Don Elías
Arzobispo Don Elías Yanes, Isabel Guerra (1985).
Los árboles no dejan ver el bosque. Solo en los claros o la lejanía se intuye su hermosura, su vocación de plenitud. Cuando lo estás viviendo, no lo valoras en su esencia.
Eran años de frecuentar más la parroquia, en nuestra etapa juvenil. Entre el 77 y el 78, al poco de ser nombrado arzobispo Don Elías. Las imágenes de Franco en la tele quedaban obsoletas; seguía apareciendo Pablo VI, un papa algo distante y severo, no tan dado a las gentes como ahora. Transición, posconcilio, conceptos encerrados todavía bajo las siete llaves de mi ignorancia adolescente.
Un fuego ardía en nuestros corazones, como en los discípulos de Emaús. El Himno a la Libertad, o hacer de la Eucaristía una fiesta de cuarto de estar, olía a nuevo, a pan para elegidos recién horneado.
Algún curso después, nos daba Don Elías una charla excelente –colegio de Josefinas, un encuentro de zona–. Nos parecía larga por entonces. Sin embargo, capté un no sé qué que estaba balbuciendo en el salón. Su deje tinerfeño nos llamaba a la urgencia de orar, de hacer comunidad, de sentirnos uno en el Espíritu.
Obispo auxiliar de Oviedo en 1970 –titular de Mulli (a los obispos auxiliares se les otorgaba un título de antiguas diócesis)– , presidente de la comisión de Enseñanza de la Conferencia Episcopal Española (CEE) durante nueve años, vicepresidente y luego presidente de la CEE.
Lo seguía ignorando y continué mi camino. ¿Los primeros cristianos? No fue casualidad que me lo presentasen las carmelitas descalzas. Era un hombre importante y cada vez más espiritual, de El discernimiento espiritual o María de Nazaret y Hombres y mujeres de oración –un sínodo de seglares–, ingente labor cultural, remodelación de La Seo, creación del CRETA. Iba sabiendo de su plano personal por mis profesoras, sor Isabel Guerra o D. Antonio, su secretario.
Pudimos conversar. Era ahora un anciano entrañable y cercano. “Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25, 21). O, en palabras de María Zambrano: “El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; (…) Es otro reino que un alma habita y guarda”,
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 16 de marzo de 2018).
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