Navidad feliz
Gruta de la Leche (Belén). Foto Jesús Alba Enatarriaga.
Vamos adaptando la tradición y la iconografía según los siglos y las modas. Del belén viviente de San Francisco, tras su viaje a Oriente, al Belén del Príncipe de Carlos III; de las representaciones medievales al sencillo nacimiento con las cinco figuras o los belenes infantiles de Playmobil. Pequeños y mayores seguimos recreando año tras año figuritas y espacios en torno al natalicio del Niño Jesús.
Mi peregrinación a Tierra Santa –ni Israel ni Palestina, para que nadie se moleste–, hace apenas un mes, me ha cambiado la visión de las luces, el árbol y el belén. Ni los cuentos de Andersen ni de los hermanos Grimm son cuentos estrictamente para niños, como tampoco el hecho de la Natividad, por mucho que en el relato aparezcan pastores, angelitos y Reyes Magos que nos traen regalos.
El pueblo judío esperaba a un Mesías salvador, que liberase al pueblo de esclavitudes e injusticias. En eso y otras cosas no hemos cambiado tanto. De ahí a que una niña quedase embarazada iba un abismo. María no se libró, en aquel tiempo primigenio y pre civilizado, de la ordalía o juicio sagrado en la sinagoga; y por lo que tengo entendido tampoco José. Pero algo la diferenciaba del común de los mortales: “Que sea en mí la voluntad de Dios”.
Era una muchacha andariega y viva. De Jerusalén a Nazaret, para comprometerse con el hombre al que la habían desposado –todavía sin bodas–; de ahí a Ein Karem, en la montaña, para ayudar a su prima que estaba encinta; y luego a Belén, con motivo del nuevo censo de Quirino. Y le llegó el momento de romper aguas, y tuvo que dar a luz en una gruta en la roca, habitual vivienda y albergue de pastores.
Y aconteció el prodigio, el anuncio del ángel, la señal: “… encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc. 2, 12). Los niños ven y creen en los ángeles. ¿Y los adultos? Un pesebre de piedra, ara o altar de sacrificio, donde sacrificaban a los corderos elegidos, sanos, sin tara, inmaculados.
Bajamos, nos bajaron, por la escalera estrecha y empinada, en la basílica de la Natividad, hasta el espacio que compartimos cristianos armenios, griego ortodoxos y latinos: la capilla del Pesebre, junto a la de los Reyes Magos. Y ante la Estrella de Belén, oramos y volvimos a adorar al Niño Dios. “Hoc de Virgine Maria Jesus Christus natus est”. Era un bebé recién nacido.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", sábado 24 de diciembre de 2022).
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