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La lampara encendida

Cambiar el chip

Cambiar el chip

Desde mi sillón

Nunca me ha gustado la política. Pero aquello sonaba diferente. “No tenemos por qué depender de la familia o de los cuidados en una residencia”. Siempre me vi distinta, mi pieza no encajaba en ningún puzle: demasiado pequeña en talla y físico, desmesurada en sueños. Mis mayores temían, sólo una adolescente, mis ansias de volar.

He escuchado una noticia por la radio que te puede cambiar la forma de vivir –me anunció mi pareja-. Sus palabras iban reproduciendo mi universo interior.

Después conocería al autor del mensaje. Coincidí en Madrid con Javier Romañach, miembro del Foro de Vida Independiente, tetrapléjico a causa de un accidente que le hizo polvo la columna –una C6, peor que de Ramón Sampedro-. “Nos falta una filosofía, principios y hasta léxico”. ¿Minusválido? ¿Dependiente? ¿Persona con discapacidad? ¿Diverso funcional?

“Por los años cincuenta, en las universidades no había baños de señora. No se necesitaban”. Sabía de su vida a través de Internet, la radio y Las cerezas, el espacio nocturno ¿o trasnochado? de Julia Otero. Pero conocer a alguien cara a cara cambia el rumbo.

No hablaba de capacidades, sino de dignidad, igualdad y derechos para todos. “Toda revolución auténtica tiene dos fases: primera individual, después social”.

¿De qué iba todo aquello? “Algunos se han buscado piso, tú también puedes”. Empecé a interiorizar. Rodamos en lugar de caminar, nos comunicamos a través de signos, aprendemos de manera diversa… pero nadie es mayor ni más pequeño.

Estudiando, moviéndonos, creando asociación con otros compañeros, he sabido cómo en Estocolmo casi no hay residencias. Al Estado le sale más rentable la opción domiciliaria. “Algunos de los nuestros no saldrán nunca del armario, pero la opción es libre y personal”. ¿El término correcto? Sólo sé que ya no me siento diferente.

                                        María Pilar Martínez Barca

 

A nuestro alcance

Teatro para todos

Ana es inquieta y soñadora. Tres compañías de teatro, su familia, la playa, su lucha por derribar barreras. Los niños la ven como una compi.

M. P. M.

“Soy directora teatral. En Almagro tiene mucho peso, la Diputación nos subvenciona”. Lleva un grupo de personas mayores, algunas con alzhéimer; les da vida. “Con el de matrimonios no paramos, vamos representando de aquí para allá; cobramos un precio simbólico”. Su pasión, los pequeños.

            “Son graciosísimos. Estoy realizando una labor útil”. Ana Díaz Montero es también profesora en una escuela dramática infantil, de 2 a 12 años. –Seño, ¿tienes otra silla? –Sí, ¿por qué? –Para papá, ha tenido un accidente.

            “Me siento en el suelo, desmontamos la silla, les enseño”. –¿Y por qué nuestros padres  no nos cuentan las cosas como tú? No la ven diferente. “Lo mío es enfermedad, pero mi sobrinita se preocupó con lo del coche: ¡Anda, que si tía Ana se nos queda coja!”.

            “Su conciencia social es increíble”. Toda la clase fue a ver a Fofito. “Después vino otro circo con escaleras, y un chaval se encaró al director: Señor, usted no tiene corazón. Los discapacitados no pueden divertirse”.

            Entre ensayo a ensayo, Ana y su hermano Antonio, la misma enfermedad, siguen reivindicando: “Un bordillo, una calle, un ascensor…”. Adora a su familia, el mar, donde nos conocimos, y su próximo sueño: “Nos están adaptando la vivienda. El Ayuntamiento ha puesto un sevicio de comida a domicilio y una lavandería”. El buen teatro es universal.

 

Más corazón

Con alas en los pies

Licenciada en Geografía por la Universidad de La Laguna (Tenerife), documentalista en el Archivo Municipal, escritora… María Pino Brumberg acaba de editar “Con alas en los pies” (Ed. Idea).

Amor, alegría, dolor, impotencia, esperanza… y sentido del humor en cada página. Un amplio arco iris cuando a los 13 años te diagnostican ataxia de Friedreich, etiquetada como enfermedad rara. Del bastón al andador y la silla de ruedas, pasando por la experiencia de pareja, el pase de modelos o el parapente. No se renuncia a nada.

Tampoco es quedarse en el sentimiento. Uno de los mayores atractivos, la denuncia social. Lo más duro, el entorno, las barreras mentales, los espacios vedados, la exclusión. Y un hermoso deseo para adultos y jóvenes: “Que todos caminemos y seamos iguales”, siempre desde el respeto a la diferencia.

Contacto: marpinobr@hotmail.com. Página web: www.ataxiacanarias.com.

M. P. M.

(Humanizar, «La fuerza de los límites», Nº 114 -Madrid, enero-febrero 2011-).

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