Poema Del Verbo y la Belleza
XI
Mecía a la muñeca entre las lunas
chiquitas de sus brazos.
Los cabellos
bañados en un polvo de luciérnagas.
La carita irradiaba en luz de aurora.
Nacida en la ribera, algún buen día
halló a la compañera de penumbras
envuelta en trapos sucios y entrañables.
Y el alma se le haría toda miel.
Le puso un nombre cálido: María,
sencillo como el barro,
o esa marea
de vida en lo más íntimo.
Transformó en calideces sus harapos,
en panes compartidos
la tristeza.
Y así, muy lentamente, como lluvia
caída en el otoño,
fueron las dos creciendo en corazón.
Había madurado en breves soles,
y ahora presentía en lo más hondo
la estación de las dádivas.
Curvándosele el cuerpo
en gravideces
por detener intacto el paraíso.
Llegaba ya a esa edad en que los sueños
se quedan sólo en sueños
añorados,
y el alma es un jirón de lo real.
La vida le esperaba, plena en lunas,
y oscuros recovecos,
y presagios.
Y el juego se hizo carne verdadera,
belleza compartida,
espera hermosa.
(Del Verbo y la Belleza, Madrid, Ed. Setelee, 2012).
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