Carnal versus Cuaresma
Foto Jesús Alba Enatarriaga
“A los que allá van con el su buen talente, / con ceniza los cruzan de ramos en la fruente, / dicen los que se conozcan et los venga miente, / que son ceniza e tal tomarán ciertamente” (“De lo que se hace miércoles corvillo en la Cuaresma”, Libro de Buen Amor, Arcipreste de Hita). Según Sebastián de Covarrubias (1611), al miércoles de ceniza se le llamaba también miércoles corvillo, porque el penitente se encorva y se humilla en señal de penitencia, dolor y arrepentimiento.
Y ya está la abuela cebolletas contando las historias que aprendió años ha en la carrera. Aquel miércoles se sacaba brillo a la espetara, se enjalbegaba la casa y el hombre y la mujer de bien debía ir a misa a recibir la ceniza y saberse mortal. “Memento mori”, tópico artístico literario que, junto con el de “pulvis es et in pulverem reverteris”, utilizó la Iglesia Católica hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II (1959-1965).
“Conviértete y cree en el Evangelio” tiene una lectura mucho más basada en la esperanza. El papa Francisco, en pleno contexto sinodal, ha subrayado en su mensaje de Cuaresma: “Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña”. Y es que esperanza y muerte, o mejor viceversa, van de la mano.
Como van de la mano don Carnal y doña Cuaresma. Este Carnaval hemos podido disfrutarlo sin mascarillas en el bus, pasando de niño a niña, haciendo chirigotas de los políticos o reivindicando por encima de todo los derechos del cuerpo femenino. Don Amor ya no conoce límites. Sin embargo, continuamos sufriendo, enfermando.
¿Retornar a la vida bajo los escombros de un devastador terremoto tantos días después? De Ucrania nos llegan relatos tan cruentos como hermosos; y a la anticipada primavera le ha sucedido nuevamente un invierno que hará helarse los frutos, gastemos más en gas o coger cualquier virus por el aire.
Recuerdo, el pasado noviembre, nuestra grata excursión por el desierto de Judea, por caminos, cuestas y roquedos casi imposibles para sillas, los voluntarios tirando de las sillas y volviendo de noche con las linternas de los móviles. ¿Buscábamos purificarnos mediante ascesis? ¿O disfrutar? Seguíamos sus huellas. “¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!” (“La Saeta”, Antonio Machado).
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", domingo 26 de febrero de 2023).
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