Tiempos históricos
Foto: Heraldo.
“Cuando habla, se le nota todavía azorado, ¿no lo veis?”, nos decía Esperanza, nuestra profe de Lengua y Literatura. Era por el 76. Don Juan Carlos terminaba de ser proclamado rey de España, y yo era la primera vez que asistía a una clase, con otros compañeros con diversidad funcional.
Decíamos ayer –como Fray Luis de León–: “El Rey quiere serlo de todos a un tiempo y de cada uno en su cultura”. El príncipe Juan Carlos, hasta entonces, venía de unos años difíciles de posguerra, exilio y dictadura. No pude ser testigo: entré en escena tres meses después de haber contraído matrimonio con Sofía de Grecia. Pero me lo han contado: “Fabiolilla” me llamaba mi madrina, por la reina de Gracia, su cuñada. ¡Qué intrahistoria la nuestra!
Y fueron naciendo los infantes: Elena, Cristina y Felipe. Hasta el 68 su padre no sería ni príncipe, y casi ocho años después rey de España, tras la muerte de Franco, el dictador –hasta mis sobrinos lo reconocen como tal–. De entonces ya conservo mi memoria histórica personal, del belén que ponían en la Zarzuela, sobre todo.
Y comienza el vértigo: cada vez los años pasan más deprisa según nos hacemos más mayores. Quizá no sea tan consciente de las primeras irrupciones violentas de grupos abertzales –aunque mi padre iba cada tres días por allí en el coche correo–, como de la elección de Adolfo Suárez y el refrendo por votación de nuestra Constitución y nuestra Monarquía Parlamentaria. Era mi adolescencia.
Después todo fue sobre ruedas, hasta los tanques aquella noche fatídica, en Valencia, el 23 de febrero del 81. Para echarse a temblar, aunque Don Juan Carlos prefirió echarse a la televisión y tranquilizar, como una madre casi, a todo un país. Tuvo buenas agallas, decimos en español. Más desapercibido se nos pasa el Premio Carlomagno, en Aquisgrán, por su contribución a la consolidación de Europa –20 de mayo del 82–.
Nos hicimos mayores. La familia real fue haciéndose más cercana, por sendos galardones entregados por Cristina y Felipe a la revista Humanizar. “He querido ser Rey de todos los españoles”, afirmaba su padre en el anuncio de abdicación. ¿Abrir el debate? Solo reformaría un breve punto en la i en un párrafo de la Constitución: “Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos…” (art. 49).
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", viernes 6 de junio de 2014).
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