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La lampara encendida

Aquellas navidades

Aquellas navidades

Foto archivo familiar

Juan abría y cerraba sus manitas para imitar el parpadeo de las luces del árbol del patio. “Po po, po po”. Dos años antes, fue la primera vez que mis hermanos tuvieron que dividirse entre una y otra familia. Las mismas navidades que viví con mi pareja, embriagada de amor con el primer beso. Las últimas que los tíos pudieron celebrarlas en la casa.

Antes serían las navidades de la tesis, y de fin de carrera, aquellas en las que tenía la pesadilla de que siempre colgaba alguna asignatura sin aprobar. Y antes los cotillones con Disminuidos Físicos de Aragón y algunos amigos, y con Auxilia, que nunca me llenaron porque para mí el cambio de año era otra cosa, no exenta de nostalgia. Y aquellas maravillosas navidades en Viena con Taizé, bailando el vals en lugar de tomar las uvas.

Y mucho antes, Martes y Trece en la tele, y las veces que echaron La historia interminable o Sonrisas y lágrimas, o los payasos; y las veces que mi padre volvía de viaje en el coche correos por Nochebuena, que antes ni eso, con su maleta de madera.

Y retrocediendo en el tiempo, cuando escuché a los Reyes en casa de los tíos, y me trajeron a mi muñeca Maribel, la más querida y casi única que tuve, y aquel acordeón. Pepe, un joven estudiante, creo que cordobés, estaba a pupilo en su casa y tuvo la ocurrencia de escribirme tres cartas de respuesta en tres tintas diferentes.

Y cuando cantaba villancicos con una botella con la tía. Y cuando veíamos la tele en blanco y negro. Y cuando en la gimnasia nos poníamos todos junto al árbol, yo de pie. Y cuando me recuerdo en mi cuna, en la cocina, con una cunita naranja de muñecos.

Todos tuvimos una infancia y unas navidades diferentes, más entrañables, ingenuas. Fueron nuestro origen, nuestra educación sentimental. De ellas dependen hasta cierto punto nuestra visión de la vida y actitudes, nuestra noche oscura o esperanza. Muchos tuvimos suerte. Hay quien se siente triste, porque en estas fechas de luces y estrellitas despidió a un ser querido, o porque hay vacíos en la mesa. Y aun con todo, el Niño Dios sigue naciendo en medo de la guerra y en la más plena alegría.

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 22 de diciembre de 2024).

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