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La lampara encendida

Auschwitz Birkenau

Auschwitz Birkenau

Foto Gervasio Sánchez / Heraldo

Mi madre no podía dormir, lloraba por las noches. De niña no llegaba a comprenderlo”. Es el testimonio de Patricia Weisz, hija de Violeta Friedman y hoy presidenta que lleva su nombre por las víctimas del holocausto, shoá en término hebreo. El pasado lunes, 27 de enero, se celebraba el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, junto al 80 aniversario de la liberación de Auschwitz.

Los reyes y altos mandatarios de España, Reino Unido, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca, Luxemburgo, Suecia y otros se hicieron la foto histórica. Y en sus mentes y pupilas se actualizaría alguna escena de La vida es bella, El niño del pijama a rayas, La lista de Schindler o El fotógrafo de Matthause. Pero nada como visitar los campos.

Un amigo cercano tuvo la oportunidad reciente de visitar los restos del infierno de Auschwitz y su ampliación de Birkenau, en Polonia. Se te hielan los huesos. Los campesinos y demás víctimas judías, polacas, de etnia gitana, no sabían dónde se dirigía el tren, y en espera de una mejor calidad de vida se cargaban de utensilios cotidianos para su nuevo hogar. Hoy yacen arracimados en algunos de los barracones de horror.

Horcas comunitarias a la vista, salas para las inyecciones –eran la mejor muerte para los niños nacidos de judías–, salas hospitalarias para experimentación con enfermos, discapacitados y propagación del tifus y otras enfermedades; cámaras oscuras que se hacían pasar por duchas. Ya no está la mayor parte de los crematorios, solo algunos vestigios como testimonio; y también se han sellado los habitáculos de castigo a las mujeres.

Unos 222.000 supervivientes, nacidos entre el 28 y el 46, última generación, según la Claims Conference, organismo privado que centraliza las reclamaciones y la lucha. Niños que contemplaron y sufrieron en carne propia la separación y el asesinato de sus madres, padres, tíos, abuelos. Algunos han podido expresar estos días su dolor.

Ojalá nunca olvidemos la memoria sacrílega contra el hombre, tampoco tan lejana en el tiempo, es la única forma de frenar y seguir cometiendo más barbarie. “Porque el mundo está en mal estado, pero todo empeorará aún más, a menos que cada uno de nosotros haga lo mejor que pueda” (Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido).

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 2 de febrero de 2025).

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