Blogia
La lampara encendida

Mi padre

Mi padre

Foto archivo familiar

Tenemos una fotografía de las que hacen historia, yo con cinco añitos, él dándome un beso de película. Un contraluz de cortinas en blanco y negro nos agracian todavía más. Debía ser el año en el que me enseñaron a leer, él y mi madre. Recuerdo cuando me llevaban a Correos, junto a la plaza Santa Engracia, mi padre al otro lado de la reja. La noche era más dulce con un beso.

  Fue una época dura. Desde el 57 en que haría la mili no volvería al pueblo. Un sencillo taller, unas oposiciones por las que se haría ejecutivo de Correos y Telégrafos, un aspirar siempre a más que le llevaría a cursar tres años de Derecho en la UNED. “Os fuisteis un buen día a otras tierras / donde plantar la tienda y los amores. / La fábrica, el correo, la oficina. / Y allá, del otro lado de esas lomas, / llegaba la noticia de algún nuevo diablillo / que en verano vendría a alegrarnos la casa” (Tránsito).

Mis padres y sus hermanos migraron a la ciudad en un tiempo harto difícil, cuanto más si uno de los hijos nacía con una minusvalía o deficiencia. ¿Cómo sobrevivir al sobresalto? Me recuerdo en un piso sin ascensor, donde mi padre y mi tío me subían a una cuarta planta, sin seguro médico y con continuas anginas y necesidad de rehabilitación.

Vuelvo a verme leyendo y estudiando, sobre la máquina de coser, en los libros de Reválida de mi padre. Hasta que una prima maestra nos asesoró de los libros de EGB que me correspondían y, un año después, la asociación Auxilia, en cuya Junta de Padres él fue parte activa y fundadora, reguló mis primeros títulos.

Me abriría al mundo e hizo crecer mis alas. Y, sin embargo, ahí seguía mi padre, ausentándose en el tren más de lo que hubiese deseado, con su humilde maleta de madera, viviendo fuera tantas navidades y sorteando amenazas de atentados en sus viajes a Irún. Todo por su familia. “Luminoso tu padre, presentía / lejanos universos para ti, / mientras la luz doraba los rincones más íntimos” (Epifanía de la luz).

A mi padre le dolió jubilarse, fue un auténtico duelo por la vida que irremisiblemente iba pasando. Y se entregó a nosotros: la esposa, los cuñados, cada uno de sus tres hijos, y los nietos, que sin querer transfiguraban su rostro bonachón de siempre. Fue inaugurando etapas nuevas. “Los niños adoran a sus padres, loa adultos los juzgan y muy pocos los perdonan”, me dijo alguien. Yo te sigo adorando, achaque y refunfuños incluidos, a tus 89 primaveras. ¡Muchas felicidades, papá!

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", domingo 19 de marzo de 2023).

0 comentarios