Vuelvo al mar

Foto Jesús Alba
Es una delicia volver a Donosti, un placer que no puedo expresar. El monte Igeldo y el monte Urgull, la vista de la Concha desde Ondarreta, la isla de Santa Clara al fondo, el paseo marítimo y sus balaustradas, los platos tradicionales en el puerto, las calles recoletas del Antiguo, el museo de San Telmo, Miramar… Y al otro lado, junto al Funicular, la casita de hadas del que fue restaurante San Martín, de Milagros y Ángel –algunas celebridades del cine, el arte y la política todavía lo recordarán–, el Peine de los Vientos y la huella de Chillida, el nuevo polideportivo…
Orio y el Ratón de Getaria, donde conocí a Jesús; Poyo, en Pontevedra, donde nos enamoramos –volvimos a pasar por Boiro, en La Coruña, ecordando aquellas vacaciones familiares de los 90–. Y entre uno y otro, Santander, Suances, Noja –aquel verano en el que mi sobrino mayor tenía unos meses y solo comía cuando el abuelo le lanzaba al aire su sombrero. Asturias con Disminuidos Físicos de Aragón; y allende la frontera San Juan de Luz y otros pueblecitos franceses, con Noelia y Jose.
El Mediterráneo fue siempre un alfa y un omega, principio, fin e interludio. En La Escala, Gerona, estuvimos el año de Miguel Ángel Blanco, cuando los tíos ingresaron en la resi; Barcelona también con Fundación DFA, y mucho antes Tarragona, la playa y el mar de mi primera infancia, en casa de la señora Elena, que una mañana murió del corazón. Y Lloret de Mar, donde me llevaron en la cuna.
En Alicante estuve con los tíos Rosa y Fermín, y su hermano Nemesio; también con mis padres y hermanos. Sin embargo, fue Valencia mi segunda patria chica, la arcaica Malvarrosa: las sillas a la noche a la fresca, los pendientes de la reina abriéndose, los cestos hechos por los gitanos, las amigas… Quería que a mi padre lo trasladasen de destino. Y Sagunto y sus naranjas, donde sigue residiendo mi madrina. Peñíscola, Miami Playa, Oropesa, Marina d’Or….
Murcia y el Mar Menor –penica nos dio verlo el último año–. Almería de paso; Málaga, la playa del Rincón de la Victoria y la noche romántica con luna en su puerto; Cádiz, la Tacita de Plata, y al otro lado Gibraltar. “Cierro los ojos, en un retorno eterno / a la playa primera, tan niña aún / que el mar se hacía inmenso y su rumor infinito” (Tránsito).
Mallorca, y las Cuevas del Drach, con mi padre bajándome y subiéndome todas las escaleras y desniveles a corderetas, es capítulo aparte. Siempre volveré al mar.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora.
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domiingo 3 de agosto de 2025).
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