Ribera de la aurora
La cueva era sencilla:
ni tan siquiera un ánfora
donde guardar el vino,
las pajas de un pesebre te servían de estera.
Un varón te velaba,
y una joven
curvada hacia su luz más íntima
te mecía con manos silenciosas.
Prendada para siempre a tu ternura,
aquellos que escucharon de mi boca
la hermosa profecía
quedaron como absortos,
tu madre sonreía allá en su centro.
Te dejé como ofrenda cuanto entonces tenía:
un pedazo de pan
y esa flor de las nieves
que en el monte creciera.
Había en el ambiente algo sagrado.
(Flor de agua).
Imagen: Iglesia de los Pastores, Belén.
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