La torre de Babel
Foto Marín Chivite / Heraldo de Aragón, en las elecciones generales de 1933.
En abril de 1931 se celebran las primeras elecciones con sufragio femenino pasivo –podrían ser electas, pero no votar hasta noviembre del 33–. Mujeres y niños acuden a la escuela, por ver qué se cocía. Un papelito blanco, con nombres en una cara, que había que plegar y meter en una caja grande. Ni Francia ni Italia ni Bélgica ni Argentina, tenían todavía sufragio femenino completo.
Clara Campoamor, diputada nacional para las Cortes Constituyentes del 31, y Victoria Kemp, que batalló por aplazar el voto ante la amenaza de los conservadores y la Iglesia, fueron nombres señeros. “Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer (...) No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo”, defendió la Campoamor. Nuestras abuelas, con pañuelo negro a la cabeza, trabajadoras de fábricas y sirvientas del hogar, privilegiadas universitarias, fueron a votar aquel domingo.
El lunes hizo 85 años que la mujer rural, el ama de casa, que apenas podía aparcar sus tareas para ir al colegio, madres que no pudieron elegir entre serlo o no, vieron una ventana abierta a su derecho de expresarse, si no a una dignidad más plena. Sabían del riesgo y de lo que deseaban en su ser femenino más auténtico.
No estaban en absoluto confundidas. ¿Qué libro de la Escuela de la República trataba de la corona catalano aragonesa? ¿Qué maestro de izquierdas aleccionaba sobre bandos enfrentados en Galicia? ¿Qué profesor de Bachiller sobrevaloraba a Salvador Espriu por escribir en su lengua materna con un lazo amarillo en la solapa? Hombres y mujeres castellanos, aragoneses, vascos, andaluces… la dictadura y la transición hubiesen sido más duras sin apellidos mezclados.
Ahora que la paridad llega a la Administración, al Gobierno y al lado más oscuro, la Justicia cae las elecciones son un juego de dados, se falta al respeto con reacciones pueblerinas… Y alguien se saca de la manga que castellano y euskera son lenguas “originarias de La Rioja” –antigua Navarra– y han de ser cooficiales. ¿Cómo entendernos sin un mínimo interés común?
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 23 de noviembre de 2018).
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