. Y yo cogía angina tras angina, y muchas inyecciones, que aún me duelen; un “virus” permanente que el sarampión terminó de completar. Leía y estudiaba en la máquina de coser.

Llegó la transición, la democracia, mis primeras salidas con otros compañeros sentaditos, colonias de verano, el título de Primaria, el Bachillerato a Distancia, luego la Universidad. Nos hicimos más universales, mucho menos egocéntricos. Llegaron los primeros inmigrantes, y otros para quedarse, y muchos más.

La globalización se hizo dueña del mundo, o de la tierra. Y olvidamos reciclar las caseras; vasos, platos, pajitas y envases de cartón los cambiamos por plásticos. Fueron llegando los ordenadores, los viajes a gran escala, las pateras. Nuestros padres y nosotros nos fuimos trasladando a pisos y urbanizaciones más modernas, con ascensores y calefacción. Y aquellas viejas casas las dejamos para los nuevos inmigrantes, apiñados, subarrendados tantas veces, que venían a cuidar de los mayores.

Trece años tenía cuando dejé Delicias. Los mismos que esa niña inmigrante, hija mayor de una familia cuyos padres han debido ser aislados por la covid. No se sabe muy bien de qué hemos abusado. ¿De la naturaleza? ¿De nuestros prójimos? Se nos ha muerto casi toda la generación que nos cuidó. ¿Qué va a ser de la que ahora ha venido a cuidarnos? ¿Y de los jóvenes?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 31 de julio de 2020).

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