Antón Castro
Foto. Rogelio Allepuz (Los pasajeros del estío, Olifante, 1991 --2.ª edición). Mi primera imagen de Antón.
“Pájaros de silencio para habitar la memoria”. Fue mi primer contacto con Antón: la reseña de mi primer poemario, Epifanía de la luz. Deliciosa, como todo lo suyo. Un rey Midas de los siglos XX y XXI que transforma en oro cuanto toca con su palabra escrita, oral o digital. Acababa de venir de su amada terruña –bueno, llevaba ya diez años con nosotros–: “De niño, allá en Santa Mariña de Lañas (Areixo, A Coruña) me internaba en un bosque sombrío de pinos y robles, de helechos inmensos que olían a humedad” (Fotografías veladas).
Me ofreció generoso una entrañable relación de magisterio. El Día, El Periódico, Heraldo de Aragón. De Ildefonso-Manuel Gil a Rosendo Tello; José-Carlos Mainer, Aurora Egido o José Manuel Blecua; Puértolas, Montero, Gamoneda, Juan Eduardo Cirlot, Clara Janés… Entre el tacto de seda y el rigor científico, sus puntualizaciones y consejos te hacían desvelar el porqué de cada obra y su autor. “Lo que más le gustaba en el mundo era escribir. […] Para él escribir era como pintar o fundar un mundo intacto, y a medida que inundaba el papel percibía una fuerza interior, una certidumbre de fuego” (Los seres imposibles).
Algunas presentaciones de mis libros, más reseñas, un afecto mutuo. Conocí de su mano a la Premio Nacional de Poesía Olvido García Valdés; a su colaboradora en “Borradores” –antes habían sido “El viaje a la luna” y “El paseo”– Ana Catalá Roca. El trato fue tornándose confidencia. “Vivir, a veces, es abandonarse, prescindir de la impostura, despojarse de la ambición y del vértigo, dejarse ir, hacia la inalcanzable montaña de nieve, con las manos en los bolsillos…” (Vivir del aire). ¿Por qué los grandes genios son de lo más humilde?
Colmo de la gratitud, me prologó La manzana o el vértigo. Y una se siente niña, muy pequeña a su lado, “en un temblor / de pájaro desnudo en el invierno”. Solo en un parrafito de su Epílogo a El testamento de amor de Patricio Julve –segunda edición– leemos: “Durante esos años, era un enfermo de la literatura de Álvaro Cunqueiro, de Miguel Torga y José Saramago, de Mercè Rodoreda, de Joan Perucho, de Rafael Dieste, de Ramón José Sender, de Isak Dinesen, autores que se sumaban a devociones anteriores como Méndez Ferrín, Otero Pedrayo, García Márquez, García Lorca, Jorge Luis Borges, Poe, Horacio Quiroga y Gustavo Adolfo Bécquer”. Sencillamente apabullante.
Y aún así, en su blog y sus redes sociales, pletóricas a rebosar de nombres, obras, citas literarias y de todas las artes que puedas imaginar, una única referencia a su reciente Premio Nacional de Periodismo Cultural. La opción de Antón Castro es la de esos “… dos desconocidos amantes con la certeza de que ahí, en ese silencio, se encontrarán los dominios de su felicidad” (Los pasajeros del estío). Maestro, ¡enhorabuena!
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", jueves 3 de octubre de 2013).
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