No perder las raíces
El Domingo de Ramos se siguen llenando las iglesias. Aunque algunas madres se pasen la misa comentando problemas de sus hijos, o lo ricos que crecen; y más de un padre ponga cara de “esto no va conmigo”. ¿Por lucir ese día las mejores galas? ¿Por comprar a los peques chuchees para la palma? ¿Por seguir a Cristo en su borrico? Por lo que sea, la tradición continúa arraigada y vigente.
Pese a quien pese, y a las merecidas vacaciones que todos ansiamos estos días de fiesta, las calles de Andalucía y Castilla, Valencia o Aragón, se nos llenan de imágenes del Jesús ajusticiado, flagelado, moribundo, yacente; y de su Madre Dolorosa, con lágrimas de cera, escayola o madera, que le embellecen más un rostro prematuramente envejecido. Y se apelotonan los fieles y devotos, visitantes, turistas y algún que otro niño despistado que pregunta qué quiere decir Credo –nunca lo había oído–.
La noche y la tronada retumban en los tambores muy dentro de nosotros, en cada cual con ecos diferentes, tantos como colores llevan los capirotes y los hábitos. Cuando era pequeña, había una curiela o curandera –se le llamaba así– que en estos días santos quedaba como muerta, sin comer ni beber ni respirar casi. Y antes, en ambientes rurales como el de mis padres y mis abuelos, se celebraban las tinieblas: cánticos en latín, apagadas lámparas y velas, y un tronar tremebundo de zapatos en el suelo del coro de la iglesia. Años preconciliares de fe y temor de carbonero, hambre y oscuridad.
La de mi generación fue una espiritualidad bien diferente: de pascuas juveniles compartidas en mitad de algún monte o en una ermita aislada, de alegría sincera, de vivir a flor de piel el Fuego, el Agua, la Palabra y el Pan –las partes fundamentales de la Vigilia Pascual–. Años de transición personal y social, en los que las tildes se ponían en sílabas de vida, y no de muerte.
¿Con qué forma preferimos quedarnos? Algo tan personal como el color mismo de los ojos, o la propia fe. El Papa Francisco recomendaba el examen de conciencia; o quitar importancia a los ritos alimenticios cuaresmales y hacer más hincapié en acortar los puentes con el prójimo. Se puede en una iglesia, o recitando el Rosario; pero también, como Antonio Machado, cantando al Jesús humano que sigue andando en el mar.
Santa Teresa hablaba de compartir la cruz y la alegría con el Esposo. Personalmente, me quedo con los capirotes verdes, con la losa corrida, con la blancura del Encuentro. Con la Resurrección.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", viernes 18 de abril de 2014).
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