Supervivencia

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En mi casa siempre había un pequeño botiquín: algodón, un frasco de alcohol, jeringa de vidrio, aspirina Bayer, y algún jarabe o pastilla que solían quedar de la vez anterior. Velas compradas o de la iglesia –remedo de la torcida o tablilla con cera enrollada que aún se conserva en el pueblo–, mechero, cerillas, linterna con pilas y transistor. Celo y normalmente pegamento de cola. Mi madre cada invierno y verano ponía en lo alto de los muebles un recipiente con agua, para que no se secasen demasiado, costumbre que aprendió de su madre. Durante toda mi infancia, la túrmix para triturar mis alimentos, mucho hígado y Calcio 20.
Bolígrafos, negro, azul y rojo, tarjetillas de correos, para ver si escribían, que todavía hay por ahí, y una pastilla de lacre roro, una cuerda, con cuyo extremo encendido se derretía, y un anillo, para sellar las cartas importantes y algún paquete mi padre. Útiles de higiene y de afeitar. Cuando anunciaban que iba a faltar el agua, se cogía en la bañera y en algún cubo. Algún año después, una bombona pequeña de butano a la que conectar el hornillo y la lámpara, cuando en la casa de Velamazán aún no teníamos luz, que estábamos haciéndola.
¡Ah!, y mi silla. Primero de bebé, en el cuarto de contadores, y luego en la terraza o en el garaje del pueblo. Y una manta de más, la botella con agua casi hirviendo, la bolsa bien tapada y después la manta eléctrica, que hacía mucho frío y la ropa se quedaba como cristos en el tendedero. Mala suerte si se cortaba el teléfono, todavía de rueda, que yo no podía ni marcar. Y la corriente eléctrica, todavía de 125 voltios, era más necesaria para la única estufa de piña de la casa que para la luz.
Los abuelos y nuestros padres de niños vivieron una guerra civil, y la dura posguerra perduraba cuando nosotros nacimos. La comida se hacía en la cocina de carbón si fallaba la eléctrica. Pesetas y billetes de veinte como mucho –de cien pocos y de mil menos–. Las pastillas de yodo ni se imaginaban, que las chapitas de Nucleares no hubo hasta los 80, ya en la carrera. Extintor, casi en ningún edificio. Sí papel higiénico y media bañera.
No es meternos miedo con la tercera guerra la advertencia de la UE. Una dana, el incendio en un garaje, cualquier emergencia… “Accidente o caso imprevisto” (Diccionario de uso de español). Las siete doncellas sabias se salvaron por tener preparado el aceite y dispuestas las lámparas; no las necias.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 6 de abril de 2025).
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