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La lampara encendida

Morir en vivo

Morir en vivo

Foto www.elpais.com / instagram

Hará unos 15 días estremecía los medios la aberrante noticia de cómo Raphaël Graven, alias Jean Pormanove, fallecía en un vídeo en directo, en el que era vejado y golpeado, durante 289 horas, por otros dos colegas en el papel de maltratadores. Hoy socialmente se cuestiona el valor de la vida y de la muerte. Cada vez más adolescentes y adultos se sienten atraídos por los desafíos y retos en las redes, sin caer en la cuenta de que se les puede ir la vida en el intento.

Ingerir canela en seco y nuez moscada; tomar cápsulas de detergente por caramelos; consumir vodka con electrolitos y saborizantes; o abofetear al amigo desprevenido con las suelas de unas chanclas. Usar el coche como tabla de surf; llenarse los mofletes y el estómago de comida picante, o cocinar un pollo con medicamentos. Interrumpir el aire de la respiración y las horas de sueño; aumentar la dosis de cafeína, o mezclar bebidas extrañas y nauseabundas. Collares y pistolas eléctricas no se quedan fuera. Son solo algunas de las “bromas” a las que se somete al ¿neófito? jugador.

Secuelas físicas, digestivas y cognitivas, mareos o vómitos, parecen dar igual. Se pertenece al grupo, al rebaño, y es lo que el grupo marca. Salir puede significar condenarse para siempre. Y está el otro lado. “He estado a punto de ser abuela, pero mi hijo no quiso. Cuesta mucho un niño en esta vida”. ¿Cuántas mujeres no escucharemos algo similar de labios confidentes?

Quizá debamos desmontar algunos mitos actuales. De la muerte no se vuelve nunca a esta realidad que conocemos, a no ser en casos muy severos de catalepsia: “trastorno neurológico que provoca una pérdida temporal de la movilidad y sensibilidad, y una disminución tan marcada de las funciones vitales que el cuerpo puede parecer sin vida”. El autor de Oda a la vida retirada, Fray Luis de León, parece que la padeció y fue irreversible. Nadie lo escuchó volver en el fondo de su tumba.

Y no sé cómo decirlo con palabras de hoy. poder abortar no es un avance ni un derecho femenino. La criatura muere destrozada, y a la madre, que lo sigue siendo, le quedan secuelas físicas y psicológicas de por vida. Nada que ver con la política, sí con la creación: “Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo” (Fray Luis).

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora.

(Herado de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 14 de septiembre de 2025).

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