Navidad hoy
El belén favorito del papa Francisco. Foto www.religindigital.org
Son jóvenes, inmigrantes, sin papeles. Esa noche, aunque no hace frío –el cambio climático se hace sentir en todo–, el Santo Refugio está repleto. Deciden resguardarse en el cajero automático de Ibercaja. Tan cansados están, que las bombillitas navideñas que iluminan toda la fachada no quitan el sueño.
Acaban de llegar. No podían ni imaginarse que el viaje iba a ser así de largo, pesado y retorcido. Solo pensaban en un futuro digno para ellos mismos y para ese pequeño que les iba a nacer: seguridad, un techo, poder darle leche cada día. Si otros muchos lo hacían, ¿iban a renunciar?
Quizá al otro lado del mundo su hijito no fuera perseguido, torturado, como tantos y tantos inocentes. Había escenas que nunca se les borrarían, demasiado sufrimiento en vano. Y total, ¿para qué? ¿Y por qué? Hay reacciones humanas que nunca se comprenderán.
Y no solo es miseria, no repartir los bienes entre todos. Eso sería hasta sencillo. Ni siquiera las casas de hojalata, que puede llevarse la riada o el terremoto. Ni tener que vivir y dormir arracimados, casi como las bestias que dan muchas veces de comer. Lo peor es el odio fratricida, la avaricia de los intimidadores, que te roban a punta de pistola o cuchillo; el aquí no está pasando nada, los gobiernos, las guerras.
Quizá su niño tenga regalos navideños, como los niños de los países poderosos. Y si es niña, que nunca la violen, la hagan mujer a la fuerza, y le dejen jugar y estudiar lo que le guste.
Son nuevos en esta tierra, y ella, en su estado, no puede buscar trabajo. Para los hombres es más difícil. ¿Pedir asilo como refugiados? Tiempo al tiempo. Habrá que hacer algún papel, algún registro, ir a la policía… Pero no esa noche. Ni siquiera en las parroquias donde preguntaron podían atenderles, era la Misa del Gallo. Y lo que más les urgía era descansar.
Le llegó a la muchacha la hora de romper aguas. Su pareja, inexperto en tales lides, no sabía qué hacer. No conocían a ninguna partera en el lugar. Se dejaron llevar por la sabiduría del momento, sencillamente. Las gentes miraban a hurtadillas, y pasaban. Estas migrantes no tienen decoro ni para parir, pensaba más de uno. Salió bien la aventura. Un llanto potente rasgó el velo de la noche, hasta las estrellas. Muchos ojillos infantiles sonrieron a través del cristal. Al menos, era un pequeño deseado.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 27 de diciembre de 2019).
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