Hace 50 años
Foto https://historia-hispanica.rah.es/
Jugaba todavía con muñecas y con letras de corcho, con las que construía torres y palabras. Mi primer hermano superaba una de aquellas crisis de asma que marcaron su niñez, y el segundo dormía en la cunita. Papá volvía de uno de sus continuos viajes en el coche correo, y el tío vino a la mañana con la cantinela: “Ya era hora de que el pobre hombre descanse. Nos lo han tenido muerto queriéndonos engañar”.
Carlos Arias Navarro, el presidente de orejas grandes y rostro casi de monito –según mi tío–, nos dio la fatídica noticia: “Españoles, Franco ha muerto”. El 20 de noviembre del 75. Yo era demasiado joven para haber sufrido en carne propia los aguijones de la censura cultural y literaria que mis maestros me testimoniaron. Bastante tuve con sobrevivir a una parálisis cerebral causada por la negligencia médica y la ignorancia del entorno, de una sociedad pacata.
Sí, Francisco Franco fue un dictador, un usurpador de libertades y de los derechos más fundamentales, un matarife. Pero en un enfrentamiento bélico y fratricida no se debe olvidar a ninguna de las partes. Rojos y anti régimen por un lado; personas de fe y profesionales que defendían la verdad, al otro extremo. Y si en un momento se alió con Hitler, desliz imperdonable, don Francisco nunca fue un dictador a la usanza de muchos dictadores iberoamericanos. En su país nunca hubo hambruna, siempre trabajo, vivienda protegida y económica para los más pobres, se implementaron planes de desarrollo, mis abuelos, mis padres y su familia tiramos siempre hacia adelante. Con las carencias propias de una dura posguerra.
Después vendría la nueva instauración de la monarquía con don Juan Carlos –ni él, ni su padre ni su abuelo debieran haber sido desterrados, ni antaño ni ahora–, la primera consulta popular, nuestra Carta Magna que nos sigue rigiendo, la apertura a partidos variopintos, la transición a la democracia, la ilusión de que algo innovador tomaba por fin cuerpo en nuestro país.
Varias décadas después, vino el lenguaje “democrático” de las manos, la ruptura del bipartidismo, la mezcolanza, las corruptelas, la impactante confusión entre el bien y el mal. Como si la espiritualidad se centrase en Rosalía y el donjuanismo en Íñigo Errejón. Si Franco y los muertos de uno y otro bando levantasen la cabeza… volverían a morirse de puro susto.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora.
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 23 de noviembre de 2025).
0 comentarios