Ignacio Cendoya

Foto Fundación San Blas
Un vestidito blanco de calle, en la parroquia de Begoña no dejaban ir de comunión. Era plenamente consciente. Unas semanas antes, o quizá dos o tres meses una vez por semana, vino a darme catequesis a casa don Ignacio, un cura muy chiquero que llevaba la misa infantil. Entonces los niños sentaditos no íbamos al colegio ni a catequesis. Me aprendía el catecismo de memoria, y él se sentía orgulloso. En una de las últimas clases, quizá la previa confesión, fue con demonio incluido –una serpiente negra articulada de juguete, de las que entonces se llevaban–. Me hizo cuatro preguntas y ya está. No le dije que meses antes me había enfadado en serio con Dios, estaba ya olvidado.
Así conocí a Ignacio Cendoya, mi primer profesor a domicilio. Ya el siguiente curso iríamos a la misa de niños en la parroquia; yo me levantaba y sentaba en el banco, con ayuda de mi madre, como una más. Tendría ya 14 cuando empezamos el aula colectiva de la asociación Auxilia, en un local de la calle Delicias, perteneciente también a la parroquia. Ignacio daba vueltas, pendiente de nosotros, como haría siempre de los últimos.
Nos fuimos integrando, cada cual libremente, en diversos grupos de la parroquia, los jóvenes, inicio de revisión de vida, el café de los miércoles… Iba aprendiendo de él, siempre al tanto de mi familia, mis hermanos, mis tíos. Cuando nos llevó al grupo de jóvenes a la Romareda, en la visita de san Juan Pablo II, fue una apoteosis. “¡Totus Tuus!”.
Después lo destinaron de párroco a la parroquia de San Pablo. Fue noticia cómo ofrecía su casa a los más pobres, al margen de los márgenes. Y ayudó a crear la Fundación San Blas, para personas sin hogar ni valores morales para muchos. Su iglesia fue acogida, ropero, comprensión.
Nos seguimos de cerca. Con Daniel y Antonio, compañeros sacerdotes de Nuestra Señora de Begoña, se iba cada verano a andar al Pirineo. Cuando le presenté a mi pareja iba ya con muletas. ¡La dichosa rodilla! La moto, la silla eléctrica… Hace ahora dos años nos reencontramos en Lourdes, con su humor habitual. Retorné a mi infancia.
Al tío Iñaki, bautizado en San Sebastián Mártir, en el Antiguo de Donosti, lo despedíamos el pasado día 27. Hasta el cielo, amigo; resérvanos un pequeño “txoko”.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 6 de julio de 2025).
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